domingo, 23 de marzo de 2014

Climatología natural



Recorrí las habitaciones de la casa según lo que tuviera que hacer. Entraba y salía de ellas, a veces miraba por la ventana y me entretenía observando a los demás como vivían. No siempre hubo buen tiempo, es más, las estaciones por aquí se reducen a un otoño constante donde un día luce el sol y otros hace frio, viento o lluvia. Pero su climatología natural es la melancolía aunque una melancolía de futuro. A pesar de saber que en sí mismo esto es una contradicción, habría que utilizarla para esa sensación del deseo de vivir lo que aún no has vivido, pero sabe que existe.
Los días fueron transcurriendo como todos los días que conocemos, con sus mañanas y sus noches. La vida transcurre delante de tus ojos y de vez en cuando te atrapa como el juego de la comba, una, dos y tres y entras otra vez. Das una vuelta y a esperar de nuevo tu turno.
Así ha ido pasando, apenas sin darte cuenta, y sin darme cuenta, entré en la habitación de la desesperanza, la falta de fe y confianza en el mundo. La aberración de nuestras existencias. Esta habitación sin ventanas, parece haberse cerrado tras de mí, y no tengo la llave.
Me resulta un esfuerzo tan grande y que no deseo hacer, tratar de escapar de aquí, pelear con las uñas contra las paredes, golpear la puerta y romper la cerradura. Estoy cansada para eso. Me rio, lloro, qué más da, todo forma parte de este juego.
Me siento en un rincón, el suelo está frio, no hace falta cerrar los ojos, porque la habitación no tiene ventanas, no hay luz, pero poco a poco mis ojos van dando claridad a las cosas. Consigo ver las cosas que me rodean y sé dónde me encuentro. Estoy dentro de mí sumida en mis pensamientos y nada importa ese cuadro que veo, ni ese mueble cargado de objetos.  Más allá hay una silla y una mesa, sobre ella hay una máquina de escribir. Me acerco con paso seguro, me siento, toco las teclas, sitúo los dedos y empiezo a poner palabras que surgen de aquellos pensamientos, tengo la certeza de pulsar las que debo, pero de todas formas de equivocarme daría igual. No hay papel, pero no importa, las teclas marcan el cilindro y avanzo el rodillo tras el click. Le pongo palabras a sensaciones que recorren mi cerebro, son palabras que reconozco y que cojo de no sé qué lugar y otras que han llegado a mí tampoco sé de dónde. Es más, y a veces pienso cosas que no me he propuesto y mis dedos discurren machaconamente hablando por mí.
Me da igual su infértil resultado, en ese caos marcado todo aparece indescriptible, pero yo sé que está ahí, que barrí mi cerebro y escurrió sus fluidos, recorriendo los surcos que la vida me creó.
Y así, de este modo, poco a poco, salgo de esta habitación, hay sol en la calle y está entrando por el pasillo. Recuerdo que tengo que hacer la comida, y el tiempo de la desesperanza se ha ido. Viene que se las pisa el tiempo de la rutina y de lo que uno ha de hacer.

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