miércoles, 19 de marzo de 2014

La primavera



Hubo un tiempo en que uno olía la vida diferente y los colores se percibían con píxeles más intensos. Y no es que fuera el alcohol o cualquier tipo de droga, tampoco que uno ahora necesite de ayudas para percibir bien o, en general, para sentir. Probablemente las cosas han ido modificándose también tanto que la alteración de ingredientes, los sistemas de producción, la contaminación ambiental, otorguen una configuración distinta y sustancial a todo.
Llega la primavera y el refrán, aparte de funcionar a la hora de quitarte ropa y no especialmente debido a la connotación a la que se refiere, sientes más las molestias e incomodidades que irritan la bucólica ensoñación de un nuevo despertar, de la tierra, del aire, de la vida, que los goces y la ebullición emocional que acompañan a ésta.
Han sido ya tantas primaveras con sus despertares y sus ocasos, que la perspectiva es tan sabida como que después viene las calores del verano, las urgencias por aprovechar el buen tiempo, el estrés de las vacaciones, por ser eso sólo, vacaciones. En fin, una sucesión de acontecimientos que quedan al final en más de lo mismo.
La vida últimamente se percibe más como al chico que te viene de enfrente con un hola en el frontal de su camiseta y un adiós a la espalda. Visto y no visto, y así andamos con todo, llenos de grandes expectativas y profundo fracasos. Ilusiones al garete, y me pregunto quién vino a decirnos un día que haya algo esperable. ¿Cómo podemos esperar algo de un guion que desconocemos?
Pero aunque de lo dicho se puede deducir un absoluto descreimiento, aún la luna de anoche me subyuga, el campo verde me abstrae, el olor del geranio me conmueve. Estoy convencido que a lo largo de la vida vivimos en distintos universos mentales y físicos paralelos, que nos hacen sentir y vivir las cosas de modo diferente. Nuestros pensamientos nos construyen pero dirigen también los sentidos, tanto que vemos cuando y lo que queremos ver e ignoramos aromas pestilentes cuando nos interesa.  
Nuestros discursos quedan tan lejanos para las generaciones jóvenes, que creemos que la culpa la tienen nuestros argumentos obsoletos para ellos, o el lenguaje no modernizado, tal vez la obsesión adulta por las responsabilidades, nuestros miedos ajenos para aquellos, una tecnología que intentamos seguir con la lengua afuera, en fin que si los pantalones rotos versus el traje con chaqueta. No, nada de eso, os lo puedo ya confirmar, simplemente es que en ellos funcionan mecanismos físicos y químicos, bloqueados ya en nosotros y otros alternativos han ocupado su lugar. Claro que no puedo negar ciertas evidencias, cristalino endurecido, tímpano poco flexible, pituitaria y glándulas gustativas menos discriminativas, pérdida de colágeno general que marca sensiblemente el tacto. Todo nuestro arsenal de células llevándonos por mundos más adaptados a nuestros sentidos, a nuestras incorporadas necesidades. Un hábitat adaptativo, compartido en un ecosistema multifactorial, multihumano y multigeneracional. Sin obviar los ritmos circadianos, las influencias planetarias, los rayos invisibles y las interferencias ambientales, unido todo eso a huesos descalcificándose, perezas de neuronas y políticas obstinada en repetir la misma historia. Eso cansa tanto que te sumerge en un letargo de subsistencia con el mínimo gasto vital.
Qué olor tenía la teta para el bebé, qué olor tuvo en mi juventud, ahora sin apenas distinguir el salado del soso, el dulce del amargo, la teta me huele según mi necesidad de hambre pero también de como tenga el día, o del tiempo que transcurrió desde la última toma.
Llegado a este punto no cabe frustración o desengaño, sino aprender otros colores, otros sabores y olores, pero sobre todo a aprender otro modo de vivir antes de que pasemos a otro nivel paralelo y ese que me espera no sé si me gusta.

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