lunes, 10 de marzo de 2014

rostros




Rostros que vienen a mí, cruzando a mi lado. Cientos de rostros que se alejan tras mi espalda. Rostros desconocidos, reconocidos, miles de rostros anónimos, distintos, extraños y diferentes entre sí. Rostros con sus ojos y sus labios, sus narices y sus contornos. Volcado sobre ese terreno fresco o ajado, de surcos formados por el recorrido del paso del tiempo. Tierra virgen, tierra infértil, es la expresión de la vida.
Pasan callados, trato de oír sus silencios, a veces, perturbados por ecos de palabras vacías, como cuerpos sin alma, son sonidos gastados. Me gusta este silencio que flota entre todo este ruido.
Aspiro a un imposible, un espacio invisible por el que moverme, observando, mirando entre la gente, tocar sus almas, escudriñar sus miradas, escuchar lo que callan. Encontrarme entre la verdad de los hombres.
La mirada incomoda, las palabras ocultan, los gestos disimulan pero los rostros no engañan. Sólo porque estás más preocupado en no mirar, no decir, no demostrar, te pierdes el verdadero placer de ver, escuchar y descubrir a los otros.
Un rostro es una historia que se cuenta, por eso lo maquillamos, lo cubrimos tratando de ocultar su indiscreta verdad pero el rostro no lo cuenta todo, sólo cuando podemos mirarlo con claridad. La genética sigue sus reglas independientemente, sin enterarse de lo que le contaron las células, se obstina en continuar su cadena y a veces se alía al ambiente hace mañas con él, llegando a un acuerdo no siempre perfecto más bien convienen en una amistad peligrosa. El dolor y el placer, las alegrías o las tristezas quedan agazapadas por otros rincones del cuerpo pero a pesar del disimulo, del ocultamiento, de la sonrisa o la mueca que engaña, sólo hay que observarlo en reposo, clandestinamente. Cogidos a traición, vulnerables sin prepararse para el juicio, caen rendidos y su verdad surge, emerge sincera la mirada, las líneas de los labios marcan su dirección trazada, la ceja cae, se relaja, los contornos ceden a la tensión, el brillo de los ojos son transparente como un arroyo cristalino que deja ver el fondo. Y es entonces como Alicia, traspasando el espejo, llegamos a su interior. Allí descubrimos un mundo reconocible, un mundo absurdo sujeto sin embargo a una lógica universal, que el caos constituye un orden y que el orden no es más que la representación del caos dentro de parámetros reconocibles. Caos y orden son parte de un continuo, que marcan una gráfica entre las coordenadas de cognoscible e incognoscible.
Tú eres, te reconozco. Yo soy, me reconozco, nosotros somos, nos reconocemos pero andamos al lado unos de otros ignorándonos, detestándonos y de vez en cuando amándonos.

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