domingo, 13 de mayo de 2012

Una mañana cualquiera


La mañana exhalaba ese aire exultante, efervescente de la adolescencia del tiempo atmosférico. Antecedentes estivales, mezcla de calidez y brisa fresca de los últimos días primaverales. Días que dejan intuir el juvenil ardor, el clímax metereológico de la próxima estación.

Aún el cristal frontal del coche, allí donde no habían llegado los rayos hirientes de un voluptuoso sol, se hallaba cubierto de una fina agüilla y el rocío marcaba de purpurina un mar de flores en el campo, con ese espectacular goce para todos los sentidos y también el común, el más alterado de todos, lanzándote a una piscina de ilusión y esperanza que solía secarse con la triste melancolía de los primeros días que ya advierten que se acabó lo que se daba. Pasó el verano entre sofocos, viento de levante y absurdo fluir vital, engañándote una vez más, porque la vida es lo que es, una sucesión continua de días y noches, de días buenos y malos, de buenos y malos momentos, un ir y venir de haceres y deshaceres.

El coche reaccionó con un ronco hablar al chispazo que provocó la llave en el contacto. Dejó los niños en el cole como quien deja la ropa en la lavandería, con la certeza de que te la devolverán limpia y planchada. Metáfora que sólo nos sirve para el plano pedagógico, porque de este espacio de formación de seres humanos suelen salir más bien guarretes y desarreglados.

De vuelta a casa, se encontraba ante el desastre que se extendía en el plano rectangular de la mesa, donde entre restos del desayuno pululaban los botes de cereales, café y cacao, tazas y servilletas sucias; las ropas abandonadas, esparcidas por las sillas y ese café maravilloso que ayuda a disfrutar aún más la crujiente tostada. La televisión, con su dosis diaria de temas políticos y sucesos. Sucesos a los que nunca llegaba hastiada ya de tanto morbo, de tanto presentador frotándose las manos ante la perspectiva de horribles asesinatos, corruptos e indeseables personajes. Noticias que ayudaban a rellenar estas mañanas monótonas y tristes de la gente. De ella no. Ella aunque triste no quería dejarse contaminar por tanta basura.

Cuando entró en el salón aquello parecía la entropía del universo, donde distintas galaxias funcionaban dentro de un perfecto mecanismo. Entre cojines y mantas revueltas se percibían tres mundos distintos, donde simultáneamente la noche anterior habían quedado los restos de una orgía, el espacio de la abuela y el caos de una avalancha de críos inquietos.

Recogió como pudo todo aquel desastre, puso el cd de un Bob Dylan que parecía copiarse a sí mismo, aquella canción parecía Like a Rolling Stone, sonaba parecido a Like a Rolling Stone, pero no era Like a Rolling Stone. Cambió a un Van Morrison tal vez anodino hoy. No acertaba y aunque los dos fueran sus cantantes favoritos, decidió no poner música.

En el dormitorio miró por la ventana, un par de mujeres caminaban a paso ligero, un chico paseaba un perro enorme, algún coche cruzaba el espacio de carretera que quedaba a la vista. Inspiró de nuevo el aire de aquel espléndido día, como si sólo en ese momento hubiera decidido respirar, y antes, sólo se mantuviera en un estado entre aletargado y vegetativo.

Llamaron a la puerta, era la vecina de al lado, agitada y llorosa. La hizo pasar una vez más, siempre recurría a ella. Tenía quizás ese don tan preciado y escaso que es saber escuchar. Sentadas en la cocina, le relataba su gran tragedia, se había peleado de nuevo con el novio. Una vez más, su impulsividad desembocaba en arrebatos de gritos que solían traspasar las finas paredes de su tabique. Y es que él… y entonces yo… Y es que no sé cómo controlarme. De nuevo la tranquilizaba y le aconsejaba lo típico que había escuchado. No discutas cuando estés alterada, cálmate, cuenta hasta diez y luego intenta poner las cosas en su sitio, dialogando y haciéndole saber qué te ha molestado. Pero tranquila, sabes que cuando estallas acabas perdiendo los papeles y después, ya ves, te sientes fatal y culpable. Después de este pequeño tirón de orejas, le quitaba hierro al asunto. La recolocaba de nuevo en una tranquila armonía, la desculpabilizaba, estimulaba su autoestima y la calmaba con las palabras que sabía que quería oír. No te preocupes, ya sabes que cuando vuelvas se le habrá pasado el enfado y os daréis cariñitos. Le sirvió una tila y poco a poco acabaron hablando del maravilloso día.

La mañana avanzaba y el dulce aire cálido se fue convirtiendo en un tórrido día primaveral. Escuchó el timbre sonar y sonar en la puerta del vecino de arriba. Alguien se obstinaba en ser recibido y no se resignaba ante una puerta cerrada.

Aún quedaban algunas cosas por hacer, y también algunas horas. Al fin dejó de escuchar el timbre de arriba. Se rindió ante la evidencia y ella siguió llenando el día.

No hay comentarios: