domingo, 28 de junio de 2015

Más de lo mismo. Suma y sigue…



Si hay algo simple que encierre mejor la existencia del hombre es, sin duda, una puerta. Puertas que se abren y cierran donde no volver nunca más a entrar.
La evolución fue recorriendo los espacios de una casa y cuando una habitación se abandonaba era para siempre, dejando en su interior aquella piel que cubrió nuestro cuerpo durante un periodo determinado de tiempo.
Dejamos abandonadas herramientas inútiles, aprendizajes superados, adquirimos conocimientos encendiendo el interruptor y desaprendimos o nunca llegamos a dominar cuando se desconectó la corriente que nos proyectaba con un impulso hacia adelante.
Dejamos casas ya inhabitables, de cerraduras oxidadas y abandonamos, cómo no, también a nuestros muertos. El progreso natural es un ascensor cuya puerta sólo se abre en los pisos superiores. Querer volver y establecernos de nuevo en el piso dieciocho cuando habíamos alcanzado el piso cuarenta es una misión imposible, así cubramos de brillo nuestros cabellos, estiremos la sonrisa poniendo nuestro gesto más seductor, machaquemos nuestros pobres cuerpos en gimnasios y alimentemos nuestro ego con nombres sofisticados. Elevando nuestras cejas o nuestros senos no lograremos más que una expresión de asombro ante el espejo, que pretende hacer grande ese espacio claustrofóbico. Irremediablemente hay que aceptar la incertidumbre, en qué planta al fin se abrirán sus puertas automáticas para dejarnos en un lugar desconocido.
Una vez se abre la puerta de una puerta, ante nosotros aparece una habitación en la que no vemos el fin sino un infinito de puertas interminables.
No hay nada más angustioso que un sueño con puertas, un círculo de puertas cerradas con amenazadoras perspectivas, a cual peor. Una puerta precintada donde se dieron en su interior hechos espeluznantes, la sospecha confirmada del que fue testigo a través de una puerta entreabierta, la vigilante mirilla y el morboso agujero de una cerradura. La incertidumbre nunca satisfecha de la legendaria puerta verde.
Lograron los monstruos de un equívoco Disney lanzar nuestros miedos al lago de la inocencia, donde sólo es peligroso aquello que por el contrario era seguro, convencional, institucionalizado. Y dándole la vuelta, entrabas por la puerta trasera hallando más de lo mismo.
Porque si hay algo más pedagógico, cargado de moralejas, para que los espíritus ingenuos aprendan sin sucumbir a la experiencia, son esos cuentos llenos de puertas como muros protectores, el airbag que te salva del enemigo. Pequeños que desobedecieron las prudentes advertencias de los mayores y rebeldes que abrieron al lobo disfrazado de cordero; la esposa de un temible Barbazul; la Caperucita Roja víctima, no del astuto lobo embaucador, sino de la excesiva confianza de una incauta abuela que en pleno bosque dejó la puerta abierta. Fábulas, canciones y nanas, hasta letanías repetitivas como una salmodia  de puertas infernales y divinas.
También el miedo adulto necesita exorcizar sus demonios y un resplandor nos sobresalta, una puerta al final de un pasillo. Hasta las estrellas tienen puertas en un universo de ciencia ficción.
Equivocarse es abrir la puerta indebida y acertar es dar con la llave. Sellar un secreto y reafirmar mi silencio echando un candado a la puerta de mi boca, guardar el tesoro de una virginidad con la represión de un deseo y cerrar tus ojos para librar a tu corazón de lo doloroso.
Las puertas de templos sagrados o profanos llenos de ecos y cánticos de vítores y gritos de muchedumbre. Conventos de puertas estrechas y manga ancha. Tiendas cerradas por defunción u oficinas con el cartel de vuelvo en un momento. Puertas magnánimas y diminutas, las puertas de los sueños dormidos y despiertos. Sobre la puerta de cristal, un horario de apertura y cierre y, en el edificio en construcción, con puertas sólo diseñadas por vigas traveseras echan el cierre a la hora del bocadillo. Muchos esperan impacientes en la puerta de vuelva usted mañana.
Si hay un lugar con muchas puertas, ese es la cárcel. Algunas son giratorias para los corruptos, tal como entran, salen; puertas de rejas donde verse, oír y tocarse no van más allá de sus límites; celdas de gruesos candados que guardan tras sus puertas rostros sin nombre, con sólo número de identificación; puerta abierta para el cumplidor de su pena y abierta de nuevo por ser reincidente; puertas invisibles para las drogas, los abusos, las conspiraciones, la corrupción institucionalizada, pero puertas evidentes para la incomprensión del inocente, para el que nació carne de cañón. También están aquellas donde su calavera ya te advierte del peligro, pues de allí sólo se sale con los pies por delante.
Siempre alguien tomó la avanzadilla y fue abriendo puertas para los que vinieron detrás. Abramos las puertas al desarrollo tecnológico llenando los tabiques de ventanas virtuales.
Puertas de profesionales honestos, serviciales y entregados. Puertas con rótulos pomposos de los deleznables.
Hay puertas que son insuficientes, por eso son necesarios los porteros, los hay que te dan los buenos días y otros que te dicen que no pasas sin ticket. Estos han adquirido con tal convicción el concepto que se han mimetizado con el objeto, por eso decimos que son armarios de cuatro puertas.
Puertas de trenes, gusanos mecánicos que recorren hermosos paisajes, atraviesan túneles y cruzan puentes para llegar a estaciones de lugares perdidos. Ante sus puertas oteas el horizonte, ligero de equipaje.
Países con puertas abiertas a mafiosos y terratenientes que llaman turismo de calidad, despreciando al pueblo llano, mal asunto que muerdan la mano que realmente les da de comer. Qué serían de sus riquezas sin esclavos, seres encerrados por puertas invisibles, o mejor dicho, por puertas inconscientes.
Hay naciones que creen tener las llaves de todas las puertas y deciden como dioses quién entra y quién sale. El único pasaporte necesario es el dinero y su vestido de poder y apariencias en un mundo que tiene sus puertas cerradas para los desfavorecidos. Un tráfico aéreo cerrado para los sueños, límites fronterizos en los paisajes de la tierra, océanos de un cielo salado que para algunos se convirtió en tumba de sus ansias de libertad. Y a aquellos que tienen la suerte de llegar a la playa se les cierran puertas de arena que parecen de acero. Lujo reservado para ligones de verano, cuerpos bronceados, daiquiris con hielo y turistas pervertidos que, recibidos con genuflexiones, tienen abiertas por completo las puertas de los prostíbulos de adolescentes.
Qué dios creó puertas en la tierra del hombre, donde montañas, cielos y valles, ríos y océanos se cerraron con compuertas sólo de libre paso para trasatlánticos y yates de multimillonarios de excesos. Reyes del mambo que dicen abrir sus puertas al pueblo pero guardan sus reservados privados e íntimos en paraísos fiscales de puertas blindadas con número en clave. Islas particulares, centros de operaciones corruptas, invisibles para un google que tiene prohibido el paso en este territorio con puertas vigiladas por satélites.
Hay ciudades utópicas con derecho de admisión donde, para entrar por sus puertas, debes firmar antes sus condiciones. Y hay todo un universo imaginable en el espacio cerrado de nuestras cabezas, que sólo las llaves de la bondad y la inteligencia abren sus puertas, y la ignorancia y el egoísmo las cierran.

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