jueves, 13 de diciembre de 2007

viernes, 16 de noviembre de 2007

En el siglo XXI no entiendo la monarquía. A estas alturas hemos evolucionado en el reconocimiento de los derechos humanos, aunque aún tiene que seguir progresando, como digo, no entiendo que unos señores sean considerados superiores, sea por lo que sea, a otros seres humanos.

No entiendo que un país deba mantener la figura e institución monárquica, pero no por rechazo a esas personas u otras en concreto, que a veces sí, sino porque racionalmente no veo una explicación lógica a su existencia. Y no me valen los babosos defensores y los envidiosos detractores. Sólo desde una posición críticamente elemental, desde el conocimiento intelectual, científico, tecnológico, del desarrollo y del saber global de la humanidad, ¿cómo podemos seguir siendo tan primitivos, arrastrados por emociones dignas de estudios, de gente que aún inclina rodilla ante todo ese escenario de príncipes, princesas, reyes y reinas, infantas e infantes de toda esa cohorte de la nobleza? Dios, esta palabra es políticamente incorrecta desde la perspectiva actual, es una aberrante, incongruente de la discriminación positiva en este caso por “cuna”.

Y yo me pregunto, ¿por qué unas personas que legendariamente se hicieron con un poder a base de guerras y matanzas, de chanchullos y artimañas y peor aún, de ignominias, ceden ese poder (no sólo representativo sino también social, económico, político y sutilmente religioso, o al menos, moral y ético) a sus generaciones futuras? ¿Por que somos tan absurdos?

Yo sólo entiendo la autoridad ejercida democráticamente por señores o señoras elegidos gracias a un voto libre, pero aquí entramos en otra entelequia, ¿cuánto de libres somos a la hora de saber elegir en qué manos dejaremos las decisiones de nuestras vidas, de nuestro futuro y cuántas veces en pro de la armonía aceptamos ingenuamente ser siervos de un señor?

Si miro atrás en la historia pienso, ¡qué poco hemos cambiado! Aún siguen existiendo clases, aunque sociólogos, políticos, estudiosos varios, deban decir que todos los seres humanos somos iguales y ya incluso se va incluyendo algunos del reino animal. Y en este punto de desarrollo y progreso una extensa población rinde honores a coronas y pompas destelleantes de un mundo quizás imaginado en nuestro inconsciente colectivo y fomentado por cuentos y sueños de grandezas del que sólo como espectadores, la mayoría, nos tocó vivir. ¡Qué se le va a hacer…! Pues mira, pues pensar con base en el sentido común, que hoy en día, por lo que veo, es el menos común de ellos. Hablemos al otro desde el respeto, pero de tú a tú, sea padre o madre, jefe o jefa, don o doña (coñazo de lenguaje políticamente correcto), majestad, hombre por fin me vale con un adjetivo.

El poder, con el beneplácito de la sociedad, generalmente ha ido marcando distinciones desde elementos tan superfluos como la moda. Hasta reverencias y boato, que den relevancia a su poseedor. El elitismo es hoy en día un elemento tal de poder que ríanse los medievales, al menos la pobreza igualaba más al pueblo y la opulencia no era tan manifiesta ni evidente, existía cierto pudor, no siempre, de alardes de poder, quizá por miedo más que por respeto. Sin embargo, ahora, te refriegan los pedazos de vida de la que disfrutan esta gente, por supuesto, que también sufren, enferma y mueren. Faltaría más, pero en estas desgracias humanas también tienen ventaja. Mejores psicólogos, abogados, médicos, profesionales que ponen a su servicio todos sus conocimientos, con los mejores lugares para superar los malos momentos.

Y mientras, al resto, los que, encima tampoco podemos quejarnos, porque si miramos alrededor somos privilegiados.

Estamos al otro lado, en el sofá de casa, con la baba medio caída y la “envidia sana”. Pero, no importa, nosotros tenemos las maravillosas ofertas, créditos y demás ventajas como el anonimato, para ser felices. Oye, que una también puede, hoy en día, disfrutar de ciertos placeres. El lema de hoy, machaqueo incesante desde la publicidad, la política, los asuntos económico y hasta doctores de la ciencia, es ¡tú puedes hacerlo! Con esfuerzo puedes hacerte rico, ¿seguro? ¿Y legalmente? Vaya, es que soy una mierda que no me esfuerzo lo suficiente.

Pero mi consuelo, no sin cierta mala leche, es que los ricos e importantes también lloran y las infantas y princesas también se divorcian, y para que nadie tenga que mandar callar nadie, respeten todos el turno de tiempo, y si no que aprendan del programa 59 segundos, y cierren micrófonos.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Más de lo mismo

Patrimonio de los ricos

Un ligero vistazo a las páginas de revistas muy conocidas nos da una idea del elitismo consumista que se ofrece a la población en general. Para muestra, un botón: un teléfono móvil de pasarela, se anuncia como reclamo para “las fashion victims ya tienen un nuevo objeto de deseo”. Un modelo de diseño por tan sólo 650 euros. Quien tenga oídos que escuche y quien tenga ojos, que vea, porque, como dijo mi cuñado “ojos que no ven, mierda que pisas”.

ONGs

Con intenciones muy loables, la moda y sus correligionarios se apuntan y vuelcan con este fin. Artistas (actores y actrices principalmente), deportistas, ¿cómo no? Modelos, y famoseo en general. Sólo una cuestión, ¿qué parte real de las ventas de esos productos (camisetas, joyas, perfumes…) llegaran al objetivo para los que han sido creados? Sólo una pregunta más, y ¿cuánta publicidad gratuita reciben estas marcas y sus diseñadores? ¡Nunca la publicidad fue tan barata! Colabore con un ONG y los dividendos serán rentables.

Seamos solidarios sin dejar de ser escrupulosos, que aprovechen su imagen para conseguir ayudar a quien lo necesita está muy bien, pero ¿cuánto se aprovecha su imagen?... Si ya obtienen grandes beneficios simplemente con la promoción y publicidad que reciben, ¿por qué no dar toda la ganancia del producto a dichas ONGs? ¿por qué no, mejor, fabricarlos en aquellos lugares, pagando sueldos de aquí?

jueves, 8 de noviembre de 2007

Viviendo

Mirar hacia el frente
Andar el camino
Siguiendo la senda
Haciendo desvíos.
Abriendo ventanas,
Quitando cerrojos
Hasta llegar a la puerta
Donde todo es posible.
Sembrando árboles,
Quitando rastrojos,
Recogiendo flores,
Percibiendo olores de mar.
Machacando tu cuerpo
Con el polvo del camino,
Limpiando tu alma
Con lluvias y viento,
Bañándote en lagos y ríos.
Ensuciándote de barro,
Golpeado por granizos,
Mirando al horizonte
Donde aún no divisas el sol.
Cargando con piedras,
Librándote de heridas,
Apoyándome en ti.
Descansando en tus brazos,
Hasta que encontremos
La vieja Alejandría,
Donde los deseos de los hombres de bien
Pueden ser posibles:
Correr como el aire,
Andar despacito,
Extenderme sin miedo,
Saltar y brincar,
Bailar contigo,
Poder mirarte a los ojos
Sin apretar músculos,
Flotar y cabalgar
Sin mayor deseo que buscar tu boca.

mar de contradicciones

Soy un mar de contradicciones.
Soy un río y estoy seca.
Soy baja y estoy harta.
Soy un torbellino de tranquilidad.
Limpio mi cuerpo cada día
Y estoy siempre hecha un asco.
Mi piel huele a vainilla
Pero tengo fétidos fondos.
Y olvido todos los recuerdos
Para estar felizmente triste.
Me hundo para quedar en la superficie
Y floto en las profundidades de mi dolor.
Nado en el desierto de mi vida
Cada mañana
Para ahogarme en el valle de mi muerte,
En el atardecer,
Apagando la lluvia con fuego de lágrimas,
Eliminando lo que al final me quedo.
Y manteniendo las sonrisas que marcharon cuesta abajo
Con esta oscura luz que encendió aquel amanecer de noviembre.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Merlovier busca inversor para una idea original y transformadora. Una nueva filosofía en el mundo de la moda. “La moda interactiva”.

Merlovier pone la idea pero necesita su inversión.

Para más información póngase en contacto con merlovier2006@yahoo.es

Dada la peculiaridad y la originalidad del proyecto Merlovier se reserva los derechos de exclusividad intelectual y se requiere extrema confidencialidad

domingo, 4 de noviembre de 2007

Hasta la juventud es patrimonio de los ricos.


Leo un articulo en una revista que trata aspectos principalmente de la psicología humana, que habla de la cosmética de “alta estética”. Cremas que rondan los 300 ó 600 euros, con componentes mágicos a base de caviar, babas de caracol, ácido hialurónico, retinol y términos y sustancias innombrables (por su dificultad terminológica). Estos componentes que son prodigiosos, por lo visto no lo son tanto, pues van variando sucesivamente con innovadoras sustancias que sí poseen ese poder rejuvenecedor, hasta el próximo elemento lanzado. Actualmente ha aparecido el oxígeno, me suena…

Estas mágicas cremas que te quitan tantos años de radicales libres, horas de sol, falta de sueño, mala alimentación, cólicos del lactante y sobre todo pésima genética; cremas que te quitan todas esas capas que guardan tu memoria de vida y sólo reservadas para un nivel impensable. Pero no sólo se trata de una crema, también tenemos perfumes, complementos, telas maravillosas que caen como un guante, estilizando tu figura. Claro, la de esta gente que sin necesidad de dietas y gimnasios, moldean gracias a la ciencia, que también se rinde a sus pies (¿cómo no?, ¿quién no quiere al dinero?). Estas revistas no olvidan tampoco el cuidado de la mente con la gimnasia oriental, relajantes spas (verdaderas virguerías propias de mundos soñados, esponjosos, flotantes, burbujeantes, masajeados y chocolateados), ¡que vaya precios tienen los lindos lugares!

Y yo me pregunto, ¿todo este mercado se puede mantener con unos pocos que alcanzan ese nivel adquisitivo? E imagino que habrá de lo mismo para los de la cima, pero ya a niveles que ni siquiera puedo soñar. ¿Y son tan pocos?, o nos hacen creer que podemos gozar de esos placeres y formar parte de ese glamour, de ese mundo de aureola divina, de vidas maravillosas, de gente guapa e inteligente. Pues sí, lo consiguen machacando los espíritus más libres y críticos, aprovechándose de complejos y envidias. Porque, ¿para qué si no se inventaron los créditos? Tú también puedes comprarte un jakuzzi, en una piscina de un hermoso jardín, de un chalé adosado en una zona “de categoría”. Tú también puedes tener un Mercedes o un BMW, y un garaje para guardarlo. Y también gracias a la proliferación de pequeños créditos inmediatos para esa operación de estética, ese viaje, ese vestido ideal, esa crema que te pondrás y aparecerás jovencísima, muy joven, casi como tu hija pequeña. Oirás, “¡Estás estupenda! Pareces mucho más joven”. Y ocultarás tu edad para no tener que escuchar la fatídica frase: “te conservas muy bien”. ¿Cómo no sucumbir ante esa extensa oferta? El viaje de tus sueños, la crema de tu diva, el perfume que te transformará en la más seductora mujer, capaz de conquistar a un alto ejecutivo o al mismísimo príncipe. Conseguir un cuerpo diez con arreglitos y cirugía; lo que sea para obviar tu vida normalita: tus salidas de fin de semana, como mucho algún viaje cerquita, tu cremita de supermercado, tu agua de colonia, tus dos horas semanales de gimnasia que no ayudarán a transformar ese ancho de cadera o esos pechos algo caídos, donde, al final tienes que enfundarte la faja fantástica anunciada en televisión que un poco más y te aprieta hasta el cuello y los tobillos.

No podrás escapar de la dura realidad, los amigos y anónimos, los familiares y hasta el espejo te dirán que eres una espléndida señora de cuarenta o cincuenta años, porque no sé dónde radica la diferencia, si es algo tan sutil como la mirada, pero lo que está claro es que estas señoras, por muy maravillosas que estén nunca podrán pasar por chicas de veinte e irremediablemente cuando escuchen las voces hipnotizadoras sabrán que las primaveras se vuelven a suceder y el otoño también llega y que la vida es maravillosa sin tener que ser comprada, es bella, dura, cruel, fantástica, para todos, pero… ¡joder, algunos se lo montan genial!

La publicidad son escaparates golosos para cubrir pequeñas frustraciones que señalan que ahí se encuentra la felicidad y a ver quién es lo suficientemente fuerte para vencer tanta presión.

Juventud, belleza, dinero, éxito, poder, felicidad… es un círculo perfecto que se cierra sobre sí mismo, rodeando a los otros seres que no podrán entrar ni salir nunca de él.

ONGs

Surgieron tímidamente, unas pocas conocidas, con la imagen de personajes carismáticos que otorgaban dignidad y fiabilidad a las mismas.

Comenzó a ponerse de moda, que, llegando las emotivas Navidades, proliferaran como champiñones. Aparecían en esta época y todo el mundo se olvidaba de ellas hasta el año siguiente. Pero, poco a poco fueron metiéndose en nuestras vidas y en nuestras conciencias y empezaron a formar parte de la cotidianeidad. Abarcaban cualquier asunto, desastre y desgracias humanas, causas perdidas, mundos olvidados, causas ecológicas, salud, alimentación, niños abandonados, niños trabajadores, síndromes de down, discapacitados, guerras y desastres naturales, niños pobres, mujeres maltratadas, hombres esclavizados. Ayuda para el débil, para el enfermo, para el discriminado.

Convenían a los gobiernos que podían despreocuparse aunque haciendo la vista gorda a asuntos quizás no tan limpios, y dejar la responsabilidad en manos, a veces, no tan limpias, ni a conciencias tan altruistas.

Convenía a las organizaciones el dolor humano, la destrucción del planeta y, con todas estas penalidades, se lucraron más de uno. Los estados se ven liberados dejando que de algunos asuntos molestos se haga cargo la población a través de las ONGs en pro de la solidaridad, descargando de este modo los presupuestos.

Los deleznables que saben sacar partido de la buena voluntad y de la tranquilidad de conciencia de la gente, los sinvergüenzas y delincuentes que encuentran en las organizaciones el encubrimiento necesario para sus bajas intenciones ven en ellas el modo perfecto de enriquecer sus bolsillos, añadiendo más dolor y daño a aquellas desgracias. Cuando salen a la luz ciertos fraudes, no se sabe bien si a veces por venganzas ocultas o por la investigación y el trabajo honesto, es lo peor, bueno, lo peor es el daño causado a tantos inocentes, pero la desconfianza que se crea es aún más destructiva porque es difícil restablecer la fe y la confianza de los ciudadanos en el bien de todas estas causas.

Y los gobiernos ocupando sus recaudaciones de impuestos en asuntos más propagandísticos...
Hace poco surgieron noticias del fraude de una conocida ONG y estos últimos días oímos en los telediarios la triste noticia de una ONG que pretendía traficar con niños no se sabe bien si para sacar dinero con adopciones, para el tráfico de órganos o su venta a una red de pedófilos. No sé cuál es la reacción de cada persona, muchas pertenecemos a una u otra ONG, algunos continuaremos confiando y pensando que no todo el mundo es igual, pero, ¿cuántos abandonarán sus causas y romperán y anularán su pequeña, mediana o gran cuota? ¿cuántos niños, personas en general, causas más que justificadas, quedarán de nuevo desprotegidos? Por eso, cuando salta este tipo de desgraciadas noticias, no sólo se desprecia la acción que llevaban a cabo, sino que se destruye y se lleva, con su torrente de residuos otras y, probablemente, hermosas intenciones. Y de nuevo volvemos la espalda a gente que sufre y seguirán sufriendo en vano. Aliviábamos tan sólo un poco de sus desgracias, pero ya ni siquiera eso.

martes, 8 de mayo de 2007

Elvira tiró calle abajo, camino que cada mañana cogía para ir a tomar su desayuno. El bar que estaba al final de la calle, justo en la esquina, frente a unos grandes almacenes.

Antonio, el camarero del bar mostraba amabilidad y quizás algo de lástima por esa chica. Él había llegado a la ciudad desde su pueblo natal, una pequeña localidad de León, apenas de trescientos habitantes, cuando la despoblación, lo convirtió en un pueblo fantasma, con algunos viejos que se negaban a abandonar sus casas, sus animales, sus tierras, sus recuerdos, sus muertos, sus vidas. Eran pobres, era inculto, las escuelas quedaban lejos y el trabajo diario ocupaba sus días. Algunas fiestas que marcaban el ritmo de los años y el de sus historias personales. De vez en cuando un entierro, alguna boda y cada vez menos bautizos. Juegos, amores, desengaños, luchas.

Se hizo un zagal fuerte y bien parecido, tenía la ilusión de vivir mejor que sus padres, sacar más provecho de su vida, no pensaba morirse de asco en aquel triste pueblo. Había varias zagalas que habrían sido buenas madres de sus hijos.

Antonio no sabría decir si era feliz allí. Sólo se acuerda del aire, del olor a tierra, del lento pasar de los días, sin apenas alardes de felicidad. Con la necesidad directa de vivir sin más, pobres pero dignos. No quería eso para él. No quería repetir la dura vida de sus padres. Allí no habría incertidumbres, tendría lo suficiente, se casaría, tendría hijos y repetiría, día a día la misma cotidianeidad.

Andrea lo quería, pero él un día cogió algunas pertenencias y marchó con el dulce recuerdo del abrazo de su madre y la frase seca, pero tierna que machacaba su mente. Ahora en la distancia: “Antonio, recuerda quién eres”.

El matrimonio que regentaba el Bar Estrella, lo había acogido como a un familiar, lo cuidaban y, en fechas señaladas, si no marchaba de visita al pueblo, lo invitaban a comer con ellos.

No ganaba mucho, ni vivía mejor allí en su pueblo, a veces dudaba de si hizo bien en marchar. Había alquilado una pequeña habitación con el mínimo de enseres y elementos básicos, un oscuro baño sin ventilación, con una pequeña placa de ducha y, detrás de una cortina, se hallaba el fuego y un pequeño fregadero. El sofá hacía también de cama y el máximo lujo que se permitía era una pequeña librería con algunos libros que iba comprando en los bazares o mercadillos de segunda mano. También era un lujo un pequeño frigorífico que, en verano tenía doble función. Cuando, en las insoportables noches de calor, abría su puerta para refrescar algo el ambiente.

Un día, cuando volvía a casa, encontró tirado en la basura un televisor. Siempre había sido mañoso, pensó que quizá podría arreglarlo, pero ni siquiera hizo falta. A la pequeña televisión no le pasaba nada, bueno, sólo se la podía ver en blanco y negro. Pero algunas noches, con una cerveza, un paquete de patatas y una buena película podía decir que era un hombre feliz. Es curioso, en su pueblo nunca tuvo ese pensamiento, y teniendo más motivo. Sin embargo, era ahora cuando necesitaba robar esos momentos de felicidad, con esta vida rutinaria de la ciudad, su soledad ante el mundo, su casa oscura y mínima, su gris paisaje, un sucio y escandaloso ojo de patio, de donde le llegaban retazos de las vidas ajenas. La frase, “hijo, recuerda quién eres!”, su identidad, se diluía como el azúcar en su café. Ya no era Antonio el del Chopo, ni saludaba a nadie conocido, ni tenía familia con la que charlar por las noches en la mesa comedor acerca de las tareas del día.

Elvira ha entrado en el bar. Antonio y ella se saludan. Antonio pone la taza bajo la máquina de café, coge una tostada y se la ofrece. Ella le mira agradecida y le comenta el frío que ha pasado esa noche. Elvira es una chica inmigrante, vino aquí al mundo civilizado y desarrollado desde su mundo inundado de pobreza y guerra, dolor y sufrimiento, con la ilusoria esperanza de un paraíso prometido. Pero detrás de esa imagen, que alguna vez vio en el televisor allí en su país, de los cantos de sirena que escuchó de otros que marcharon un día y ahora contaban de sus vidas mejoradas y sus economías engrosadas, ella no encuentra su sitio, no halla ninguna salida, ni vida mejor en este inframundo donde ha aterrizado. Vive de aquellos que se consideran alguien, que tienen nombres, trabajo, que tienen casa llenas de amor de una familia y que la consideran indigna. Es la morenita, la tía guarra, la puta, es nadie, un producto de consumo, sólo basura.

Estos seres tristes que salieron en busca de un mundo de primera, que vinieron de vidas de segunda y tercera, hoy rotos sus sueños, pero intactas sus esperanzas porque se niegan a volver a lo que dejaron, malviven en cuarto mundo. Aquí, además de pobres, han perdido su dignidad, su singularidad, son individuos anónimos.

Antonio la protege, por eso Elvira y él se tratan como personas, despojados de bienes, la necesidad de seguir sintiendo el orgullo de ser alguien para el otro.

lunes, 7 de mayo de 2007

Fue, como cada domingo, por la mañana al kiosco de costumbre; el que está al final de la calle Júpiter, salida a la Avenida Luís Montoto. Por lo general, los fines de semana se levantaban tarde y ya había cerrado la papelería que ese matrimonio simpático regentaba cerca de su casa, frente al Más y más.

Con el sol pegándole en los ojos y el desayuno todavía estacionado en la boca del estómago, cruzó, sin mucha dificultad, los domingos, la avenida estaba menos congestionada, apenas transitada, casi desértica. Pidió el periódico, el que trajera mejor oferta, aunque la inclinación política de alguno le repateaba bastante, o como mínimo le hiciera sonreír con desaprobación leyéndolo en el water.

Aquel día, conociendo los gustos de su mujer, escogió aquella revista que traía el semanal donde la chica de la portada, con una blanca y fingida sonrisa anunciaba trucos de belleza. Antes de marcharse preguntó, al no verla en el stand, por su revista musical preferida, su pasión de siempre, que no le había dejado estancado en aquellos grupos de su época.

Bien equipado de lectura le dijo a su mujer:

- Cariño, voy al baño, ¿tú quieres que te deje algo?

Cuando bajó, dejó la lectura sobre la mesa de la cocina y comenzó a conversar con su mujer. Salió el tema del trabajo y de su asunto con Diego, el tío pelota de turno de todo trabajo que se precie. El asuntillo de cuernos de Enrique con la chica nueva de la copistería. En esta sobremesa de domingo, nada mejor que airear las preocupaciones y presiones laborales, chanchullos y miedos, aversiones y simpatías hacia compañeros y jefes. Toda una jerarquía que pasaba revista como base de una conversación tranquila y despreocupada a veces y alterada o apasionada en ciertos asuntillos donde generalmente discrepaba con su pareja, como la infidelidad, la cuestión de la homosexualidad de Paco, o la ligera de cascos de Irene. Los estereotipos marcados y bien definidos en ese micromundo de su trabajo.

Bien despachados, ella comenzó a preparar la comida, él puso la televisión. Andaba distraído cuando escuchó una voz conocida que decía:

- Cariño, al final, ¿hago la tortilla?

“¡Dios, me estoy volviendo loco! Tengo alucinaciones. Pero, ¿qué veo, qué escucho, qué es esto?”

- ¡Carmen, ven a ver esto! ¿Qué hacías tú en la televisión? ¿Qué clase de interferencias son estas?

Empezó a cambiar de canal y las otras cadenas andaban con sus temas, menos la cadena nacional. El presentador hablaba de un experimento sociológico. Sus ojos se salían de sus órbitas, incrédulo, permanecía atónito a lo que podía ser la peor pesadilla de su vida. Cuando despertó su mujer gritaba, le mojaba las mejillas, casi lo agitaba.

- ¡Manolo, por dios, despierta!

Yacía sobre la cama y un señor, al que identificó enseguida por su aspecto y por su estetoscopio que colgaba de su cuello con el médico. Con voz complaciente y amable y cierta condescendencia infantil, le decía:

- Ahora debe tranquilizarse y descansar. Le he inyectado un Nolotil que hará que se sienta mejor. Y cada ocho horas se toma un Lexatín.

No entendía nada y lo escuchaba como en una nube, y apenas acertó a preguntar,

- Pero, ¿qué me ha pasado? No recuerdo nada.

Casi como en susurros, el médico miró a su mujer y le dijo:

- Mejor así…

Como si de pronto te quedaras desnudo ante un auditorio o te pillaran en una mentira, o te grabaran lo más íntimo de tus vivencias, una cámara oculta. Esto fue exactamente lo que le había ocurrido. El cerebro de Manolo, algo mareado, iba comprendiendo cómo, cruelmente, se había convertido en sujeto de un experimento excepcional e innovador de gran trascendencia, protagonista absoluto de sus vergüenzas ante la humanidad, y especialmente ante sus conocidos. Una mezcla de vergüenza, pánico, terror, confusión… estaba desnudo frente al mundo. Desnudo y no mostrando precisamente sus encantos físicos sino su alma, su mente, su fragilidad humana.

No puede ser, esto es de locos, no entiendo nada. Sentía sus pulsaciones acelerarse y su mujer le acercó un vaso de agua junto con un lexatín.

Eran las nueve de la noche, se armó de valor y le dijo a su mujer que quería ver las noticias. No se rindió ante la negativa insistente de ella, que le aconsejaba que no lo hiciera. Tuvo que gritarle para que cogiera el mando y le dejara tranquilo.

Tenía que enterarse, enfrentarse a toda esa vorágine que se le venía encima. Cogió un cigarrillo, aunque él nunca fumaba, sólo en ciertas ocasiones, en el nacimiento de sus hijos, en la enfermedad de algún familiar, en la boda de su hermana…

Se sentó en el sofá, elevó el volumen del televisor y sin querer perder ni un detalle fijó la vista en la pantalla en el momento que el fondo musical anunciaba el comienzo del telediario.

- Buenas noches. El Instituto de Investigación e Innovación Científica, el I.I.I.C., gracias a los avances tecnológicos está llevando a cabo un estudio científico, en el contexto de una investigación más amplia que aportará grandes beneficios para afrontar el terrorismo y la violencia en el mundo, en colaboración con el grupo editorial Terra y la productora Globalmusic,

El presentador relataba el gran avance tecnológico y de gran interés social y político que este experimento pretendía. A modo excepcional en la distribución rutinaria de revistas, en un solo ejemplar y de manera aleatoria, se había colocado una milimétrica y plana microcámara, en la mirada de la modelo de la portada. Este imaginativo mecanismo había descubierto su gran fiabilidad y validez generalizable para asuntos de control en beneficio de los ciudadanos de bien y para la seguridad del Estado.

Al día siguiente proliferaron los debates sobre, no sólo la patente validez, sino su influencia en las personas generando en ellas el factor miedo. El mayor control de la delincuencia conseguirá relajar a la población de tanta inseguridad.

La imagen proyectada de su cocina, trazos de su conversación mantenida con su mujer, al menos habían eliminado los momentos más íntimos. Mira que más de una vez había comentado que llegaba a sentirse a veces incómodo con la mirada de los personajes de las portadas. “¿pues no que parece que te están mirando?”. La paranoia es tal que la imaginación ha sido superada por la rotunda e irrevocable realidad.

Pocas opciones tiene para mañana, decir que se encuentra mal es una tontería. “Me despreciarán y se reirán de mí. No podré mirarles a la cara. ¿Cómo eludir aquellos comentarios?”. Su cabeza daba vueltas a cómo poder afrontar la dura papeleta de encontrarse con sus compañeros de trabajo.

“A veces me siento seguro y me repito que «pues bien, ya que saben qué pienso de ellos, no tengo que verme obligado a fingir más» y tendré total libertad para expresar lo que quiera y sienta”.

- ¡Pero, es que no dije nada bueno de nadie. No se escapó ni uno de mis críticas!

“Nadie querrá hablar conmigo”. Estos pensamientos negativos se apoderaban de él, sintiendo terror a enfrentarse a ellos.

“Me pregunto, ¿soy ahora más yo? ¿o al perder mi privacidad, mi intimidad, he dejado de ser?”

- Suerte mi amor, ya verás, no será tan horrible. Al fin y al cabo tú sólo has sido la muestra de lo que, en el fondo, todos piensan y todos hacemos en realidad. Te comprenderán.

- Sí, claro. Tendrán lástima de mí y me invitarán a un café.

- Bueno, cielo, ¡ánimo! Piensa que yo te quiero tal como eres.

Montó en su coche, puso la radio, había un debate con el tema polémico del fin de semana. De lo ético o no de estas actividades. Opiniones a favor y en contra. Expertos, políticos, sociólogos, psicólogos, y famoseo gritaban, discutían, se pisaban argumentos. Nadie decía nada de él, utilizado como conejillo de indias. Lo que importaba era el debate social, que se planteaba intimidad sí o no. Llamen al … Su vida destrozada, su derecho a la intimidad pisoteado, todo era válido por el bien común, por el fin del terrorismo mundial. Pero la gente ya nunca estará segura de no estar siendo observada, como el Gran Ojo de Dios, estarán vigilándolos y así seremos mejores personas. La verdad te hará libre. Los excesos matan

Apagó la radio y puso el cd último que había bajado de Internet. La canción quedó fijada cuando se estampó contra aquella valla publicitaria que decía: “Protege tus derechos, el desconocimiento mata. Informate-ya.com”