Aquella mañana tuvo un mal presentimiento, era ya jueves y
al final de semana siempre iba ya sobrecargado, falto de energía. El cansancio
acumulado, el sueño poco relajante le bajaba el ánimo y el mundo se convertía
en un lugar más árido. Encima el día se presentaba con tareas adicionales,
había que llevar a la niña a una fiesta de cumpleaños, después la recogería
para ir al conservatorio. Con su mujer no podía contar, la enfermedad la
limitaba bastante y él procura evitarle demasiado trabajo.
En el desayuno le salió una mala contestación a una pregunta
de su hijo. ¡Ya estamos, por si fuera poco, además tienes que comprar una
libreta! Te tengo dicho que te hagas responsable de tus cosas y no las pidas en
el último momento.
Ella preparaba las mochilas con el agua y el bocadillo. En
el umbral de la puerta, él le dijo, Bueno, nos vamos. Como siempre, ella salía
a despedirlo, un beso para los niños y otro para él. Luego les decía adiós con
la mano hasta que el coche se perdía de vista.
A continuación ella volvía a la casa y con suma lentitud
iniciaba el día. La mesa repleta de las cosas del desayuno, los pijamas de los
niños, las zapatillas, cuando por fin decidían ponérselas; era un reto
imposible conseguir que no fueran descalzos.
Pensó qué haría hoy de comer. Sobre la marcha recogía el
caos dejado. Cogió la escoba y comenzó a barrer, mientras su pensamiento
divagaba entre los posibles almuerzos. Descartando carne que hizo ayer, pasta,
la comieron el lunes; creo que hoy haré legumbres, mejor habichuelas blancas
que les gustan más. Así, con estos planteamientos sonó el teléfono, y pensó,
vaya, quizás sea mi madre para decirme que tiene comida. Miró la pantalla del
teléfono pero no reconoció el número.
Llorando, angustiada, se dirigió a la calle, sin saber qué
hacer para encontrar algún vecino que la acercara al hospital. Cuando llegó
estaba allí su hermana, no sabía cómo se había ella enterado, pero al verla, la
tensión acumulada la venció.
Esperaba en la sala de la UCI para entrar en la consulta del médico y
conocer la situación en la que se encontraba su familia. Todo se vivía como en
sueños y a la vez, intensamente, sin reconocer los detalles e intensificando el
dolor. Los chicos están bien, nada que no se solucione en un par de semanas,
algún rasguño de los cristales. La respuesta era temida, ¿y mi marido?
Cuando los niños le decían adiós a la madre, él cogió un cd
de los que acumula en la guantera y puso más o menos al azar, porque la
búsqueda de ese en particular fue infructuosa. Abrió las ventanillas a tope, el
final de curso siempre traía esos días de enorme calor. Paró en la esquina para
comprar la libreta de la discordia y, amenazando que la próxima vez iría sin
ella y que recibiera el castigo de la profesora. Cayó en lo estúpido de su amenaza,
para dos días y medio que quedaban de cole, ésta tenía poca eficacia. Cuando
cogió la avenida, el tráfico volvió a ponerlo de mal humor. Mira ese tío, ¿o
sabe para qué están los intermitentes? Pregunta retórica. El sol era jodido a
esta hora de la mañana y bajó el tapasol. Los niños hablaban entre ellos y
reían despreocupados. Ah, por cierto, Yolanda, ¿a qué hora era el cumple? ¿y
dónde te tengo que llevar? Papá, ¿no recuerdas? Te lo dije ayer, en el mismo
lugar que lo celebró Antonio. Todo sucedió rápido, como suceden los accidentes,
aunque en realidad se observan como a cámara lenta, recorriendo los segundos en
un flash y encontrándote con los resultados de ese cúmulo de efectos que
percibes e intentas racionalizar. Poco tiempo para elegir y al final, sólo
queda una entendida acción refleja que nunca sabes si será elegida bien o mal.
***
Ella había acostado a los niños, eran pequeños, no
asimilaban la realidad, les costaba creer que papá no volvería, el tiempo, el
espacio, la nada eran conceptos aún bastante complicados para su pequeño
intelecto. Quedó sola en la cocina, recogiendo los restos de la cena, entró en
el salón y, con una mueca de desaprobación, recogió juguetes tirados por el
suelo y puso en orden los cojines del sofá. Se agachó y recogió ese estúpido
juguete que él compró para el pequeño en un chino. Le venció el dolor, la
soledad, la presión del desamparo y el mundo era un lugar terriblemente hostil.
Lloró, tapando su boca con un cojín, ahogando la desesperación de su
sufrimiento para no ser oída. Agotada apagó la luz y salió para su dormitorio.
Allí, su cama, la de ella, la de él, le faltó el aire y abrió la ventana. Con
la luz apagada observó el cielo, las luces del fondo, las casas de enfrente, la
luna estaba menguando, y las farolas de color amarillo, daban un aspecto aún
más solitario a la calle. El sueño ganó la batalla. Sintió su cuerpo abrazarla,
como de costumbre, mientras la incomodidad no importunara. Cielo, ¿te pasa
algo? He tenido un terrible sueño. ¿Quieres contármelo? Cuando nos levantemos.
Ahora duerme. ¿Y si se te olvida? No te preocupes. Pero, ¿te encuentras bien?
Sí, ahora sí.
Los chicos vinieron a la cama, cuando la luz del día
molestaba sus ojos. Hola, buenos días. Abrió los ojos y se giró. Estaba feliz
hasta ese momento. ¡No, dios mío! No pudo evitar el grito. ¿Qué pasa, mamá, qué
te ocurre? Nada, hija, nada. Es que soñaba.
Qué sueño más cruel, soñar que el dolor es sueño, cuando la
felicidad lo es. Y el otro, la dura realidad. Estaba confundida, aquella noche,
él la abrazó. Fue un sueño tan real como la vida, ésta es así, juega contigo,
con tus percepciones, con tus debilidades, negándote evidencias y engañando con
falso realismo.
***
Cuando llegó al trabajo venía todavía con los recuerdos del
desayuno. Del tierno abrazo a su mujer, del recorrido hasta el colegio, como de
costumbre, de su conversación con alguna madre. La gente fluctuaba en los
espacios apareciendo y desapareciendo, y él continuaba y retrocedía a esos
espacios, en otros tiempos, creando a su vez otros espacios. Una extraña
sensación que le acompañaba desde la noche le llevó a este laberíntico
razonamiento. Su mujer le recordaría lo raro que es. Su cerebro que procesa tan
distinto a la lógica general. En fin, él era así. Analizando cada aspecto de
las cosas cotidianas.
Volvió a casa. Allí estaba ella en la cocina, con la mesa
preparada y los niños ya sentados para comer. Y ella friendo unas patatas para
los filetes que aguardaban en la sartén. Se besaron, ¿qué tal, cómo ha ido el
día? Ya sabes cómo son las gentes. Les cuesta ser responsables, a veces es
mejor ser un cabrón. ¿Qué te ha pasado? No, nada, sino que quedaron en traer
unas piezas, y al final no saben si tendremos que esperar un mes más para
tenerlas. Te dicen, sí, sí, ya están aquí. Les llegarán en un par de días, y
tienen que inventar no sé qué historias para no demostrar que no las tenían ni
pedidas. Bueno, y a ti, ¿cómo te ha ido? Bien, como siempre, ya sabes, los
nervios a la salida del cole, que si los niños, la gente, los coches, el estrés
me sienta fatal. Ya conoces cómo me afectan estas cosas, cada vez estoy peor,
no sé qué voy a hacer. Cielo, no sé qué decirte, ¿qué podemos hacer? ¿quieres
que vayamos a otro médico? Es que todos son unos imbéciles. Yo no voy a ningún
médico más. Me tienes liado. Déjalo, venga, vamos a comer.
***
Estaba en la cama, el gorgeo del agua del tubo del aire y el
pito monótono y constante de la máquina. Después de aquel tiempo reducido en la
memoria, la vida continuó. Una leve cojera del pie derecho y algunas lagunas
fueron los restos del naufragio. Él estaba de nuevo en casa, seguía con su vida
y el mundo seguía ahí. Y así lo veía él. Todo permanecía y nada quedó afectado
drásticamente.
Ella lo echaba tanto de menos… Pura necesidad. Su apoyo, su
ayuda, su presencia. ¡Era todo tan duro! Se sentía tan incapaz.
Él estaba tan enamorado de ella, la necesitaba tanto para
respirar, y por la noche, ese terrible sueño, verla sola en la cama, llorando,
sin consuelo, su rostro desencajado, y aunque él la abrazaba, ella no decía
nada.
Ella quería dormir, soñar, encontrarlo ahí en ese mundo
onírico. Un espacio de encuentro de ella con él.
¿Por qué se repite ese sueño una y otra vez? La ve en la
cama, llora, está en la oscuridad. La llama pero ella no le contesta. Se vuelve
boca abajo, tapando su cara contra la almohada, ahogando el llanto. La abraza y
parece que se tranquiliza. Luego sale de la cama, busca a los niños, están en
sus camas, recorre la casa y vuelve a su dormitorio. Al despertar ella está
allí, durmiendo tranquila, con esa profunda respiración de los sueños.