jueves, 17 de mayo de 2012

Metió la mano en el bolsillo


Metió la mano en el bolsillo izquierdo buscando unas monedas para comprar un paquete de chicles. Hacía un par de meses que se había separado, y aún las paredes de la casa le oprimían con tanta soledad. Giró calle abajo, paseando tranquilamente, se acercaba el invierno y la noche era fría y húmeda. El relente caído impregnaba en el asfalto un brillo especial, creando con las luces de farolas y letreros fluorescentes una combinación verdaderamente llena de gran belleza. Siguió masticando los pensamientos al mismo ritmo que machacaba el chicle, cada vez con menor sabor y mayor dureza, “igual que la vida”, pensó. Torció a la derecha, y en la esquina de Menéndez Pelayo y la calle Júpiter se encontraba una cafetería donde más de una vez tomó café. Miró hacia dentro y el ambiente reflejaba calidez frente al frío externo. De pronto, en una mesa lateral, al lado de los grandes ventanales, estaba ella con un grupo de amigos, se la veía feliz, sonriendo con aquella bonita sonrisa que seguramente enamoraría a otro del mismo modo que le enamoró a él. Esquivó rápidamente la vista, no fuera a verle y pensara que andaba observándola, aunque la hora le protegía, era más fácil ver de fuera a dentro que al revés, él estaba en penumbra y ella, a plena luz. Cuando sus pasos le fueron retirando de aquella imagen nostálgica intentó cambiar de pensamiento planeando algún proyecto para el fin de semana, pero unas ganas enormes de llorar estrangulaban su garganta y decidió, antes que llorar en público, volver a casa rápidamente. Subió la cuesta de Higuereta, aunque, le alejaba más, la tranquilidad de la zona le protegía de las miradas ajenas. Estos razonamientos fríos y calculadores fueron consiguiendo salvarle del humillante desahogo, antes de llegar a la intimidad protectora del hogar. El ascensor estaba otra vez estropeado, y aún le quedaban cuatro tramos de escalera con sus siete escalones cada uno, en los que el peligro aún acechaba si algún vecino se le ocurría, en ese momento, salir y verle lacrimoso inspirando terriblemente su compasión. No era eso lo que quería precisamente, pues hacía ostentación, por lo general, con el vecindario de haberse adaptado perfectamente a la nueva situación, hasta un tanto liberadora que pretendía representar. Para cuando llegó a la puerta, que aún tuvo que esperar a abrir, pues no encontraba las llaves hasta que las localizó en el bolsillo trasero del pantalón, cosa extraña, pues siempre las metía en el derecho de delante. El silencio de la casa y su espacio vacío le abofeteó así que encendió inmediatamente la tele, zapeó un rato hasta dejarlo en un programa de humor. Fueron todas estas cosas las que al final le alejaron totalmente el sentimiento depresivo que lo trajo urgentemente aquí. Decidió prepararse algo de cenar y sentarse a ver el animado programa. Puso la bandeja en la mesa del salón, cogió la mantita y se tendió cómodamente, con una agradable sensación de bienestar. Las lágrimas asesinas se fueron diluyendo con los pasos cotidianos de la vida, hoy había conseguido vencerlas, puede que otro día lo sorprendiera desprevenido. Hoy no.

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