viernes, 25 de septiembre de 2015

El aguante del hombre



Un hombre es capaz de aguantar un puntapié, un empujón en el metro, una mirada inquisitiva, un dolor de cabeza, un insulto injusto. Aguanta la verdad que no tiene remedio, el defecto propio, a veces, hasta el ajeno, horas interminables de trabajo, injusticias sociales, poco sueldo, jefes autoritarios, vecinos incorrectos. Aguanta el frio y el calor del verano, las situaciones incómodas, el desnudo ajeno, a veces, hasta el propio, la vejez y su deterioro, la edad cronológica, el acné juvenil, los impuestos, la suegra, al padre y a la madre. Aguanta un desamor, una enfermedad, la muerte, la guerra y el hambre. Aguanta el maltrato, el acoso, la tortura física y psicológica, el rechazo del otro, la vergüenza propia, a veces, la ajena, siempre la inevitable.
El hombre aguanta lo inimaginable, la realidad que supera a la ficción, la mentira, la palabra obscena, el sexo mediocre y el amor hipócrita, la amistad infiel, las verdades a medias y las mentiras piadosas, subir sin ascensor hasta el séptimo piso y ceder el asiento a una anciana a pesar de estar agotado, cabreado, indignado porque nadie se lo merezca. El hombre aguanta al perro que ladra, al niño que llora, al conductor que insiste con el claxon. Aguanta el tráfico infernal, las noticias que engañan, la realidad espantosa que muestran, aguanta tener cada vez menos derechos, caminar más inseguro, tragar lo que le ponen por delante, aguanta la protesta que no lleva a ninguna parte, el silencio indigno, la palabrería barata, el discurso prefabricado, la apariencia forzada, los canallas, los que amenazan y esclavizan, aguantan la escasa vivienda, las soledades, la tiranía y la miseria.
El hombre aguanta a la mujer y la mujer aguanta al hombre, al compañero, al anónimo, la tradición y las convenciones, los hábitos, la rutina y el aburrimiento.
Aguanta todo lo que le echen, aguanta por costumbre, por desidia y pereza, por eso y, tristemente, el hombre sigue aguantando la indecencia. Tal vez el hombre prefiera tener que enfrentarse cada día sin descanso a todo lo inaguantable y es por eso que el hombre piensa que es mejor lo malo conocido que cualquier futura benevolencia. Pero puesto a pensar, creo que todo esto responde a un defecto de fábrica, el hombre aguanta por constitución, prefiere no resistir a la resistencia, antes que tomar la libertad de decidir con firmeza lo que está dispuesto a permitirse aguantar, a lo sumo, un dolor de muelas, un accidente imprevisible, un día de lluvia, un viento tosco, la incongruencia, el paso del tiempo y la muerte, aunque no su insolencia.
La vida sostiene al hombre y el hombre da vida a la vida, el hombre camina, se mueve, avanza, nunca morir antes de muerto. Lucha, levanta la cabeza, sigue tu mirada puesta en el horizonte, allí, quizás a lo lejos, no tan cerca, te espere otro camino, otra vereda, otro espacio donde encontrar lo que buscas, las respuestas a tus ansias, donde hallar la razón de tu existencia.  

5º Aniversario



Los humanos, tan hechos a las celebraciones, que hasta las ausencias vamos contándolas como un logro, aunque en este caso sea de muerte. ¿Celebrar la no existencia? Puede que consista simplemente en seguir teniendo en cuenta un recuerdo, una vida pasada hecha a retazos, que así es como nos queda en la memoria lo vivido.
Dicen que las fotografías no engañan, que muestran todo aquello que está y luego olvidamos, a sabiendas o no y hasta camuflamos. No es cierto que la fotografía enseñe toda la verdad a pesar de justificar que esos elementos estuvieron ahí; ni hablan realmente de la realidad, cuando lo único que es real y verdadero queda oculto, aquello que va más allá de lo que demuestra la evidencia, que nunca es tal. Esa apariencia palpable, aunque sea por el sentido más sentido, al menos el más promocionado e importante para el hombre, que es el ver, hace innegable lo que aparece en ese recuadro que encuadró un pasado. Sin embargo, no es más que un recuento de los componentes, un cuerpo sin alma ni vida.
Pero te veo ahí sentado en la silla de plástico del patio, esa de las que a fuerza de sol e intemperie un día nos deja tirados en el suelo. Tienes sobre tu regazo la bolsa del pan duro, atareadas las manos en desmenuzar las migas de pan. Es el alimento para tus pájaros. A tus pies, Chiqui y Chomsky te acompañan, como siempre, están a tu alrededor, buscando tu cariño y aunque sumido en tu tarea, sois todo un mundo silencioso de amor, de amistad. Ellas te adelantaron en este corto trayecto de la vida, quién sabe por dónde andarán sus moléculas, igual que me pregunto qué habrán sido de las tuyas. Poco quedará de ese menudo cuerpo que te sujetó en vida, aunque me niego a sentirte en aquel lugar oscuro, lleno de vidas que te devoran, frente a un sol que no te dará nunca más calor ni luz y que tanto añorabas.
Aparecen por el encuadre la mesa y las sillas del patio, estas de hierro y de piedra la tapa de aquella. Cubierta la mesa de macetas y algún jarrón y cenicero de barro que quedó como objeto de decoración desde que abandonaste, más tarde que pronto, el vicio del tabaco.
Un fondo verde delimita la casa de la parcela de al lado, donde cultivabas tus tomates, pimientos, berenjenas, florecía en primavera algún naranjo y una higuera se dejaba coger alguna breva después convertida en higo, breves y continuos como los placeres de la vida, aunque nunca fueron tantos como los de la higuera que lindaba con la parcela vecina, ¡qué placer efímero deleitando nuestras papilas gustativas pero qué por poco duraba lo bueno! Allí, en tu mundo campestre, donde hubo cabra y chivo, gallinas, gallos y pollitos, palomas, canarios, jilgueros y mixtos. Y gatos foráneos que te amargaban la existencia. Desgraciadamente quererlos quitar del medio para salvar a tus pajaritos, parecer ser que se llevó por delante a la ingenua y buena Chomsky.
En el bajo muro que separa la parte humana de la agrícola, el pretil está cubierto de pequeñas macetas, puestas en fila como los vagones de un tren y dos limones cogidos del árbol reposan antes de ser exprimidos o consumidos por la podredumbre. Todo aquello como parte de vida, algunas cosas prevalecen aún insolentes superando tu presencia. Cerca de la puerta de la casa que queda oculta en la imagen más efervescencia verde, plantas de enredaderas y una mecedora vieja pero aún servible, que abandonó el hogar al exilio del exterior, como viejo que sale de la casa para ingresar en una residencia; una tumbona de playa, donde te dejabas relajar en la siesta, a cuerpo, sin cubrirte con nada, dejándote llevar por el mundo de los sueños, vagabundeando por los pensamientos y disfrutando de las ensoñaciones con la esperanza todavía intacta por tus proyectos, siempre relacionado con el campo y los animales.
Verte ahí con tu trabajo de jubilado entregado a sus quehaceres preferidos, dándole vueltas siempre a la cabeza, echando cuentas en sumas fáciles con tus rudimentarias matemáticas.
Pero, ¿ves?, ya estoy viendo mucho más que lo que tengo ahí enfrente, en ese papel de celulosa o el material que sea del que está hecho, esa mala impresión de fotografía, sin embargo, tan necesaria para revelar cosas que estuvieron, hechos que pasaron, personas que existieron. Otras, por el contrario se guardan en los archivos de nuestro cerebro que ayudarán a otras semblanzas.
Sí que están un suelo de losas de granito, unos perros, muchas plantas y objetos y un hombre, concentrado en su tarea. Está casi parado pero no inactivo y, conociéndolo como le conocí, estaría entretenido en sabrá dios qué pensamientos preocupantes, tal vez de salud, pues poco quedaba para el calvario que se te avecinaba.
Tu rostro está relajado, metido en lo suyo, tanto que me has hecho olvidar al que te observa, no recuerdo siquiera si era yo o Javier quien te echó esta foto, o fue otro cualquiera y yo me la apropié un día que la vi por casa, porque así es como yo te veía. Esta imagen te representa más que ninguna, muchísimo más que otras donde miras serio a la cámara o aquella otra que enmarcada prioriza mi pequeño altar. Esa que nos diste, barruntando tu final, a cada uno de tus hijos porque en ella te veías joven y guapo, con tu pelo negro aún, el tupé bien marcado, la mirada acuosa no de llanto sino gastada ya por los años de lucha que para ti comenzaron pronto, como los niños de entonces. En aquella estás posando, aquí te dejaste ver, sin demostrar nada, siguiendo tu protocolo cotidiano.
A veces pienso quién eres, tal vez el padre que conocí que dejó en mí ciertos recuerdos, unos mejores y otros peores, pero todo con el sabor de la ternura por lo que fuiste, un hombre, con todos sus defectos incluidos e incorporados, queriendo y sin querer. Sin embargo, cuando pienso en ti ya no te veo sólo como al padre que tuve, que me ha dado parte de lo que soy y mucho más de lo que hubiera querido quizás, porque uno es víctima y verdugo de su propia vida. Ahora te veo como un hombre que ha vivido para que yo también viva, no puedo renegar de nada o no debería, puedo protestar o agradecer mil cosas y todas tengan parte de razón, pero sé que abandonando tu cáscara humana, quedó en ti lo único y verdaderamente bueno, lo auténtico, lo sustancial, lo que estaba dentro de ti y, muchas veces, por las circunstancias, no se dejó mostrar. Como hoy esta foto no muestra todo lo que fuiste, porque oculta más que habla, porque el observador objetivo no alcanzaría nunca ver más allá de lo que eras, porque los hechos engañan, como nos engaña la vida para acabar (casi siempre) maltratándola.
Estás estático a pesar de intuirse la actividad, ¿por qué no puede ser la muerte también eso?, una simple ilusión de falta de movimiento, un fotograma inmovilizado por nuestra incapacidad de ver sólo con estos ojos que la vida nos puso en el rostro, sobre la nariz, uno a cada lado, sanos pero imperfectos siempre, que se abren y cierran, que guiñan y se espantan, que enferman y mueren, que envejecen y se deterioran antes que el ocaso se llene de oscuridad. Pero, si hay estrellas que están y no las veo, ¿cómo puedo estar tan segura que más allá donde no alcanza mi vista la luz más cegadora está brillando eternamente?

viernes, 11 de septiembre de 2015

PIEDRA Y TELA (Presentación)



La piedra parece rígida e inflexible, inerte y fría, sin embargo, se deja modelar por el mar y el viento. Los granos de arena pulen su superficie, entregada dócilmente se ofrece a sus caricias que marcan surcos en su fisonomía.
Igual que si estuviera llena de vida, se modifica y va transformándose a lo largo del tiempo. Como si mudara la piel, nunca es la misma y retiene en su cuerpo el frio del hielo y el calor del fuego.
La piedra no se interpone en nuestro camino sino que lo bordea o es parte del mismo. En su obstinación parece dirigirnos o quizás sitiar al peregrino, pero simplemente nos protege del itinerario peligroso, evitando que nos perdamos por recorridos desconocidos y, aunque nos provoque algún tropiezo, siempre es para advertirnos que llevamos el paso equivocado, pues, tras recuperar el equilibrio, nos hace reflexionar y tal vez fijar un nuevo objetivo.
No es ella la que nos frena en el deambular de la existencia, sino nuestros prejuicios y pensamientos, porque, generosa, nos dio la herramienta y se inmoló en el arte. Nos ofrece su sincero apoyo y acoge nuestro reposo, permitiéndonos recrearnos en el paisaje.
Cuando la vida nos ata con sus lazos invisibles pero certeros y nos inundan ansias de libertad, salimos del espacio marcado y, elevándonos sobre ellas o apoyando nuestro pie en la piedra saliente, saltamos los muros que el hombre creó.
Por su textura y colorido, la tela nos llevó por sueños mágicos. Su cuerpo flexible y sumiso nos sumerge en un océano de olas suaves y benévolas, con sedosas caricias, como una segunda piel. En la orilla de su playa encontramos también los filamentos de sus arenas. Toda una fauna se expande en su territorio y un arcoíris de algas nos cubre con un manto blando, gelatinoso, denso y cálido arropando nuestro cuerpo de sirena o monstruo marino.
La tela es dúctil y frágil, pero sólo en apariencia, pues si a la piedra la modeló la naturaleza antes que la mano del hombre clavara en sus entrañas el cincel y martillo, ella hace frente al viento y encauza el destino del navegante y se ofrece en sacrificio mostrando heroica sus cicatrices con puntadas de hilo.
De sus líneas rectas emergen frunces, volantes y colinas, se cubren de adornos sus llanuras como frutos de un árbol, creando el hombre, como un dios de la nada, un hermoso paraíso de formas y texturas diferentes. Si la piedra engendró al rio y parió la montaña cayendo por abismos, la tela cubrió el cuerpo desnudo, a falta de cueva hizo tienda y resbaló por contornos de otros precipicios. Ambas, divinas y humanas, inventaron su propio lenguaje donde la imaginación, siempre mística, pudo encontrar en unas manos su expresión.
Materia entretejida como se hilan las palabras, todo un paraíso de los sentidos que engendra emociones y esboza la imaginación, embebida de energía: piedra y tela crean otra forma de literatura.
La piedra forma una sociedad jerarquizada, pirámide de distintos estratos. Bacteria mineral reproduciéndose en infinitos pedacitos, hijos fiel imagen de su madre. Toda piedra es preciosa, hermoso el simple guijarro. Elevada sobre el cuenco de una mano, calavera shakesperiana, llega a ser piedra filosofal que crea sueños intentando responder a la eterna pregunta. Construyendo mosaicos y tejiendo telares creamos otros mundos. Unir, despedazar, construir, destrozar, el todo es infinitamente múltiple y en cada fragmento podemos hallar el inconmensurable infinito.
Permanecerá el etéreo recuerdo de nuestra existencia
en la piedra marcada por nuestro paso
y dejará impresa su huella
en el esqueleto de nuestras vestimentas.