miércoles, 22 de julio de 2009

La primera vez que ocurrió


La primera vez que ocurrió fue cuando, probando qué ponerse, escogió del cajón una blusa beige con flores lilas, que tenía desde el embarazo de uno de sus hijos, que gracias a que aún estaba de moda, podía utilizar.

Al mirarse en el espejo le quiso parecer que había unas manchas de color rojizo repartidas por la parte delantera. Las miró directamente levantando el vestido y comprobando con la luz que efectivamente había manchas difuminadas a grandes espacios. Trató de asociar causas y consecuencias, y la única justificación que encontró era el probable lavado con alguna otra prenda de color rojo.

Le fastidió sobre todo porque la unión que tenía con esa prenda era una relación emocional, que normalmente solía adquirir con los objetos, o más bien, eran ellos los que emanaban esa cualidad después de estar en contacto con ciertos acontecimientos.

Después de unos días, la blusa volvió al cajón ya lavada y planchada. Fue en otra ocasión que, echando mano de ella, la encontró reliada a un jersey rojo.
Entonces lo asoció rápidamente al suceso de las manchas que una vez más encontró en la blusa. Reflexionando sobre el asunto, comprobó indicios como el calor que iba ya notándose en las temperaturas dada la cercanía de la época estival y también en tan escaso espacio era fácil que el tinte de uno se mezclase con el tejido de la otra; sólo había una pega en estas cavilaciones, cómo es que estaban entrelazadas cuando ella recordaba haberla metido muy bien doblada, pero para eso también encontró una explicación. A los niños les gusta rebuscar en los cajones de mamá.

Había ya olvidado el asunto de la blusa cuando, al querer utilizarla de nuevo, algo tiró de ella, su manga se agarraba con fuerza a la manga del maldito jersey rojo, y no podía deshacerlos. Al final, no sin esfuerzo logró separarlos, pero se quedó pensativa sentada en el filo de la cama frente al cajón, extrañada y también asustada por lo insólito y repetido de la curiosa escena. Sacudió la cabeza y se dijo, estoy loca, esto que pienso es imposible. Sin embargo, tiempo después tuvo que aceptar la inevitable evidencia, cuando meses después aparecieron por el cajón unas pequeñas blusas y jerséys  que no recordaba que fueran de sus hijos ni de las muñecas de sus hijos.

Desde aquel día siempre que se volvía a poner la blusa la acompañaba con el jersey rojo, como un acto supersticioso, pero, sobre todo, por si lo que pensaba era eral.

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