sábado, 27 de noviembre de 2010

Llegó esa ausencia de ti,
bañar de recuerdos el espacio que dejas vacío
porque te venció esta batalla
de dura lucha entre tinieblas.
Dónde vagaron tus pensamientos
en aquellos infinitos instantes.
Tus manos tocando la tierra
donde germinaron tus tomates y pimientos,
recreando tu torpe oído
con los trinos de los pájaros
en cuidado tan místico
sujetando la trayectoria de los frágiles tallos
con quebradizas y firmes cañas
alineadas y con cuerdas amarrabas.
Como el hilo que sujetaba aún tu vida
hombre de mirada dura y sonrisa tierna
que en tarea se intercalaban
pobre marioneta desvalida,
controlada por finos tubos que aún manejaban
tus movimientos rítmicos y desacompasados,
agitando con minúsculos resortes
tus manos que no acertaban a tocar
ese rostro envejecido de barba y años.
Esas piernas obstinadas en permanecer firmes
que, a duras penas, se sujetaban.
Son reflejos de este tedioso pero corto adiós.
Buscaron tus fuerzas heridas ese mar de tus recuerdos
qué imágenes cruzaron tus pensamientos,
un niño que juega con un caballo de cartón, quizás,
correr por los terrizos del campo con tus pequeños pies descalzos,
si fue un beso de aquel amor,
y sus frutos y los frutos de sus frutos.
Eres juez y parte de nuestras existencias,
que inevitablemente nos unieron a ti.
Si mueres, una parte morirá en nosotros,
y sin embargo, vivirás en esa parte
que guardamos de ti.
Son escenas que nuestra mente fijaron
con los matices que cada uno incorporamos,
cuánto de ti nos quedó ocultado,
cuánto que nos fue desconocido,
desde que, a este mundo llegaste,
muchas primaveras florecieron,
melancólicos otoños vinieron
y de ardientes veranos gozaste,
hasta llegar a este gélido invierno.
Es triste este momento,
que no tendrá ya un mañana,
donde ver tu rostro
y escuchar tus pequeñas quejas.
No sufrir por tu sufrimiento,
pero no tenerte ya cerca.
Y ahora, a cambiar todo por recuerdos,
llorar tu eterna ausencia,
y rememorar tu carácter atormentado,
de grandes contradicciones,
extrayendo de tus profundidades,
la luz que a veces te acecha.
No juzgaremos tus actos,
que ya la vida es jueza,
y te quitó así como te dio
grandes disfrutes.
Y es ahora cuando llegó la dura prueba
que siempre planeó sobre tu cabeza.
queremos pensar que vivimos
un sueño en este juego,
que en jugar, la vida se empeña,
y esta angustia de perderte
y volver atrás los relojes que bruscamente se detengan
en ese impás de tenerte o no tenerte,
que así tendíamos las prendas
que quedaron huérfanas de tu cuerpo,
como ahora nos dejan,
desnudas nuestras pupilas
de tu amada presencia.
Amaneció tu abandono, que ahora la tarde
te acuesta en esa cama eterna.
Llévate por todo equipaje,
nuestro amor, que ahora tu alma calienta.

domingo, 8 de agosto de 2010

Buscó la voz a la boca

Y el silencio al oído

Aquellas manos andan buscando un cuerpo

Y no es el mío.

A lo lejos, vio a la lágrima

Salir de la alcoba de tu iris

Negro gastado y blanco sucio.

Aquellos sonidos que no llegaron

Nunca a oídos.

Salieron de tus labios

Y no son míos.

Volver a tocar aquellos senos

Morenos y ocultos,

Blancos antes de salir el sol

Como dunas del desierto se doraron

Fuego que quemó mi rostro

Que oculté con aquellas manos

Que rozaron tu piel,

Que miró en tu alma

Y buscó en tu boca.

Aquellas palabras que no se pronunciaron

Y sin embargo recorrieron mi conducto auditivo,

Encontraron mis ojos sobre el suelo

El destrozo que tu silencio hizo,

Añicos de una pieza, este cuerpo,

Que ya no es mío.

Bebe la sed de mi boca,

Que dejó seca el manantial de tu olvido.

domingo, 20 de junio de 2010

Un día triste

A José Saramago

18 junio de 2010

Saber encontrar tus palabras en aquellas palabras. Descubrir con su mirada las profundidades de las cosas simples. Ver lo que para otro pasa desapercibido, saber expresar lo que sientes, saber decir lo que otros ni siquiera ven. No son esas palabras dichas, ni su lugar en la oración, no son descubrimientos nuevos sino realidades cercanas, expresadas de tal modo que uno se sorprende de su capacidad observadora, de los detalles pequeños, de las emociones humanas. Es vida lo que expresan sus palabras, son llaves que abren ventanas donde otros apenas vislumbramos la silueta detrás de los visillos. Él, mi desconocido y sin embargo, tan cercano y comprendido, sin sangre que nos una ni afectos que nos relacionen. Siento su ausencia como la de un amigo y la fatalidad de saber que no veré más sus palabas, no me descubrirán el objeto oculto, la sorpresa de su sensible mirada, y cuál fue la última, la que emanó de su cerebro y se escurrió por el apéndice de su mano, sujetando una pluma en ese grafismo romántico o dedo que tecleó hasta el último fonema. Tal vez, como un instrumento, igual que con la lengua, otra mano la tradujo, letras mezcladas, ahora formando palabra castellana, ahora portuguesa, de su fuente primigenia; que los años nos acercan al origen inevitablemente, donde se grabaron a fuego en la piel de nuestras neuronas. No brotará de este manantial agua nueva, ahora recogida en perpetuo circuito, ahí quedarán un mismo escrito para múltiples significados. Cada uno interpretamos, incorporamos palabras y sentir, y el sentir con el que fueron dichas. El movimiento es vida, y ahora ese rostro pétreo, ese cuerpo frío, se paró todo mecanismo. Muerto el ser vivo, abandonará sus preocupaciones humanas y si algo sigue, si algo continúa, ya por el conocido, visible o invisible, movimiento será al fin y al cabo. Lo que creó el escritor tendrá permanencia más allá de la memoria humana. Aprender de sus palabras, de su mirada, robarles siempre, aunque sé que la belleza no está en sí mismas, sino cómo bailan sobre la hoja para expresar ese sentimiento, esa descripción, en apariencia lingüística que lleva de un corazón a otro una emoción, rabia, tristeza, empatía, de felicidad, de admiración profunda, qué maravilla mirar como él mira y poder decirlo como lo dice y qué bien sentir ese mundo suyo, sentirlo vivo todavía.

Una historia que siempre se ve reflejada en la presente. Una muerte que se ve reflejada en aquella contada, y en otras que llegarán, también la mía.

jueves, 17 de junio de 2010

Del bajo al ático


Viene arrastrando los pies con paso corto pero rápido, cada mañana bajaba temprano para comprar el pan bien calentito y tomarlo con mermelada y mantequilla, desayuno que disfrutaba como un rey; aunque no había sirvientes que se lo llevaran a la alcoba o se lo prepararan en la salita abrigado bien con una mullida manta de cuadros en su sillón de orejeras con piel dibujando su silueta.

No quedaba lejos la panadería y los años que no vienen solos sino acompañados de averías corporales difíciles de arreglar y uno aprieta la tuerca con un trozo de trapo o ajusta la pata de la mesa con un pequeño cartón doblado. Así va uno poniendo parches para seguir dándole utilidad a lo todavía aprovechable.

Su andar particular de ritmo dos por dos, mirando al suelo formado entre su perspectiva de vista y su altura, el cateto al cuadrado de su paso pitagórico, pies que siempre llegaba tarde a lo que sus ojos alcanzaban, siempre pisando en un futuro ya visto. Hombre simpático y amable, no saludaba a veces, por no ver bien pero los amigos lo llamaban efusivamente, Antonio, ya vas aviado, Antonio, que no vea a nadie, Antonio, después nos encontramos en el bar... A todo asentía con un gesto amable, una palabra, una sonrisa, nadie quedaba sin respuesta. Llegó al portal de un edificio tan viejo como sus inquilinos. Seis vecinos quedaban aún en aquellos tres pisos y su ático donde vivía Antonio.

En el bajo izquierda estaba Adela, octogenaria. Su hija iba cada día, arreglaba la casa, aseaba a la anciana, le preparaba el desayuno y le dejaba en el microondas la fiambrerita de la comida para el almuerzo. Dejaba el aparato listo, marcado el tiempo, para sólo cerrar y poner en marcha. El plato al lado con el pan, vaso, servilletas y cubiertos. Luego la sentaba en el salón, le ponía la tele y le daba un beso. Vengo por la noche, mama. A ella aún le quedaba una dura jornada limpiando oficinas.

En el primer piso de sus cuatro viviendas sólo dos quedaban habitadas. Un matrimonio con su hijo de cuarenta años, esquizofrénico; las drogas trastornaron su cerebro, era un chico alegre y normal como todos los niños pero se echó malas compañías. Cuando sus padres quisieron darse cuenta, ya luchaba con monstruos imaginarios que sólo él veía. Enfrente vivía una buena moza que Antonio siempre piropeaba y ella correspondía con un beso. Cincuenta años de soledad obligada, quedó joven sin padres, las amigas se fueron casando, ella sólo del trabajo a la casa, sus revistas, su telenovela y algún café en casa de una tía. Tenía buenas carnes aún apretadas, pero ya se le pasó el arroz y nunca fue mujer decidida, ni de hacer amistades con facilidad. Compró un ordenador más por insistencia de sus compañeros de trabajo y una oferta comercial. Alguna vez intercambió email y mantuvo algún chat pero no pasó de ahí. Al menos estas conversaciones ayudaban para no perder las costumbres sociales.

Llegamos al 2º, tres de las cuatro puertas están pintadas de un marrón oscuro, de pintura brillante descascarillada, creando un paisaje desértico y abandonado. Puertas que guardan la nada, como interior de cuerpos sin alma. Sólo una está reformada, aspecto cuidado y moderno, con finas molduras y una pequeña mirilla sobre la que está un pequeño cartel en el que se lee “Dios guarde cada rincón de este hogar”. Es el 2º B. Ahí vive el pobre Pedro, lo guarda todo, recortes de revista, libros antiguos, cajas de lata de galletas, cola-cao y membrillo. Recoge objetos curiosos, rotos, que encuentra por la calle; mira la pieza y se le ocurre construir un móvil, colgarlo en la ventana para que los días de viento suene como campanitas. Últimamente colección a tapaderas de lata de los botes de cristal, intentando convencer a su mujer que hará algo para el pequeño de sus nietos. Veras mujer qué camión le voy a hacer. Pedro, hoy los niños tienen de todo, eso no le va a gustar. Ay, Pedro, Pedro, esto son porquerías. En un descuido se lo tira todo y él anda buscando durante días dónde lo dejó.

En el 3º se escucha música, normalmente nadie queda en este piso, pero será el hijo de los García, compraron una unifamiliar en zona bonita de jardines y calles cuidadas, rectilíneas, de aceras anchas, árboles jóvenes y verde césped regado con regularidad, que el ayuntamiento atiende a las apariencias y éstas van acompañadas de cuidadas fisonomías. Lo que haya dentro de aquellos muros ya es cosa íntima, que lo importante es lo que mira el ojo ajeno.

Este muchacho, con edad que exigía, traía sus aventuras al abrigo de censuras paternas. Estos jóvenes, piensa al pasar por la puerta, no sin cierta nostalgia de otros tiempos. Así anda esta juventud, entretenida en estos deleites, en un mundo que roba identidades, confunde conciencias y anula juicios. Viven mejor, tienen coche, y hasta un lugar donde sofocar estos ardores del cuerpo que reconfortan el espíritu. Tienen más que aquellos que dedicaron esfuerzos desde amaneceres y jamás pudieron soñar.

Sin embargo, los ve ahí, engañados muchos, convertidos en números, uniformados de vestimentas ideales y, sobre todo, inmensamente frustrados. Cabecea de un lado a otro no encontrando el origen del problema, quizá la única realidad posible sea este punto de locura para poder asimilar tal avalancha de información en este mundo caótico donde persistimos con el único pecado, pero también virtud de esta personalidad bipolar de la existencia.

Al fin llegó, el pan ya está frío. Metió con dificultad la llave que antes buscó en su bolsillo. Abre la puerta a un pequeño espacio apenas unos muebles, unos electrodomésticos antiguos, un frigorífico que enfría más por el hielo que lleva en sus entrañas, un pequeño televisor en la pequeña cocina, un fuego aún de gas y un microondas oxidado. Una pequeña alacena con algunos platos, vasos, tazas, una sartén grande y una pequeña. La olla roja con cardenales negros de muchas caídas y ya preparado en el fuego la cafetera aún caliente, pero no lo suficiente. Una vez más tendrá que calentar el café en el microondas, mientras unta de mantequilla y pone mermelada al blando y blanco pan, la harina espolvoreada como nieve sobre montaña, como caspa sobre jersey oscuro.

La mesa ya está preparada, con su mantel individual, e l azucarero y el libro.Del saloncito se sale por unas puertas acristaladas a una pequeña y hermosa terraza, llena de macetas selváticas, aleatorias, revoltosas y alegres, esparciendo olores y colores que alcanzan a su corta vista, frente a un espacio acotado de altos edificios, azoteas con trastero y ropa tendida, un mar de antenas como un espacio interestelar, redondas, alargadas, y llenas de aristas, torretas metálicas, ventanas y más ventanas, abiertas, entreabiertas y cerradas, muchas ahora vacías, que, como verbenas se encienden cada noche cuando sus dueños las habitan. Se llenan entonces de olores, de voces, de gritos, de calor humano, todos arrastrando cansancios del día.

Lleva la taza y el plato con el pan, se sienta agotado, callado, mira, costó subir estas escaleras, cuesta vivir esta vida sin ella, sin nada y entonces mira hacia arriba, tan cercano como para tocarlo con el dedo, este cielo, esta luz del día, esas nubes esponjosas. Merecía la pena subir cada día estos altos escalones para tener ante su vista este inmenso cielo, esta paz infinita, no de ruidos, que no eran pocos, sino de esta guardada, acumulada por hermosos recuerdos que aparecían y desaparecían por las calles de su cerebro y, de vez en cuando encontraba en alguna esquina. Ella apoyada sobre aquella vaya y su sonrisa.

Entraba de mañana, salía cuando oscurecía. Aquellos cuarenta y cinco años en la empresa, empleo que consiguió gracias a un vecino. La fábrica, su familia, más horas le dedicaba, es la dignidad del pobre, su entrega al duro trabajo. Es de locos, aunque peor sería el dorso inclinado sobre la tierra, de nuevo la mirada oblicua. Es la desgracia del pobre, ser corto de miras, ahí andan los ricos expansivos, con amplios horizontes donde nunca cae la noche. Él, sin embargo, tuvo más sombras que luces, que no es lo mismo que decir hombre de poca sensatez, formal fue toda su vida. Hubo mujer e hijos, ilusiones y pesadillas, lucha y enfermedades tempranas, y un tras-trás, tras-trás de la cinta empaquetadora, vigilante siempre, cayendo aquellas piezas en su justo espacio cuadriculado y él atento de manos y ojos, y cerebro ausente, libertad que a estas alturas se permitía. Cuando llegó la hora de vivir se acabó en dos días.

No es de un sólo color la vida, la risa se improvisa, el sol calienta, este desayuno que es una delicia y cae en el estómago arrugado como maná en tierra árida pero agradecida. Este libro que avanza página a página, estos pasos, escalón tras escalón hasta su guarida, y aquí ahora, por fin, tragándose esta luz infinita, tantos años negada, que a ella se adaptó su vista.

Una bocanada de aire, otra de pan con mermelada y mantequilla y para que baje, un sorbo de café. Esto es vida.

lunes, 19 de abril de 2010











Una historia en blanco y negro

Recién inaugurado el parque que apenas divisaba desde la ventana de la cocina de su nuevo piso, una tercera planta, este sí, con ascensor, en una recién estrenada urbanización, como un traje nuevo que se cuida de estropear y manchar. Calles, farolas, árboles, aceras y papeleras con aún etiquetas de compra. Pero a cambio, ausencias de tiendas y bares, de conocidos vecinos, de encuentros cotidianos en los lugares de costumbres: la carnicería, la panadería, el quiosco de prensa o el pequeño supermercado que abastecía sus despensas.

Manuel abandonó la casa vieja donde vivió los mejores años de su vida. Allí entraron una chica morena de pelo rizado, con la mirada inocente de sus veinte años. El se dejó bigote para parece mayor. La vida entonces también tenía color aunque todo parecía sepia; que envejecía en aquella fotografía, uno de los días más hermosos de su historia de amor. Allí fueron padres, allí se agotaron calendarios y se estropearon relojes. Allí se reconocían en el espejo aunque si se miraran ahora, se extrañarían como desconocidos. La vida necesita de esa continuidad, pero hay cosas que no soportan el paso del tiempo y delatan dejando en evidencia como niños descarados o impertinentes, arrugas de dentro y fuera. Los hijos que crecen, los achaques y deterioros del cuerpo, los muchos que marcharon, los pocos que iban siendo amigos. Las emociones despintadas y el desengaño continuo, eso sí nunca renegó de lo vivido y aunque apenas perdieron pelo, estos blanquearon. La niña se casó y el pequeño marchó al extranjero. De nuevo como novios, se dijeron pero poco les duró aquella nueva luna de miel, y la vida le entregó a ella la última carta. El tiempo aquel día lo acompañó en su dolor que continuó en una larga temporada de intensas lluvias pero como siempre tras la tormenta vino la calma.

El día a día estableciendo una nueva rutina. La habitación a oscuras cada mañana aireada, aquella ventana que dejó abierta cuando salió de aquella casa. Ventana por la que cada mañana tomaba la temperatura al día con el termómetro de la palma de su mano. Hoy cogeré chaqueta que aún refresca este mayo. Bajó las viejas escaleras con mucho cuidado y encontró en el portal a un funcionario que echaba papeles blancos con tinta negra, doblados y grapados por el centro. Qué son estos impresos, tuvo la osadía de preguntar, él que siempre fue hombre discreto. Ya lo verá usted cuando lo lea. Son del Ayuntamiento. Déme el mío, por favor, es el 4º C. Cómo se llama. Manuel Blanco. Y qué más, pero hombre, que soy el único. Tenga. La orden de desahucio. No le extrañó, meses antes ya vinieron aquellos señores, arquitectos y peritos que entraron en su casa invadiendo sus adentros. Miraron en dormitorios y baños, tocaron paredes y techos, tomaron fotos y para ver una grieta retiraron el retrato que con tanto cuidado veneraba cada día. Un mes para recoger tantos recuerdos, fotografías de tantas cosas vividas. Qué sería de su memoria frágil sin éstas. Los libros compartidos, regalados, dedicados con frases de intenciones ocultas y significados secretos; algunos encontrados, la gente todo lo tira. Discos que acompañaron sus viajes y tantos otros momentos. Tantas horas y días, como en una cacharrería, se acumulaban los objetos cargados de recuerdos.

No le importó demasiado, había tenido que decir adiós a tantas cosas que una más qué importaba. Era perro viejo y sabía que la vida tiene mal pronóstico y al final siempre hace su despedida a la francesa.

Su hija hizo todo lo posible para que se fuera con ella. Estaba lo bastante lejos para quedar a comer, pero lo suficientemente cerca para encontrarse de fiesta en fiesta. Quedó en llamarlo cada día. Y el extranjero, es una aventura demasiado joven para el que se ha hecho ya a las viejas costumbres y rutinas.

Al final todo tiene una solución fácil y aunque nunca encontraría un alquiler como el de su vieja casa, ahora tenía pocos gastos y podía pagar aquella subida.

La urbanización, no era el típico barrio, que suena a añejo y a historias de vidas de Berlanga. Estas viviendas de extrarradio no desean mimetismos, más bien buscan diferencias, unas piedras aquí, una valla transformada, un elemento de color, unas ventanas de madera o un balcón hecho cierro. Su casa quedaba cerca de unas unifamiliares, uniformadas inútilmente intentando lucir su personalidad.

La soledad no era allí mayor pero sí que se encontraba con menos gente. Aún no conocía a sus vecinos, por lo general parejas jóvenes con niños pequeños, llorosos, mocosos y gritones y sin embargo su corazón agradecía esa calidez. Procuraba dar una vuelta por la zona, donde se cruzaba con los que iban paseando sus perros, entregados a sus necesidades con el pretexto de sentirse sus dueños; otros haciendo footing o con bicicletas y mujeres de cierta edad que acostumbran a andar para mantener a raya su colesterol. El parque era perfecto para sus paseos, allí entre sus plantas recién sembrada, sus árboles, que aún no conseguían dar sombras, pero con bancos generosos para el descanso y el deleite de observar; observar a los otros, los que viven. Él rebajó el ritmo, ya nada era igual. Sí, respiraba, dormía, comía pero este ser vivo abandonó hace tiempo el tren del que se bajó, o más bien, lo tiraron. Así se sentía como un viejo, sentado en banco de estación, viendo a los pasajeros en su trajín vital, sus idas y venidas. Para él, la distancia era corta y para ella le bastan los pies.

Esa mañana lucía un día de esos que te entran ganas de vivir, donde todo es hermoso, la gente amable, el aire, su olor perfumado que alimenta los bonitos recuerdos y los pensamientos tiernos, todo tiene una tonalidad blanca como la luz descomponiéndose en un arco iris de emociones coloridas y positivas. Estaba bien entrada la primavera pero el sol aún se hacía soportable, así que entró en el parque, jugaba unos niños con una pelota, otros andaban por los columpios, las madres charlaban y reían. De vez en cuando gritaban un nombre seguido de alguna advertencia: ¡Rubén, cuidado que te vas a dar! ¡Carlos, Javier, no juguéis así que os vais a hacer daño! ¡María no le des tan fuerte a tu hermano, que lo vas a caer! Un continuo juego de control y habilidad para escapar de él. Un hombre paseaba con un perro pequeño y peludo a pesar de los carteles que prohibían su entrada. Las mujeres lo miraron desafiantes, sin atreverse a decirles nada, esperando que interpretra sus miradas asesinas –lástima no viniera ahora la policía y le pusiera una buena multa- decía una a la otra bajito, como se dicen los secretos.

Al rato, se levantaron llamando a voces a sus hijos, el infractor y su perro también marcharon y él quedó feliz, solitario, respirando la mañana como si esnifara una droga que le aportaba vitalidad.

De pronto la vio, reconoció su figura inconfundible, conocía tan bien cada línea de su cuerpo, esos límites, esas carreteras secundarias y autopistas sin peajes, que tantas veces había delimitado con sus manos. Se acercó, ¿qué haces aquí? ¿Por dónde viniste? dijo con extrañeza fingida ¿Dónde iba a estar si no? me dejaste en aquella casa sola. Por eso te dejé la ventana abierta. Sí, pero tuve que presenciar aquel destrozo, nuestros humores salieron huyendo, nuestras palabras dichas, sepultadas; entre los escombros nuestros besos y abrazos, nuestros lloros y rezos; y aquellos monstruos de hierro ahogando las risas de nuestros hijos. Vente conmigo, te enseñaré nuestro nuevo hogar. Allí de nuevo lo llenaremos de amor. Ella le miró, se te ve cansado, no, sólo estoy viejo.

Aquella noche hicieron el amor como sólo se hace en los sueños. Por la mañana el teléfono sonaba insistentemente. Nadie lo cogió.

lunes, 12 de abril de 2010

domingo, 21 de marzo de 2010

Descreidos

Dejad que los niños se acerquen a mí. Esta máxima ha sido llevada a sus últimas consecuencias por religiosos de todas las épocas. Gente que “gozan” de unos privilegios e impunidad. Esta gentuza encuentra en esos ámbitos la posibilidad y el encubrimiento perfectos para sus inclinaciones perversas. ¿Se justificarán después en frío? ¿Serán conscientes del daño tan atroz que ocasionan, o se engañarán con argumentos novelados del Decamerón o justificaciones prepotentes?

Mis años han tenido que ver y oír muchos de estos desgraciados casos. Estos individuos actúan con todas las ventajas posibles, tienen a su alcance “mercado fresco y abundante” y cuando se conocen algunas de estas desgraciadas actuaciones, la Iglesia, esa respetable institución que vela por la vida de un embrión, no es capaz de respetar la vida de un ser humano, no en potencia, sino en acto, que sufre y cargará con las consecuencias toda su vida. Esta, como digo, poderosa institución, los coge y los envía a otro lugar donde seguirán haciendo lo mismo, ocultos y protegidos por individuos que, probablemente actúen igual, pero que aún salvan el pellejo. Seguramente les dirán, cuando se sabe públicamente, ¡pero, hombre, padre, tenga usted más cuidado, disimule y extreme la cautela y, sobre todo, elija bien a sus víctimas, no a débiles que confiesan todo…!

He escuchado en muchas ocasiones de representantes y acólitos de este club, que deben ser considerados también como hombres, con sus debilidades, con sus pecados y sus tormentos. Y yo les digo, -y la gran mayoría no sienten ni arrepentimiento-, si son hombres, ¿por qué deben tener estos privilegios? Sus comportamientos son delictivos y, como consecuencia, supeditados a la ley civil, con todas sus consecuencias, y no tapujos y con tierra por medio, quedando totalmente impunes sus delitos y lo que es aún peor, dejándoles la puerta abierta a estos depredadores y al alcance, tiernos cachorritos. Desde que la Iglesia encontró el perdón para justificar todo, piensan que todo se arregla con el arrepentimiento –falso por lo general-, lástima que sólo aplique ese acto de bondad y caridad, ese celo por el bien, con sus miembros, pero no tengan misericordia con los demás seres humanos.

Caen con todo su equipo sobre personas buenas que necesitan la comprensión y apoyo social y qué cautos se presentan cuando tienen que tomar partido y opinar sobre estas bestias.

La Iglesia defrauda continuamente, se les ve el plumero a poco que arañes la primera capa, apesta a poderes y bajos fondos, de apariencias falsas.

¿Por qué tanto empeño en demonizar a las mujeres con vídeos y dibujos escabrosos de abortos, imágenes truculentas que fundamentalmente encubren una enorme misoginia, y sobre todo mostrar un escaparate de humildad y respeto que no tienen? No más que estadísticamente se da en la población. No son sus hábitos los que los hacen buenas personas, ni siquiera su ideología que tergiversan a su antojo. Que no sólo se arrepientan, sino que eviten el pecado, el daño al prójimo y a uno mismo. Esto es asequible para cualquiera. De poco sirven sus Concilios y sus muestras pomposas y grotescas de falsa humildad. Sus hábitos sólo les sirven para cubrir sus bajos instintos, sus personalidades enfermas, sus intereses lucrativos y de poder, y, sobre todo, su arsenal de destrucción masiva. No lo busquemos en el pueblo, éste ya tiene sus castigos, espías, su vigilancia y su justicia. Busquémoslo en sus congregaciones, sus colegios y conventos, sus organizaciones beáticas aniquiladoras de cultura y dignidad, busquémoslo en su cúpula de poder y nos quedaremos trágicamente sorprendidos. Ningún país, ningún organismo, ninguna mafia es diferente en su despotismo y aniquilación humana, sólo que a éstos, ya los conocemos, vigilamos y, a veces, con suerte, los destruimos. Pero aquellos, aquellos están bien protegidos de oro y diamantes, de poder en todos los sentidos. Y si te atreves a atacarlos te muestran como a endemoniados sus crucifijos, como si ese pobre hombre desnudo tuviera culpa de algo, más bien tiene que estar en el paraíso revolviéndose como en sepulcro de cómo estos canallas dicen que Él dijo, y donde dijo digo, digo Diego.

Mi respeto al hombre decente, sin título. Sus justificaciones, las mismas que las del asesino o el vagabundo, que sin respaldo, se enfrenta a su cruel destino.

Generalizo, cierto, porque, cuando ellos hablan, también lo hacen, se sienten uno; estupendo, pues su cuerpo apesta, porque están corrompidos, obsoletos, fuera de la realidad, pero peligrosamente bien sujetos a ella.

La Iglesia es sólo poder, que no engañen con falacias, “la Iglesia somos todos”. Hace tiempo que saben que un club sin miembros no hace nada, cuanto más números para alardear, mejor, pero hacen trampa, y ellos lo saben. No son todos los que están. Venimos de épocas tristes, y la religión es, ha sido y será un enorme poder de control, y el controlado no es libre, pero basta como número, basta que repita adoctrinadamente su mensaje y, si apuras, ni siquiera esto es necesario. Lo apuntas y ya está dentro, aunque lo hagas por costumbre, aunque lo repitas por defecto, por adaptación social y pocas veces por convencimiento. Que hay convencidos que dan miedo de cuánto odio camuflado de palabras vacías, llevan dentro.

Abramos ventanas y puertas de iglesias oscuras. Rompamos vidrieras luminosas, “de colores” engañosos que ocultan su negrura. Limpiemos de confesionarios retrógrados que ocultan rostros y gestps que convierten a la persona en objeto, de pecado, de voz que relata sus secretos, secretos morbosos, que alimentan otros secretos. Yo te digo, te absuelvo, y tú vuelves al rebaño hasta nuevo infierno. Cuanto más intelectualizado, más justificadas sus debilidades y pecados.

El sacerdote se perdona lo que tienen de ser humano, tres padres nuestros para la mujer infiel, para el niño travieso, dos avemarías y un credo, pero él tiene a veces, mujeres y niños ocultos, declinando y abandonando sus responsabilidades; ellos escuchan los placeres humanos y ellos los practican con asiduidad.

Gente buena las habrá, ya digo, como en la población en general. Si eres buena persona, deseas y buscas el bien para el otro. No te hacen falta espacios protegidos ni vida cómoda sin responsabilidades ni sueldos por subirte a un púlpito. Sal a la calle, acércate al que sufre, sé una persona que trabaja como cualquier otra y lucha por unos hijos que, además, de alimentarlos y cuidarlos, intenta hacerlos hombres buenos y personas felices. No hace falta encerrarse en un convento, es más, hace falta que ayuden fuera, sus vidas son egocéntricas, cómodas, tranquilas, sosegadas y protegidas. La vida, la verdadera está fuera de esos muros, de necesidades reales, dejémonos de trascendencias, de miradas místicas y de intenciones lascivas.

Que abran puertas y ventanas, que derriben muros, que salgan a las calles y convivan con sus convecinos, que se desprendan de lujos y artificios, que por favor, no me vengan con argumentos de este tipo: “es que si tuvieras a tu padre, no le darías lo mismo”, o “esto es arte y un beneficio para la humanidad, que de otro modo no hubiera existido”… Pero mientras, yo me lucro. Anda, practicad vuestra ley, desprenderos de bienes materiales, ¿no predicáis acaso, que no tengamos apegos de este tipo?

A veces me pregunto si podemos ser, a veces tan ilusos, nos engañamos por torpes o por listos. ¿Cómo, con el nivel de progreso alcanzado, aún estemos por este camino? ¿Son conveniencias o es que su poder es infinito? El ser humano es susceptible y vulnerable en estas miserias y en psicología humana son expertos, nuestras incógnitas y miedos requieren a veces de estos artificios. Y ellos lo saben, pero, por Dios, ¿es qué no lo vemos? ¿No nos damos cuenta de su gran mentira, que engañan a inteligentes e idiotas, a pobres y ricos? ¿Vamos tan preocupados en nuestros quehaceres que ni siquiera cuestionamos? ¿Son tantas nuestras necesidades de trascendencia que preferimos mentiras no demostradas que preguntarnos si todo esto es lógico? ¿Si es peor un silencio que una mentira, si debemos permitirles este dominio? Las víctimas siempre son más numerosas, pero ignoran su poder, el día que lo reconozcan, el ogro será destruido; pero ellos son estudiosos, saben mover hilos, saben dividirnos, saben entender nuestras debilidades y utilizarlas en su beneficio. El hombre es religioso por naturaleza, no amigo, ¿qué es eso de religioso, y qué naturaleza es esa? Que yo no veo a monos entregados a rezos, que no veo a pájaros en coros ni a pingüinos con gorros absurdos, no veo a vacas abnegadas fustigando sus pecados. Sólo veo a hombres creídos de inteligencia y engañados como simples lombrices, que hasta ellas son más sabias y saben para qué existen.

El hombre sólo se necesita para ayudarse, para conseguir su supervivencia, y en este mutuo beneficio, más vale ser bueno que malo, aunque muchos prefieran los segundo.

Que miramos al cielo y nos inunda el miedo a lo desconocido, pensemos que eso es bueno, busquemos, que es lícito. Pero, por favor, no seas esclavo de nuevo. Ellos, término genérico, te quieren manipular en su beneficio. Eres un rédito con intereses, eres un tonto que se engaña fácilmente, aunque debo reconocer que tienen buenas estrategias, que no es tan fácil verlos venir, que tienen otros poderes a su alcance. Y la información es un arma de doble filo. Y a la vista está cuál están usando en todos los sentidos.

¿Qué poder tenemos el hombre y la mujer de la calle, qué coraza, qué trinchera, qué armas, si incluso el saber está contaminado de correligionario y proselitismo, de conocimiento manipulado? A veces, una ausencia es suficiente, otras, un pequeño cambio y artificio.

martes, 12 de enero de 2010

domingo, 10 de enero de 2010