jueves, 9 de marzo de 2017

Día de la mujer



Celebremos un año más el día de la mujer, organicemos programas, eventos, actividades, concentraciones. Proyectemos películas, rebusquemos en el baúl de la historia mujeres excepcionales, ocultas bajo el imperio de los hombres. Hagamos documentales sobre la discriminación de la mujer, focalicemos la energía en aquellas culturas ancestrales que se mueven anacrónicas por una sociedad capitalista y de consumo. Hurguemos, sin embargo, en el déficit de aquellas para hacer más disimulados nuestros defectos. En esta sociedad democrática, celebremos, porque celebrar es recordar un acontecimiento pasado, un logro presente. Aunque, claro está, no podemos celebrar lo que aún no se ha alcanzado.
Este mundo tan acostumbrado a las apariencias y a las poses, más proclive a lo cómodo y llamativo, estará más interesado en mostrar las capas superficiales que en ahondar en las profundidades del hecho celebrado. Una sociedad obsesionada por salir perfectos en los selfies con efecto belleza, ¿cómo no embellecerá sus supuestos triunfos buscando la imagen perfecta y vendible de una lucha que va más allá de tradiciones, culturas, terminologías políticamente correctas? Sus disimuladas debilidades necesitarían más una determinación política que trascienda lo social y lo individual.
Se afanan las cadenas televisivas por ser los más abanderados en la cuestión, los más preocupados por la igualdad de géneros. Informativos que cada día tienen que mostrar un caso de violencia sobre la mujer, presentándolo con la música emotiva de fondo, imagen de grupos de gente con pancartas denunciándolo, pero con una parafernalia obscena e inadecuada para tratar un tema tan difícil y preocupante.  Una muerte más y redoble de tambores y los rostros apenados y el horror en el corazón de las personas de buena voluntad. Unas horas dedicadas a esas desgraciadas que no denunciaron o que denunciaron, pero la bestia superó cualquier impedimento legal. Pero, ¿qué impide a alguien con esa maldad en su interior hacer algo tan horrible, a cometer un delito? ¿No tienen miedo al castigo? Parece que su odio es más grande que todo lo demás. Si, además, les murmuran voces al oído que han hecho bien, que aquella se lo merecía, que todas son iguales, que las mujeres son vampiros que te sacan la sangre. Si, además, tienen miradas tácitas de complacencia, de comprensión incluso, que les dan una conciencia de haber hecho lo correcto auspiciados por una cultura transigente entre muchos iguales. Y si, además de todo eso, existe una red social rota por muchos lados, unas leyes huecas y frágiles, un sistema judicial retrógrado y contaminado, qué fácil resulta quitar de en medio el objeto que estorba.
Pues, ¿qué penas reales cumplen al final estos hombres criminales? Apagada la cerilla encendida que visualiza la trágica cuestión, esos tipos desaparecen en el magma espeso de nuestra ignorancia. Y ellos lo saben, saben que gran parte del mundo los aprueba y los justifica. Saben que la sociedad, preocupada por todos los derechos, protege más los del agresor que a la propia víctima y, si esta es mujer, las sospechas, las desconfianzas, las dudas hacen ceder la balanza de una justicia a la que no le interesa ser modificada y que se ampara en las propias leyes deficientes para tomar el camino más cómodo. La víctima sin apoyos, sin comprensión a veces, llena de inseguridades y con la fría respuesta de despacho: no hay presupuesto para protegerla, tráigame pruebas suficientes, márchese a otra ciudad. ¿Qué le queda más que su propia indefensión aprendida?
Un mundo educado, no sólo en mirar hacia otro sitio, sino que le dirigen los ojos al lugar que más interesa a un poder depredador.
Y como estamos de celebración, celebremos y mostremos cuántas mujeres importantes han existido a lo largo de la historia, mujeres que, hasta cierto punto, están ahí en esos tratados de historia porque fueron sobresalientes ¿Quién habla de las mujeres anónimas? Imposible, no vienen sus nombres en ningún libro, ni referencias de ellas en archivos parroquiales. Al parecer, no han hecho nada interesante para la sociedad, donde lo importante es subir escalafones, peldaños dirigidos a la misma meta que los hombres proponen y a la vez limitan con los códigos diseñados a su medida. Ser grandes empresarias es el mayor logro actual, mujeres presidentas y dirigiendo grandes organismos y empresas. ¿Cómo no ser esto el objetivo mayor para una mujer, si estamos en la sociedad emprendedora por antonomasia? Al parecer, es a lo más alto a lo que puede llegar una mujer. Estábamos esperando con fuegos artificiales, preparados para el momento culmen que los poderosos Estados se coronaran con una mujer presidenta, ya conseguido el Black Power. Sin embargo, en lugar de una mujer, nos dejan el rico aperitivo de un macho auténtico para ir haciendo boca o para darnos una bofetada una vez más. Este maravilloso mundo democrático, justo económica y socialmente, unidos todos en la hipocresía y el cinismo, no tiene límites para la desvergüenza.
Un Primer Mundo subido sobre los cadáveres que va dejando. Pueblos machacados, manipulados, utilizados como escaparate del miedo. ¡Ojo, peligro!, esto es lo que puedes tener. Nos atemorizan si no alimentamos su ego, llamemos así a sus cuentas bancarias.
No hay celebración si no es política y llamamos demagogia a aquello que creemos improcedente frente a males mayores. Lo siento, no estoy de acuerdo, ni en el modo, ni en la forma, ni en el fondo de cómo celebramos una cuestión de discriminación integral, llena de vacíos, lavados de caras, ignorancia brutal y de ejemplos fáciles y recurrentes. ¿Quieres que te escuchen, que te presten un paraninfo de manoseada retórica? Apúntate al juego de los tópicos, entra al trapo con el discurso previsible y esperado, habla en positivo que es mucho lo que se ha logrado y todos volveremos a la cama, tranquilos y satisfechos del buen trabajo.
Hay que celebrar el día de la Mujer, no con mayúsculas, si eso representa sólo la categoría de las heroínas de la meritocracia, entendida por logros y metas conseguidas en un mundo de hombres, en unas cualidades tituladas, en unas capacidades supuestamente superiores que unos tienen sobre otros, con valores muchas veces cuestionables. ¿Es mejor una mujer científica, escritora, arquitecta, empresaria o presidenta a cualquier otra mujer limpiadora de casas propias o ajenas, cuidadoras, estudiantes a tiempo parcial, tituladas en paro, investigadoras frustradas como profesionales y como mujeres? Mujeres de la calle sin apellidos reconocibles.
Decir lo logrado con ejemplos de mujeres que lo tuvieron más fácil por nivel cultural, social y económico es poco significativo para ser considerado un objetivo total frente a una población muy discriminada todavía. Claro que tienen su mérito: haber estado en un aula llena de hombres, conseguir un puesto relevante en un mundo desigualmente competitivo, haber desarrollado artes varias, cuando los libros eran escritos por hombres, las exposiciones realizadas por hombres, los puestos de dirección o mayor responsabilidad desempeñados por hombres y los laboratorios preferentemente conducidos por hombres de ciencia. Sin embargo, estas mujeres lo pudieron hacer, alcanzaron puestos impensables hasta ese momento para ellas. Pero aclaremos cuestiones importantes, primero, pertenecían a una determinada familia; segundo, eran una excepción en la mayoría de los casos; y tercero, llegaron hasta ahí gracias a que tuvieron otras mujeres anónimas que realizaron aquello que ellas pudieron y debieron abandonar.
Escribieron, y pongo este ejemplo por lo que me atañe, con un despacho silencioso, sin tener que ir mirando el guiso que no se queme, poner lavados, limpiar el suelo, mondar patatas, cuidar de la familia, planchar, limpiar el polvo, hacer las camas, en fin, logística e implementación del programa de empresa familiar. ¡Oh! Perdón, quería decir, labores del hogar. O, por el contrario, dejarlo todo por hacer con la carga pesada de la culpabilidad. Escribir y saber que otra limpia por ti, cuida de tus hijos y los lleva al colegio, te ayudan en las tareas donde flaquean porque tienes capacidad adquisitiva para suplir con dinero tus ausencias y tus dedicaciones. Hijos que no sufrirán de la desatención de estas madres porque luego tendrán tiempo con calidad y vacaciones en hermosos refugios de montaña o en bonitas casas de veraneo, estancias alegres y maravillosas grabadas en vídeos caseros. Hermosos recuerdos que, después, los programas televisivos utilizarán en entrevistas para dar a conocer sus relajadas y cómodas vidas como verdaderos ejemplos de superación. Mientras, alaban sus prolíficos trabajos, sus extraordinarios libros o su reconocido valor para la cultura. Llegarán lejos también sus hijos porque, al parecer, van en la sangre el don y el talento. Como psicóloga, me río de esa genética incorporada en su ADN. La chica que sale arquitecta también como su padre, la que escribe como su madre, la que triunfa en el mundillo artístico, que salió de la nada, pero mamó desde la cuna el ritmo y el arte. Y etcétera, etcétera...
Pero, bueno, también diréis que muchos –que no tantos–, y ahora hablo en general, surgen de ambientes deficitarios. Sin embargo, muy talentosos tienen que llegar a ser para promocionar y ganar con tan voraz competencia ¿No aprende el de arriba a mejorarse en los cualificados colegios? No se le pide de entrada que sea genial, ¿verdad? ¿Quién es capaz, entonces, sin esas oportunidades, de alcanzar cotas de igualdad?
Los valores de la sociedad andan extraviados. Si mientras los presupuestos se escapan por los escondrijos y los conflictos complicados, de múltiples aristas, se desatienden continuamente con la excusa económica, difícilmente, de este modo, eliminaremos la desigualdad. Interesa el espectáculo, presentar el producto vendible y hacer propaganda del morbo, mientras tanto, esto parece que no hay quién lo cambie.
No celebro nada y, mucho menos, lo que se propone: una serie de actos simbólicos carentes de verdadera utilidad. Deseo un mundo más igualitario, más justo. Todo debe empezar desde la marcada diferencia que hay entre ricos y pobres. La riqueza tiene siempre sus reductos de escape hacia los derechos fundamentales de libertad, en cualquier elemento donde se mueva. No molesta el extranjero, sino el que es pobre; se desprecia el color del que vive en suburbios, pero no el que copa las listas de ventas de discos y vive en grandes mansiones; supone un problema la condición sexual si no tienen posibilidades para comprar el respeto con la pertenencia a un determinado lobby. La élite nunca ha tenido problemas para fumar, beber, drogarse o saltarse los principios éticos o morales y, como seguimos comprobando, hasta legales. Ellos pueden superar censuras personales, morales, contextuales y pueden saltarse todos los prejuicios a golpe de carta de presentación y la clandestinidad protegida. Ellos pueden superar las discriminaciones porque, de entrada, tienen las herramientas para poder hacerlo. Pero el poder siempre ha estado más interesado en demostrar su superioridad con falsos discursos, con argumentos en los que, a poco levantemos el velo del adoctrinamiento, descubrimos sus trampas.
A un mundo que sólo quiere ganar le importa sólo los ganadores. Y los súbditos, que sirvan de reclamo para sus intereses. Un mundo así no quiere igualdad para todos, no le interesa que las mujeres sean iguales a los hombres, aunque se cuelgan medallas y se hacen protagonistas de tomar la avanzadilla política, cuando no crea ni fomenta los espacios posibles para conseguirlo, cuestión de derecho primordial en el siglo XXI. A cambio, seguimos escuchando esta música de fondo monótona e insustancial. Y mientras, hacen gestos vacíos, buscan la caricatura, el show, la celebración variopinta y festiva de cualquier tipo de discriminación, por otro lado, permiten la convivencia incongruente con estados aún más primitivos.
Así ocurre con todo tipo de exclusión. Fue y sigue siendo con los negros, los homosexuales, las mujeres, los niños, los inmigrantes, los pobres. El problema lo solucionan del mismo modo que presentan una pasarela de moda, un móvil fantástico o un robot futurista: haciéndonos creer que es un mundo para todos, un mundo asequible, cuando sobradamente sabemos que son adelantos y triunfos para un alto nivel de vida. Aunque necesiten de todos los desheredados del mundo para poder ser lo que son. La historia lo confirma: sólo los privilegiados gozarán de la utópica libertad, igualdad y fraternidad, el chocolate puro y el café de perfecto tostado,
Mientras tanto, para los días señalados en el calendario, celebramos nuestras conformistas conciencias, llevemos a profesionales a las escuelas para hablar de igualdad, y tomemos en la mesa el almuerzo con un número que crece de mujeres asesinadas por sus parejas. Mostremos la basura ajena para disimular y ocultemos la nuestra. Diseñemos juegos virtuales llenos de prejuicios, violentos y estereotipados. Pasemos las noches de sofá con programas que creen que la igualdad de género consiste en ser semejantes en los defectos e imperfecciones. Les decimos a las chicas que su sexualidad sólo a ellas les pertenece, que nadie tiene que controlar sus vidas, que no están obligadas a hacer lo que no quieran por temor a perder a alguien. Y a la vez lanzamos mensajes contradictorios a través de anuncios, que se cuelan en horario infantil, con escandalosos modelos machistas; de series de alto contenido en mensajes dirigidos al modelo romántico de amor o la grotesca parodia de igualdad entre hombres y mujeres; de programas que tratan de modificar simplemente los papeles clásicos y, en lugar de ser la mujer-objeto, se trata con el mismo patrón al chico. Criticamos el burka y creamos, sin embargo, una belleza superficial y nos vestimos como reclamo al macho, ese ser dominante que nos cuida y protege y por eso se premian sus celos.
Miremos por donde miremos, la mujer frente al hombre siempre pierde. Claro que hay sociedades matriarcales, excepciones puntuales, pero la historia tomó una dirección machista en un momento determinado. Salir de ahí costará bastante si no aunamos fuerzas todos, desde los cambios políticos, sociales, económicos hasta los más privados y personales. Sin olvidar la ideología fomentada por los medios audiovisuales y la publicidad, que nos dice qué pensar, qué sentir, qué desear, cuál debe ser el ideal de belleza, nuestro comportamiento sexual o nuestras actitudes vitales. No en vano los medios de comunicación son considerados el cuarto poder, aunque, cada vez más, domina y controla como si estuvieran en la cima.
Comprender cuáles son los enemigos de la igualdad hará que la cultura cambie y, con ella, nuestras costumbres, hábitos, tradiciones llenas de prejuicios y aborrecibles comportamientos. Es necesario obtener el respeto del otro cuando actuamos correctamente y la desaprobación total desde todos los ámbitos y en cada detalle donde la flagrante injusticia se manifieste. Ante el culpable, en todos los sentidos, caiga el peso justo de la ley.
Pero, hasta ahora damos puntadas en falso y el tejido social se rasga por todas partes. Pedimos a la víctima que sea fuerte, que haga el cambio, que se esconda o que escape ¿Pedimos acaso al enfermo que huya del cáncer que le corroe, del virus que le ataca y lo deja sin defensas, que lo destruye lenta o rápidamente?
Yo defiendo mi derecho como persona, como mujer, como ciudadana, como ser que vive y quiere que la dejen vivir: mujeres con todos los derechos, sin la vergüenza ajena de estos paripés y parafernalias panfletarias. ¿Personas iguales hoy? Permítanme que me ría.