Cuando cae en mis manos cualquier objeto invisible porque
perdió su identidad abandonado en el asfalto, pisado, sucio, deforme, ese
objeto desahuciado, que se resignó a toda esperanza y dejó de existir para la
humanidad entrando en el mundo de los deshechos, de los desheredados, al margen
del valor, intuyo en él otra vida más allá de su muerte, tiendo a darle una
nueva oportunidad.
Cuando la piedra, la materia aún no manipulada, te habla, cuando
aquello que formó parte de algo es ahora un objeto abandonado, roto, inútil, antes
que le preguntes quién es, tengo en mis manos no solo una piedra, una corteza,
un cristal un cartón, un plástico, un trozo de tela, sino un corazón, una
mariposa, una letra o unos labios. El ojo ve, más allá de la forma, un
concepto, aunque inevitable busque el ajuste en otra identidad, siempre
reconocible.
La sociedad valora lo que viene en caja, lo que sufrió una
serie de transformaciones para ajustarlo a un patrón, lo que lleva etiqueta, en
fin, un producto manufacturado, con su código de barras y su precio por encima
de su valor. Educan nuestra mirada para ver bello aquello que conviene como mercancía.
Sin embargo, crear de lo no útil, aquello arrumbado como despojo, como si otros
ojos vieran otros límites, la formas de aquello que logramos ver no es más que
las posibilidades de nuestras miradas. Es hacer ver en las cosas más allá de lo
que a simple vista pueden mostrar. Es otorgarle un valor oculto, una dignidad
perdida, dar protagonismo a lo ninguneado y convertir un alambre retorcido y
aplastado por el paso continuo de las ruedas, en una hermosa escultura. El objetivo
captura un naranja pisada en el suelo que dibuja un corazón, un bote lleno de
relojes estropeados, una poesía incluso una disertación filosófica.
La esencia de las cosas no se encuentra en los
supermercados, presentados con el traje de la seducción, que parecen
prostitutas marcando su precio, exhibiendo sus atributos maquillados, su valor,
una máscara de apariencia que trata de ocultar los defectos. La esencia de las
cosas está realmente en nuestras miradas, en jugar con ellas como jugamos con
las palabras, donde el defecto, la alteración, lo peculiar, la honesta
desnudez, la simpleza, es parte del encanto.