martes, 23 de septiembre de 2008

Actos reflejos



Sobre la mesa de la cocina, entre pieles de cebolla y ajo, mezclados con los restos del desayuno, sus folios, en los que caóticamente iba escribiendo ideas de historias, relatos que le iban viniendo a la cabeza.

Fregaba los vasos, platos y demás utensilios. Era un día con fuerte viento de levante, normal por aquella zona.

De pronto, la puerta de la cocina se cerró bruscamente y, como un virus, el miedo entró en su cuerpo, acelerando su pulso. El viento la agitaba con insistencia, pareciendo querer advertirle de un peligro.

Pensó que, como había abierto las ventanas para ventilar las habitaciones, la fuerte corriente habría provocado el cierre violento de la puerta. Su imaginación comenzó a trabajar y recordó mil historias horrendas que, a diario, se escuchaban por los medios de comunicación: asesinos, violadores, psicópatas, ladrones… Quería continuar con sus tareas y restar importancia al asunto. Recordó que, al lado de casa, trabajaban unos albañiles que tenían una grúa. Sin racionalizar pensó que fácilmente alguien podría haber entrado por la ventana de su dormitorio.

Quiso salir de la cocina, subir y cerciorarse de que todo era producto de su fantasía, recreándose en aquellos episodios que inoculaban miedo en nuestras vidas; pero no se atrevió; incluso a través del cristal tupido y acuoso de la puerta le pareció ver algún reflejo, se sintió paralizada, y del miedo pasó al pánico, controlando sus pensamientos, inmovilizándola, aterrorizándola, vio moverse el picaporte de la puerta, le faltaba el aire, sudaba frío y sintió un fuerte dolor en el pecho…

No fue a recoger a los pequeños a la salida del cole. La llamada que recibió su marido del colegio avisándole, le alertó de que algo pasaba.

Cuando entraron a la vivienda, en la cocina, junto al fregadero, yacía el cuerpo sin vida de su esposa y en su rostro se dibujaba una expresión de horror. No tenía señales de violencia y el forense dictaminó que el motivo de la muerte había sido un infarto.

Terminó su relato, se sintió satisfecha y continuó con las tareas domésticas; agachada, barriendo debajo de la mesa, alguien la agarró por detrás cortándole el aire, apretando fuertemente su cuello, forcejeó, y en su lucha, lo reconoció, era aquel hombre, el trabajador de la casa de al lado.