Este yo nuestro terrenal, complicándose la
vida, enredando los flecos del conocimiento, que cae como lluvia de un cielo
que muestra sin dejarse ver, obstinados que estamos en nuestras costumbres, los
debes y haberes de la hoja de cálculo de nuestra existencia.
Por eso recordándote, sé que sí existes en
algún otro lugar o en este mismo pero envuelto de otra esencia, que no ven mis
ojos torpes y humanos, que sólo puedes ver con el alma. Una alma ingenua, hasta
lo pueril y tal vez inventada para dar explicaciones imposibles.
Aunque incognoscible, eres el otro etéreo que
nos acompaña en cada uno, sufriendo nuestras equivocaciones, padeciendo
nuestros pobres cuerpos cansados de tanto errar. Chocándonos una y otra vez en
los muros de nuestra ignorancia de seres humanos. Perdidos en ese magma,
mezcolanza de historias y recuerdos, de hechos e intuiciones, de creencias e
irrealidades que nada nos traduce pero que nos mantienen en un irresoluble
desconocimiento.
Y tú, que en mi sentir, eres tú aunque otro,
libre al fin de nuestras mediocres cotidianidades, no necesitas de llantos sino
de recuerdos. No de aquellos de tu frágil y dura humanidad pues solo esperas de
nosotros, los de este lado, la compasión necesaria por nuestros errores. Esa
cabezonería, ese motor universal que parece programado para dirigirnos hacía la
propia destrucción, el propio y ajeno dolor. Arrastrando, como un rio poderoso,
todo lo que encuentra a su paso, en ese revoltijo insufrible siempre
esperanzado del descanso eterno, madura el alma encontrar el océano de la
comprensión. Hallar el consuelo del espíritu soportando aún el drama de nuestra
sin razón terrenal.
Te hablo a ti, no al que conocí, pobre
víctima de la vida y sus circunstancias. Sino al que eres, sabio para reconocer
y aceptar tus equivocaciones y quererte al fin, despojado de ese cuerpo de
tierra y polvo, en toda tu belleza y luz.
Sólo somos clones, permíteme el lenguaje
hecho, de un inmenso cosmos, viviendo un espejismo dentro de otro espejismo que
en conexiones involuntarias, a veces creamos la ilusión de poder retener esa
inconmensurable verdad.