domingo, 11 de septiembre de 2016
jueves, 1 de septiembre de 2016
Hilar palabras
Hilar palabras es tratar de
comprender la vida imitándola. Es encontrar tu nombre entre la muchedumbre de
vocablos. En el caos de sonidos, la voz encuentra los adecuados significados dentro
del conflicto de definiciones. Una palabra se une a otra y así
interminablemente llenamos el espacio con partículas inconexas hallando un
orden que no existe y, sin embargo, logramos encontrar el descanso, momentáneo,
en la incertidumbre de la existencia. Cuántos nombres para todo, cuántas normas
para hallar la tranquilidad en esta locura. Un discurso prefabricado recorre
las calles de nuestros pensamientos, guiados por las carreteras ya por otros
diseñadas y construidas. Podremos rellenar un sinfín de diccionarios con sus
expertos axiomas y distintas acepciones. Sinónimos y contrarios, etimologías
asociadas a la célula madre, polifonías territoriales, temáticos, técnicos y
arcaísmos populares.
Hilar palabras es como sumar
años, podemos hacer las mismas cosas con unas y otros, acumular experiencias,
ampliar nuestros conocimientos, poner o quitar, a veces, al antojo. La memoria
juega con las palabras como se distraen los años, olvidos y falsas
interpretaciones empañan o suavizan el paisaje que, al fin y al cabo, siempre
es inventado. Las palabras envejecen y mueren, y como el cauce seco tras la
lluvia, renacen y, en su epifanía, se reinventan de nuevo.
El tiempo y las palabras son lo
mismo, algo etéreo aunque parezcan tangibles, nunca se llegan a poseer del
todo, sino que más bien andamos sujetos a sus dominios en un juego perverso de
hacernos creer sus dueños. Sólo su compasión nos protege para levantar una
realidad que en su ausencia no se sostendría. Esperando su entrega generosa
para sentirnos, por sólo breves segundos, dioses de un paraíso soñado, un
espejismo que nuestra frágil inteligencia construye para poder estar en el
mundo, alerta nuestros sentidos. Con sus pasos marcados e ingenuos nos dejamos
llevar de sus manos, manos que no son más que trazos de un fingimiento.
Hilar palabras, hilar años con la
quebradiza hebra de nuestro entendimiento, urdiendo un tejido, un cuerpo que
nos mantenga como pilares de una casa, donde la vida se mueve con familiaridad,
ligera en su íntima protección. Fortaleza a veces, prisión otras de un
martirio, por mimos conservada o enferma de abandono, receptora de su propia
nutrición o veneno. Así son las palabras y así se entretejen los años, creando
un relato, la trama de una historia que se configura al unir los conceptos y
acontecimientos de un todo que se edifica para que el testimonio tenga sentido
con una estructura activa, un organismo vivo, un proyecto que arranca desde el
origen primigenio, dibujando en un espacio que, por contenerlo, hemos
delimitado, donde la materia comienza su aventura, inicia su viaje, recorre el
denso bosque donde deshacer nudos, esquivar las trampas construyendo pespuntes,
buscando indicios en un mapa, uniendo puntos, señales que parecen indicarnos la
salida, para irremediablemente alcanzar el inevitable desenlace.
No pasa el tiempo sino mis
palabras que cambian de día y mes. Echarles el lazo y con ellas componer el
traje de los sueños hechos de rayos de luna. Mirar desde el cristal del tiempo
sus reflejos. La vida, a retazos, construye música a través de los silencios y
los sonidos. Como la boca bebe de la fuente, la palabra sorbe de la voz. Es el
llanto su verbo primero y creemos que duele nacer, balanza que se equilibra con
la risa, dulce melodía de la alegría. Nació la palabra y el tiempo surgió, sólo
entonces existió el mundo, decir presente, añorar el recuerdo de un pasado y
elevar nuestra mirada hacia el cielo para encontrar en el futuro la ilusión de
ver realizados nuestros sueños. Más nada dice la muerte que calla y vacía de
tiempo, ignora todas las palabras, así su nombre es sólo un fantasma que
atemoriza nuestras conciencias, vanos temores como aullidos del viento.
Mientras tanto, surquemos el
tiempo descubriendo nuevos mundos a través del universo de las palabras.
domingo, 5 de junio de 2016
Qué es recuerdo
Recuerdo es mucho más que una huella, es todo el peso de un
cuerpo. Es tu presencia en el olor de tu camisa. Sobre las sábanas arrugadas el
recuerdo reposa tras una noche de pasión. Es el rastro de unos pies sobre la
tierra y saber que has llegado a un lugar habitado. La estela de humo que ha
dejado el avión al cruzar el cielo. El recuerdo del mar en las pisadas de las
gaviotas sobre la arena de la playa. De la aventura en la sirena de un barco o
el silbido de un tren. Es el residuo del medicamento en tu sangre, tu orina y
tu sudor. Recuerdo es la línea negra que marcó el caucho de la rueda quemada
sobre la carretera y las flores dejadas al borde del arcén, junto a un árbol que
crece para conjurar el olvido. Es esa canción con nostalgia de un ayer, el
vestido que cuelga en la percha, la marca de un cuerpo en el sillón. Es esencia
a tierra en la patata y de la primavera en un geranio o un clavel. Es el
regusto amargo de un fracaso, la palabra encarcelada en tu pecho, la sombra del
traidor. Es una calle del pasado donde aún reconoces tus pasos.
Recuerdo es la vida que se palpa cada día en el hijo. El
escalofrío que recorre tu cuerpo al decir un nombre. Es el miedo al peligro
constante, un depredador que ataca por sorpresa o que amenaza ¿Cómo no?
Recuerdo es una carta, una foto, un objeto, un WhatsApp. Son recuerdos la fecha
en los anillos de los novios, el eco de la voz en la montaña, el signo de la
palabra escrita. Recuerdo es la marca bajo la piel de un maltrato. Es el
indicio de un engaño en el temblor de unos labios. El paso del tiempo en el
surco del dobladillo. Las ondas formadas sobre el agua por quien tiró la piedra
y escondió la mano. El vestigio en las costumbres y la traza errada en el
cuadro. La señal de un secreto en el silencio. La cicatriz, memoria de un
desgarro. Es la pista que dejó la sangre sobre los escalones, desde el bajo al
cuarto piso. Recuerdo es la evocación de un patio y una infancia; y del poeta
en este verso. La nostalgia de la inocencia en los juegos de esos niños y de la
historia de una vida rodada en esa arruga de tu frente. Recuerdo es la senda
que dejó un caracol en el cristal, y de la lluvia, las gotas que penden del
tendedero.
Es recuerdo de compañía en los restos de café en las tazas.
De la soledad, en el frío de un colchón y el vacío de un armario. De la
tristeza, el brillo en unos ojos. Del desengaño, en el abandono de un sueño. Del
desahucio en unos bártulos. Recuerdo de la incomprensión, en los cuerpos destrozados,
ahogados, destruidos. Del odio, en la mirada del dolor y del desprecio, en la
crueldad de unos actos. Recuerdo es el yo en la herida y el otro en un reflejo.
La ternura balanceándose en un columpio. El descubrimiento en un libro. De la desolación
en unas ruinas. Del amor en el hallazgo de un beso.
Cuando uno parte de viaje a un lugar con nombre en el
catálogo de la agencia de viajes, se lleva miles de recuerdos que no caben en
la maleta. Y cuando se va para siempre, sin dirección conocida, deja,
suspendidos en el aire, todos sus recuerdos. Una voz a través de un artilugio
de conductos enrevesados que atraviesa el espacio es el recuerdo íntegro de una
persona, una voz es nombre, es fragancia, es carne y espíritu.
El recuerdo configura, con un pequeño detalle, todo un
arsenal de imágenes, aromas y sensaciones. Nos da vida pero también nos
destruye. El recuerdo nos hace ser más inteligentes, a veces, más crueles.
Falacia es que el recuerdo, sujeto a algo real, no sea imaginación, porque
recuerdo es invención de la realidad a través de sus fragmentos. Recuerdo es un
visillo traslúcido que deja ver las cosas con el tamiz blanquecino, el aura que
eleva aquello recordado hacia las alturas o la negritud del humo que lo hunde
en el infierno. Es el paisaje tras la cortina de lluvia. Es algo físico, con
medidas y volumen, es líquido y es gaseoso, pero no como el agua. No es del
todo transparente y su sustancia está matizada de olores y sabores variados. Es
territorio fértil y, paradójicamente, fuego destructor. El recuerdo duele y te
ilumina. Sobrevaloramos el presente inmediato, denostamos el recuerdo, pero el
instante es efímero y el recuerdo, eterno. Es vida y la vida es recuerdo.
Quizás nuestro existir no sea más que el reflejo de un
recuerdo, como la luz de aquella estrella que brilla todavía en el cielo y
lleva millones de años apagada. Tal vez no seamos más que un holograma
representado desde un lugar infinito.
Pocas cosas viviríamos, poco significarían nuestros pasos
por el mundo, si no los diéramos de la mano de sus recuerdos. Necesitamos
recuerdos para saber que hemos existido, para reconocernos en el espejo y saber
que seguimos siendo los mismos a pesar de las arrugas, de las canas, del deterioro
que el paso del tiempo dejó en recuerdo. Recuerdo es de lo que fue y ya no
está, por eso, es la muerte recuerdo de vida y el olvido, su aniquilación.
lunes, 14 de marzo de 2016
La huella
Hay una cuestión infalible,
que es la mortalidad, que me sitúa irremediablemente en ese espacio
indeterminado ante el fin de mi existencia. Sé con certeza que será mucho más
corto que el ya recorrido.
Confieso que he vivido, como
dijo el poeta, y ahora que ya podría, más o menos, cerrar el libro que contiene
mi vida, una la escruta como un microbio extraño bajo un microscopio, donde
sobresalen en ese elemento las partículas más inverosímiles, porque,
curiosamente, hall as en ese revoltijo acuoso de la memoria detalles
insignificantes que, sin embargo, se agarraron con fuerza a un cajón de tu
cerebro, como el polvo oculto en sus ranuras, atrapados con cierta obstinación,
marcando su presencia con determinante propósito a pesar de que tú los pasaras
por alto.
He tenido una familia, un gran
compañero, unos hijos sanos y felices, ahora estoy sola porque en este trayecto
viajo sólo yo, no hay protesta en esta condición, la acepto con la misma normalidad
que la sucesión de las cosas que esperas.
Inevitablemente quedaron
inquietudes irrealizadas, defectos de fábrica, no hay vida sin errores ni
frustraciones. Mi padre siempre quiso que yo hubiese sido un hombre. Ocurría
con frecuencia, mejor un hijo que echara una mano, que consiguiera triunfar en
la vida, superarlos para después poder ser ellos los protegidos. Sin embargo,
nací yo y, aunque en principio no cabe duda que aquello le fastidió, procuró
aficionarme a aquellas cosas que a él le gustaban y que hubiera preferido
compartir con un chico, pero a falta de…, ya sabemos, buenas son hijas.
Pero una niña puede hacer las
veces de un niño sólo mientras estés en esa edad indefinida donde los detalles
no te diferencian. Todo cambió cuando me hice mayor y el mundo entero, que podría
haber sido para mí, se me prohibió.
En duermevela aparece, bajo la
lente de una inconsciencia agazapada, la visión nítida de un día que, sobre la
arena del mar, escribí con orgullo, ya soy mujer.
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