sábado, 11 de noviembre de 2006

Son las ocho de la mañana

Son las ocho de la mañana. Mamá me vuelve a despertar. Es la tercera vez que se levanta para ir al baño. Hace ya una semana que me estoy preparando para salir. Me encuentro más incómodo, pero estoy a gusto. Mamá parece que no tanto.

¿Qué es esto? ¿Qué le pasa a mamá? Creo que ya llegó el momento. Estas contracciones me empujan hacia afuera, tengo miedo, tengo que despedirme de este hogar. No sé dónde voy pero espero que ella esté allí. Veo luz al final del túnel, ¿no es esto lo que dicen los que han estado cerca de la muerte...? ¡Oh, no! Para, yo no quiero continuar. Sin embargo, la fuerza que me empuja puede conmigo, y, como una ventana que se abre salgo a una claridad que me ciega. Oigo voces, pero esta vez no son como huecas, son más agudas. Unos segundos de terror, y la paz, siento su calor, su olor, su voz, posa suavemente sus manos en mi piel húmeda y me siento feliz. Sin motivo sale un grito de mi garganta, es el aire que empuja los pulmones. Son las ocho de la mañana de un bonito día de abril. He nacido.

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Mamá entra en mi habitación. Viene a recordarme que ya es hora de levantarme. Son las ocho. Abro la ventana, luce el sol, es un día que promete. El examen de hoy puede resolver mi vida. ¡Qué ingenuo! Con los años descubres que sucesos como estos no te resuelven la vida, sino que tienes que ir resolviéndola cada día sin descanso. Pero en aquellos momentos, los planes de futuro se resumen en dos o tres cuestiones que te darán seguridad económica e independencia, lo demás ya llegará. Eres joven y disfrutas de la vida.


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Son las ocho de una mañana de sábado. Salgo de la cama y a oscuras la beso donde supongo que está su cara. Le digo al oído. "buenos días" Me dirijo al baño. Al salir ella se mueve aún medio dormida. Abro la ventana, su cuerpo translúcido tapado por las sábanas arrugadas. La miro y echo un vistazo a la calle. El día rezuma vida.

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La veo salir, una con su gran maleta, casi más grande que ella. La otra, con su bello vestido negro. Van de la mano. Nos decimos adiós. ¡Son tan hermosas! Son las ocho de la mañana y la luz del sol humedece mis ojos.

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La noche ha sido muy larga y oscura, el silencio penetrante y doloroso, la soledad infinita. Bajo de la cama y busco la zapatilla que dejé en algún lugar, una de las veinte veces que me he levantado a lo largo de la noche. La cabeza atormentada y la boca seca. Me miro al espejo y rechazo la imagen que veo, vuelvo a mirar, sonrío y me vuelvo a reconciliar con ella. Corro la cortina y me hace estornudar; hace tiempo que estas cortinas no se lavan. Busco las gafas que caí de la mesilla de noche, no están rotas, aunque daba igual. Levanto la persiana hasta el final, abro la ventana, miro el reloj, son las ocho menos cinco de la mañana, al fin ha salido el sol. Imagino la vagina de mi madre abierta como esta ventana y la luz ahí fuera, me espera la vida, esta la he vivido con tantas cosas buenas y malas, ha merecido la pena, sin embargo ya no soporto tanta soledad. Ellas se fueron. Ahí fuera está la luz, aquí sólo oscuridad.

Sólo cinco días de mi vida, una ventana, y la luz. Una vez más las ocho de la mañana, de mi última mañana. Quizás vaya hacia la vida, espero que allí estén ellas.

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Paseo, llueve, he olvidado el paraguas en casa, pero a Salvado y a mí nos gusta pasear bajo la lluvia, oler el asfalto mojado y respirar el aire más limpio. Por suerte la lluvia es fina y tardará en mojarnos, así podremos disfrutar más del paseo.

Hace un año que está conmigo, un año cuando me asomé a aquella ventana y de aquellos tristes pensamientos, que un frenazo apartó. Tendido en el suelo estaba él, el coche siguió su camino, ni siquiera paró para ver. Bajé a la calle y lo recogí. Tenía la pata malherida. Miré sus ojos, estaba sustado y apenas se quejaba. No esperaba nada de mí, al menos nada bueno. Lo cogí en brazos, sentí su cuerpo caliente y sentí la vida. Dudé qué nombre ponerle hasta que al final decidí que le llamaría Salvado. Aunque salvado salvado fui yo. Durante días estuve curándole, así fue cómo decidimos compartir nuestras vidas. Pero esto ya es otra historia que no sé cómo continuará.

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