sábado, 2 de enero de 2016

Los elementos, su belleza más allá de nuestras intenciones




Cuando cae en mis manos cualquier objeto invisible porque perdió su identidad abandonado en el asfalto, pisado, sucio, deforme, ese objeto desahuciado, que se resignó a toda esperanza y dejó de existir para la humanidad entrando en el mundo de los deshechos, de los desheredados, al margen del valor, intuyo en él otra vida más allá de su muerte, tiendo a darle una nueva oportunidad.
Cuando la piedra, la materia aún no manipulada, te habla, cuando aquello que formó parte de algo es ahora un objeto abandonado, roto, inútil, antes que le preguntes quién es, tengo en mis manos no solo una piedra, una corteza, un cristal un cartón, un plástico, un trozo de tela, sino un corazón, una mariposa, una letra o unos labios. El ojo ve, más allá de la forma, un concepto, aunque inevitable busque el ajuste en otra identidad, siempre reconocible.
La sociedad valora lo que viene en caja, lo que sufrió una serie de transformaciones para ajustarlo a un patrón, lo que lleva etiqueta, en fin, un producto manufacturado, con su código de barras y su precio por encima de su valor. Educan nuestra mirada para ver bello aquello que conviene como mercancía. Sin embargo, crear de lo no útil, aquello arrumbado como despojo, como si otros ojos vieran otros límites, la formas de aquello que logramos ver no es más que las posibilidades de nuestras miradas. Es hacer ver en las cosas más allá de lo que a simple vista pueden mostrar. Es otorgarle un valor oculto, una dignidad perdida, dar protagonismo a lo ninguneado y convertir un alambre retorcido y aplastado por el paso continuo de las ruedas, en una hermosa escultura. El objetivo captura un naranja pisada en el suelo que dibuja un corazón, un bote lleno de relojes estropeados, una poesía incluso una disertación filosófica.
La esencia de las cosas no se encuentra en los supermercados, presentados con el traje de la seducción, que parecen prostitutas marcando su precio, exhibiendo sus atributos maquillados, su valor, una máscara de apariencia que trata de ocultar los defectos. La esencia de las cosas está realmente en nuestras miradas, en jugar con ellas como jugamos con las palabras, donde el defecto, la alteración, lo peculiar, la honesta desnudez, la simpleza, es parte del encanto.