domingo, 28 de octubre de 2012

Al otro lado del espejo (Sobre los niños robados)



La vida la empujaba a continuar adelante, como un vagón arrastrado por la máquina del tren. No comprendía qué reloj se obstinaba en seguir marcando las horas, pequeñas manecillas de metal llevándola de la mano.

Se habían instalado como un hábito en su rutina de cada día, la tristeza y el dolor. El espejo delataba su marchita imagen igual que las marcas de agua, como lágrimas secas, profanan el encuadre perfecto de su superficie brillante. A veces, se encontraba con amigos riéndose a carcajadas y sin entender bien por qué, aquel pensamiento se cruzaba en el espacio neuroestelar de su cerebro.

Alicia ya era inevitablemente ella, desde el momento en que la biología marcó su existencia. La biología y algo más. Una capacidad constante y quizás incongruente como la testarudez infantil que guarda en una caja de los secretos esos sueños que reservamos para nuestra edad adulta.Tenía ya ese nombre destinado para su hija, una fijación tal vez ridícula, o al menos pueril que sustrajo del homónimo cuento. Ella se imaginó alguna vez como esa niña de dulce belleza, cabellos rubios, adornados de un bonito lazo azul, que vivía en un mundo caótico e inverosímil, onírico pero maravilloso. Quiso ser como ella y después guardó esa fantasía para ese reflejo que ya intuía en el estanque de su vientre.

El dolor y el sufrimiento tienen el poder absoluto de desdibujar la realidad haciéndonos creer, por el contrario, que entramos en ella, como si el dolor le diera la consistencia de autenticidad.

Nuestra percepción se altera con tanta violencia que andamos por calles y plazas desorientados. El día soleado o la melancólica lluvia no tienen ni el mismo olor ni color. Hasta los alimentos pierden su sabor al contacto con nuestra tóxica saliva, capaz de transformar la dulce vainilla en amarga hiel. Apagada la brillante luz de la felicidad, todas las cosas se ocultan, aunque el mundo siga ahí, y tú con ellas.

Incluso por momentos casi lo olvidas, tu cerebro cierra esa puerta del horror, pero apenas una leve brisa entrando por alguna ventana del lóbulo frontal y todo se manifiesta con su cruel y lacerante realidad.

¡Cuántas veces soñó con que sólo fuera un sueño! ¡Cuántas veces imaginó que por qué no y que todo esto que vemos y oímos, hacemos y deshacemos sólo sea una ilusión mental y la realidad nos despierte con una mañana diferente de otro mundo distinto! Uno hermoso y bueno, donde seamos felices, donde nadie pueda sentir tanto dolor que encima sea soportable.

Ahora ya no valen los diagnósticos, que para los demás fueron cómodos y creaban la tranquilidad de otra verdad lejos de mi sospecha. Atrás quedaron la duda y las miradas de conmiseración, sustituidas ahora por juzgados y asociaciones.

Tengo el derecho que da la verdad y por fin la comprensión que llega siempre tarde. Se ha dado la vuelta a la moneda, pero la cara que mira para darme la razón tiene la mirada fría y distante que marca el tiempo y el espacio del olvido, del abandono, de la incomprensión, de la injusticia, el útero vacío que dejó en mis brazos. Un gesto simple y sencillo y sin embargo envuelve toda una vida de caricias ausentes, de amor bloqueado, sólo realizado en ese universo paralelo y virtual de mis pensamientos. Arrancado nunca, pero se le impidió crecer.

Amaba aquella pequeña carita redonda. Observada por sus dos grandes ojos negros apenas comenzábamos a reconocernos. Esta es mi madre, esta es su voz y su olor. Esta es mi hija, la vida que fue creciendo en mi vientre sin poder ver sus pequeños pero importantísimos avances, primero nueve meses, y toda una eternidad después, pero su corazón estaba ahí, y su rostro en mi memoria. Aquellas piernecitas y manitas que aprendería a mover cuando le cantara los cinco lobitos. La melodía sale de mis labios apenas perceptibles, cinco lobitos tenía la loba, cinco lobitos la loba crió.

Aquellos seres despreciables la arrancaron de mis brazos con falsas mentiras. Ellos, tal vez le cantaron una nana, la engañaron con un cuento, le enseñaron a decir adiós con aquellas preciosas manitas, adiós a esta vida junto a su madre. Y me dejaron con todo el bagaje de amor y ternura, de cantos y rezos, de sueños y cuentos, de pequeñas cosas como peinar su suave cabello, vestirla para el cole, recibirla con una sonrisa, verla crecer. Me robaron su imagen de persona adulta y sobre todo, y lo peor, de protegerla de todo daño. Esa es mi angustia, esa es mi tristeza, mataron mi instinto de protección y han instaurado la incertidumbre de su bienestar. Han transformado inevitablemente el mundo no sólo el mío, el suyo también, el de toda la existencia. El mar ya no es el mismo mar, el cielo no es el mismo cielo, las personas no son las mismas, son gentes que caminan a mi lado, extraños, tal vez, mis enemigos, tal vez mi propia hija. Mientras tanto vivo en un mundo ficticio, engañoso e irreal, y confuso.

El tic-tac del reloj insiste en mi oído, tira de mis piernas, tengo que salir, me espera la vida ahí fuera.

Hija mía, siente la mano invisible que sólo desde la otra realidad te puedo dar. Te quiero.

***

En algún lugar, ¿quién sabe dónde?, una niña quiere saber, desea conocer la muestra palpable de su origen. El inicio de su existencia. La prueba patente e irrefutable del vientre prominente de su madre, luciéndolo orgullosa en alguna fotografía. Como vio en el álbum de fotos de su amiga, lleno de fechas y curiosos detalles que iban desde la primera ecografía hasta un pequeño mechón de pelo. Un manto multicolor del maravilloso proceso de una vida. Primeros instantes de una historia guardada en una caja forrada de tela: la prueba de embarazo; el cordón umbilical, un pequeño grumo seco y negro pegado a una pinza de plástico; y aquella pulserita donde estaba escrito su nombre.

Quiso conocer la historia de boca de sus padres, un bonito cuento que comenzara con un rey y una reina que querían tener descendencia y, como muestra de amor, una princesita nació. Cuando preguntó hicieron desvíos. Cuando insistió, el cuento cambió así: Y entonces, el hada buena le dio una hermosa flor que el rey y la reina cuidaron hasta que en una hermosa niña se convirtió.

Venían a su memoria aquellos recuerdos, aquellas palabras oídas a través de las paredes de su habitación, a padre diciendo con despecho a mamá, la culpa es sólo tuya, tanto insistir para conseguirla y ahora me vienes con esto.

Ellos me quieren, ellos me cuidan, ellos son mis padres. No puedo pensar en otros que no significan nada para mí, que tal vez ni tan siquiera me desearon, que quizás ni me lloraron, que puede que no me recuerden. Que no son nada, sólo un pequeño punto oscuro en mi mundo.

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