lunes, 28 de septiembre de 2009


Recibió como herencia casi tres mil libros. Vivía en un pequeño piso del extrarradio con su hijo un fin de semana sí y otro no.

Tenía apilados los libros en torres y remetidos por los huecos, aguantando entre una pieza de decoración, haciendo presión contra la estantería. Construyó con ellos una casa y un camión para su hijo. Eran como piezas de Lego, ahora una mesa improvisada, un pequeño asiento, hasta una cama para una noche loca. Los libros le acompañaban, y en las largas horas de insomnio, sus sombras parecían monstruos que, a veces, se derrumbaban, y otras se desvanecían por la mañana.

Un día, cansado de hacer escaleras, decidió leer, al menos las portadas. Al terminar dijo satisfecho, ¡cómo disfruto con los libros!

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Geometría de la vida.

La mañana comienza
en este espacio rectangular de mi cama,
el aire de septiembre entra disminuido
tras la persiana a medio echar,
hay levante fuerte, ruge metiendo miedo,
pero no le temo, ya lo conozco,
nunca va más allá,
una actitud chulesca y amenazadora
que nunca rebasa la línea.
Frente a mí, el ropero empotrado
con una bella pantalla de pequeños
espacios luminosos, reflejos del sol
a través de la lámina plástica
de las planas y antiestéticas persianas.
Las ramas de un árbol pasan
a través de esos espacios sombreados
y luminosos con un movimiento entrecortado y poligonal.
La suavidad es curva
y genera una visión continua
dando fluidez a los movimientos,
ese rápido pasar entre esos espacios alternos
produce una visión retardada
como los fotogramas de una vieja película muda,
rama que no se ve, rama que la luz hace visible.
Nunca fui una línea curva,
puede que en alguna ocasión llegara a ser mixta,
ahora, aquí tendida, mi cuerpo es un prisma
que se desplaza con dificultad por un espacio curvo
chocando mis aristas y no encontrando un posible ajuste.
El tiempo, dicen, lima las rectas más marcadas
y los ángulos y vértices se vuelven suaves
como piedras cuyas líneas rectas el mar convierte
en redondeces suaves y brillantes.
A mí no, a mí este viento de levante incrusta
en mis lados más elementos de fricción,
y una se mueve por el mundo
con traje incómodo que se quita pero vuelve a aparecer,
el mismo cuerpo poligonal
como muñecas rusas,
son las figuras imágenes delimitadas
entre luz y sombras,
puede que no haya ni cuadrados ni triángulos
ni paralelogramos que se precien
pero tampoco esferas, ni siquiera conos
puede que no seamos nada,
o luz o sombra, sin más
y simplemente la vida sea aparecer o desaparecer
entre esos espacios oblicuos
que la luz resalta
sobre un plano oscuro.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Intercambio


Aquella mañana se levantó algo raro, bajó las escaleras y abrió la puerta del patio para sacar al perro como cada día antes de ir al trabajo. El perro lo miró, lo olisqueó y echó atrás ladrando. Estaba extraño, no quería acercarse, no movía el rabo alegre, no saltaba feliz a su alrededor como de costumbre. Fue hacia él, quería acariciarlo, tranquilizarlo, preguntarle qué le pasaba, no lo llamó, callado acercó su cara a la suya y sólo acertó a decir: guau.

Quiso sacar el perro. Éste lo miró, lo olisqueó. Estaba extraño, no quería acercarse. Intentó tranquilizarlo, acercó su cara y sólo acertó a decir: guau.

Intercambio.

El perro estaba raro, no saltaba feliz a su alrededor como de costumbre. Intentó tranquilizarlo, se acercó y sólo acertó a decir: guau.