miércoles, 27 de abril de 2011

Cotidianeidad

Había recogido como cada mañana el desorden del rutinario acto del desayuno. Un universo plano, donde se colocaban religiosamente todos los elementos necesarios, pero que a pesar de su utilidad, la línea deductiva que partía del concepto desayuno terminaba desembocando en aquel caos donde cada objeto que fue colocado respondiendo a un sistema racional, el confuso movimiento de manos y brazos pudo, extendiéndose y contrayéndose de aquí para allá, alterar las piezas de aquel ordenado tablero de ajedrez .
Ahora doblaba los pijamas que dejaron los niños, quedó vacío el espacio de sus voces, de sus movimientos pausados sin prisas por atender las obligaciones que ya de tan pequeños les imponía esta mañana de lunes.
Puso música, abandonando el recurso soporífero, intrascendente, pesado, inútil de la programación televisiva, que se ofrecía a esta población que quizá inactiva, se sentaba frente al televisor o entre idas y venidas, escuchándola desde otra estancia de la casa, recibía la prueba del vómito metafórico de una sociedad contradictoria perdida, aburrida tal vez, engañada y que se dejaba engañar, pero sobre todo evasiva (evadida). Entrar en ese mundo de mentiras verdaderas o de verdades mentidas dónde la realidad era tapada, ocultada, travestida, adulterada, prostituida.
Expertos, ingenieros de la psicología humana parecían haber captado los impulsos, las inclinaciones, los deseos más profundos de las emociones primarías más ruines, más indignas aunque humanas; para hacer la mezcla perfecta del menú que cada día ofrecían a unos espectadores abducidos por aquella magia, aquel espectáculo que les hacía partícipes del gran engaño.
Pensó hasta que punto éramos todos víctimas de este juego inventado, de hasta que punto era cómodo participar, dejarse arrastrar en un simplismo relajante, de poca profundidad para sobrellevar las grandes incógnitas, la amarga incertidumbre del ser y su existencia, fugaz, apenas un leve suspiro de su pasar por la vida.
Cómo podía desdoblarse en estas profundidades filosóficas, o al menos eso sentía y a la vez sumergirse en la también más profunda si cabe cotidianidad. Pero ciertamente es así la vida, el día se presenta en una sucesión de esta extraña mezcolanza de utilidades e inutilidades, de superficialidad frente a lo más profundo o elevado, de impulso y reflexión, de efímeros acontecimientos y de trascendentales vivencias. La supervivencia en todas sus manifestaciones, de un sinfín de contrariadas acciones enfrentadas, salvando (o evitando) las evidentes paradojas. Pero es probablemente así el vivir. El sueño irónico de creernos acaso inmortales, para permitirnos desperdiciar tan futílmente nuestro tiempo y por el contrario como hacerlo, si no ya lo dijo mucho antes y mejor aquel poeta –y paso del corazón a mis asuntos-.
Quiere pensar que no existen esos cerebros vacios de la más elemental crítica, necesaria, urgente para cuestionarlo todo, para no limitarse a tragar el alimento regurgitado de los que tienen el poder, de imponer el pensamiento, de inspirar, de crear los deseos que debemos tener, constructores de caminos delimitados, diseños meditados, estudiados, que nos dirigen donde ellos tienen claro, si desean. Piensan y recomponen también quizá inmersos en una misma espiral de otro poder superior humano (de este mundo), ideológico, religioso, económico, unidos en un punto oscuro, negro donde no se distinguen las formas, los elementos que lo componen, imposible de discernir con lente inventada, con el más perfecto microscopio electrónico, o el telescopio más potente dependiendo desde la perspectiva que podamos observarlo. Una espiral convertida en círculo, punto contra punto, volviéndose contra sí, extremo encontrado con su propio extremo, engulléndose a sí mismo. Y dentro como una maraña, al fin confusa, no delimitada (limitada), espesa y pegajosa como tela de araña. Luchamos inevitablemente por escapar, al máximo en sueños, a poco que soltemos un brazo, un pie de ese hilo para tener la esperanza de alzar el vuelo.
Después de este banal pensamiento de presuntuosas intenciones, un simple agitar neuronas, un ejercicio mental como el que cada noche ejercita con otro instrumento, éste externo, los músculos ora cerebrales, otrora del resto del cuerpo, retomó la rutina de la mañana, dejó descansar ese espacio nunca abandonado de nuestro intelecto y se enfrentó de manera automatizada con pequeñas libertades , que se inventan o te imponen el discurrir del día, sin olvidar las que vienen de ti llenas de tierra, difíciles de limpiar, de eliminar para dejarla libre de impurezas, la libertad aunque no ajena los demás , cómo poderlo saber, qué parte de tu verdadero deseo y qué quedó del resto de los otros. Al fin y al cabo aunque desconocidas las causas, las consecuencias tal vez, no pensadas, no esperadas llenas de miedos pero con la ilusión de pintarlo todo con colores bellos, vivos, alegres, luminosos y acaso, inevitablemente pende, se adhiere junto a un brillante sol la siempre amenaza de una oscura nube. Acaso, la leve brisa del mar la arrastre a otros horizontes o mejor quizá la diluya en fragmentos ridículos, minúsculos, imposible de crear tormenta o si acaso un leve chaparrón que alimente la tierra, pero no destruya su cultivo.
Entonces sonrió al intuir el recorrido que le llevó hasta aquí, el caos de su cocina y la lectura desde el otro espacio y tiempo íntimo del cuarto de baño. Vaya, de nuevo se imponían las dimensiones extremas de un continuo. La comparación llevaría a nuevas reflexiones y el tiempo, el escape de estas pequeñas libertades, desvíos robados al trayecto establecido no se pueden extender más, las obligaciones se imponen, de nuevo volvemos a ser esclavos de ellas.
El pensamiento le sigue mientras sus manos se ocupan de otras tareas repetidas.
El vértigo, el abismo, el miedo al vacío que la propia existencia contiene, la propia existencia nos puede precipitar. Fibras de redes a la que la gente tristemente suele asirse, aunque más le hubiera valido dejarse caer, al menos tendría la posibilidad de entrar en un nuevo conocimiento del espacio, de otra realidad. Evitando así servir de alimento al gran monstruo que teje la trampa. Porque quizá no menos incierta esas otras dimensiones, nos ofrezcan la amplitud de lo soñado, que puede contener todo lo que de bueno es esperado y por esperado, dirijan nuestros pasos al objetivo. Recreó a modo de determinación, dejemos de ser un teledirigido y pasemos a ser una nave espacial sin control remoto, con la autonomía suficiente que le permitiría dirigirse con dignidad, con decisión hacía los confines de la libertad. Casi le pareció oír el tachán final, la conclusión perfecta de la orquesta, pero no era más que el estridente timbre del teléfono, que la extrajo (sacó) de sí misma (de su ensimismamiento), poniendo toda su corporalidad, ahora sí, en ese acto imprevisto pero conocido, de descolgar y escuchar la voz que venía del otro lado del auricular.

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