Celebremos un
año más el día de la mujer, organicemos programas, eventos, actividades,
concentraciones. Proyectemos películas, rebusquemos en el baúl de la historia
mujeres excepcionales, ocultas bajo el imperio de los hombres. Hagamos
documentales sobre la discriminación de la mujer, focalicemos la energía en
aquellas culturas ancestrales que se mueven anacrónicas por una sociedad
capitalista y de consumo. Hurguemos, sin embargo, en el déficit de aquellas
para hacer más disimulados nuestros defectos. En esta sociedad democrática,
celebremos, porque celebrar es recordar un acontecimiento pasado, un logro
presente. Aunque, claro está, no podemos celebrar lo que aún no se ha
alcanzado.
Este mundo tan acostumbrado a las apariencias y a las poses, más
proclive a lo cómodo y llamativo, estará más interesado en mostrar las capas
superficiales que en ahondar en las profundidades del hecho celebrado. Una
sociedad obsesionada por salir perfectos en los selfies con efecto belleza,
¿cómo no embellecerá sus supuestos triunfos buscando la imagen perfecta y
vendible de una lucha que va más allá de tradiciones, culturas, terminologías
políticamente correctas? Sus disimuladas debilidades necesitarían más una determinación
política que trascienda lo social y lo individual.
Se afanan las cadenas televisivas por ser los más abanderados en la
cuestión, los más preocupados por la igualdad de géneros. Informativos que cada
día tienen que mostrar un caso de violencia sobre la mujer, presentándolo con
la música emotiva de fondo, imagen de grupos de gente con pancartas
denunciándolo, pero con una parafernalia obscena e inadecuada para tratar un
tema tan difícil y preocupante. Una
muerte más y redoble de tambores y los rostros apenados y el horror en el
corazón de las personas de buena voluntad. Unas horas dedicadas a esas
desgraciadas que no denunciaron o que denunciaron, pero la bestia superó
cualquier impedimento legal. Pero, ¿qué impide a alguien con esa maldad en su
interior hacer algo tan horrible, a cometer un delito? ¿No tienen miedo al
castigo? Parece que su odio es más grande que todo lo demás. Si, además, les
murmuran voces al oído que han hecho bien, que aquella se lo merecía, que todas
son iguales, que las mujeres son vampiros que te sacan la sangre. Si, además,
tienen miradas tácitas de complacencia, de comprensión incluso, que les dan una
conciencia de haber hecho lo correcto auspiciados por una cultura transigente
entre muchos iguales. Y si, además de todo eso, existe una red social rota por
muchos lados, unas leyes huecas y frágiles, un sistema judicial retrógrado y
contaminado, qué fácil resulta quitar de en medio el objeto que estorba.
Pues, ¿qué penas reales cumplen al final estos hombres criminales? Apagada
la cerilla encendida que visualiza la trágica cuestión, esos tipos desaparecen
en el magma espeso de nuestra ignorancia. Y ellos lo saben, saben que gran
parte del mundo los aprueba y los justifica. Saben que la sociedad, preocupada
por todos los derechos, protege más los del agresor que a la propia víctima y,
si esta es mujer, las sospechas, las desconfianzas, las dudas hacen ceder la
balanza de una justicia a la que no le interesa ser modificada y que se ampara
en las propias leyes deficientes para tomar el camino más cómodo. La víctima
sin apoyos, sin comprensión a veces, llena de inseguridades y con la fría
respuesta de despacho: no hay presupuesto para protegerla, tráigame pruebas
suficientes, márchese a otra ciudad. ¿Qué le queda más que su propia
indefensión aprendida?
Un mundo
educado, no sólo en mirar hacia otro sitio, sino que le dirigen los ojos al
lugar que más interesa a un poder depredador.
Y como estamos de celebración, celebremos y mostremos cuántas mujeres
importantes han existido a lo largo de la historia, mujeres que, hasta cierto
punto, están ahí en esos tratados de historia porque fueron sobresalientes
¿Quién habla de las mujeres anónimas? Imposible, no vienen sus nombres en
ningún libro, ni referencias de ellas en archivos parroquiales. Al parecer, no
han hecho nada interesante para la sociedad, donde lo importante es subir
escalafones, peldaños dirigidos a la misma meta que los hombres proponen y a la
vez limitan con los códigos diseñados a su medida. Ser grandes empresarias es
el mayor logro actual, mujeres presidentas y dirigiendo grandes organismos y
empresas. ¿Cómo no ser esto el objetivo mayor para una mujer, si estamos en la
sociedad emprendedora por antonomasia? Al parecer, es a lo más alto a lo que
puede llegar una mujer. Estábamos esperando con fuegos artificiales, preparados
para el momento culmen que los poderosos Estados se coronaran con una mujer
presidenta, ya conseguido el Black Power.
Sin embargo, en lugar de una mujer, nos dejan el rico aperitivo de un macho
auténtico para ir haciendo boca o para darnos una bofetada una vez más. Este
maravilloso mundo democrático, justo económica y socialmente, unidos todos en
la hipocresía y el cinismo, no tiene límites para la desvergüenza.
Un Primer Mundo subido sobre los cadáveres que va dejando. Pueblos
machacados, manipulados, utilizados como escaparate del miedo. ¡Ojo, peligro!, esto es lo que puedes tener.
Nos atemorizan si no alimentamos su ego, llamemos así a sus cuentas bancarias.
No hay celebración si no es política y llamamos demagogia a aquello
que creemos improcedente frente a males mayores. Lo siento, no estoy de acuerdo,
ni en el modo, ni en la forma, ni en el fondo de cómo celebramos una cuestión
de discriminación integral, llena de vacíos, lavados de caras, ignorancia
brutal y de ejemplos fáciles y recurrentes. ¿Quieres que te escuchen, que te
presten un paraninfo de manoseada retórica? Apúntate al juego de los tópicos,
entra al trapo con el discurso previsible y esperado, habla en positivo que es
mucho lo que se ha logrado y todos volveremos a la cama, tranquilos y satisfechos
del buen trabajo.
Hay que celebrar el día de la Mujer, no con mayúsculas, si eso
representa sólo la categoría de las heroínas de la meritocracia, entendida por
logros y metas conseguidas en un mundo de hombres, en unas cualidades
tituladas, en unas capacidades supuestamente superiores que unos tienen sobre
otros, con valores muchas veces cuestionables. ¿Es mejor una mujer científica,
escritora, arquitecta, empresaria o presidenta a cualquier otra mujer
limpiadora de casas propias o ajenas, cuidadoras, estudiantes a tiempo parcial,
tituladas en paro, investigadoras frustradas como profesionales y como mujeres?
Mujeres de la calle sin apellidos reconocibles.
Decir lo logrado con ejemplos de mujeres que lo tuvieron más fácil por
nivel cultural, social y económico es poco significativo para ser considerado
un objetivo total frente a una población muy discriminada todavía. Claro que
tienen su mérito: haber estado en un aula llena de hombres, conseguir un puesto
relevante en un mundo desigualmente competitivo, haber desarrollado artes
varias, cuando los libros eran escritos por hombres, las exposiciones
realizadas por hombres, los puestos de dirección o mayor responsabilidad
desempeñados por hombres y los laboratorios preferentemente conducidos por
hombres de ciencia. Sin embargo, estas mujeres lo pudieron hacer, alcanzaron
puestos impensables hasta ese momento para ellas. Pero aclaremos cuestiones
importantes, primero, pertenecían a una determinada familia; segundo, eran una
excepción en la mayoría de los casos; y tercero, llegaron hasta ahí gracias a
que tuvieron otras mujeres anónimas que realizaron aquello que ellas pudieron y
debieron abandonar.
Escribieron, y pongo este ejemplo por lo que me atañe, con un despacho
silencioso, sin tener que ir mirando el guiso que no se queme, poner lavados,
limpiar el suelo, mondar patatas, cuidar de la familia, planchar, limpiar el
polvo, hacer las camas, en fin, logística e implementación del programa de
empresa familiar. ¡Oh! Perdón, quería decir, labores del hogar. O, por el
contrario, dejarlo todo por hacer con la carga pesada de la culpabilidad.
Escribir y saber que otra limpia por ti, cuida de tus hijos y los lleva al
colegio, te ayudan en las tareas donde flaquean porque tienes capacidad
adquisitiva para suplir con dinero tus ausencias y tus dedicaciones. Hijos que
no sufrirán de la desatención de estas madres porque luego tendrán tiempo con
calidad y vacaciones en hermosos refugios de montaña o en bonitas casas de veraneo,
estancias alegres y maravillosas grabadas en vídeos caseros. Hermosos recuerdos
que, después, los programas televisivos utilizarán en entrevistas para dar a
conocer sus relajadas y cómodas vidas como verdaderos ejemplos de superación.
Mientras, alaban sus prolíficos trabajos, sus extraordinarios libros o su
reconocido valor para la cultura. Llegarán lejos también sus hijos porque, al
parecer, van en la sangre el don y el talento. Como psicóloga, me río de esa
genética incorporada en su ADN. La chica que sale arquitecta también como su
padre, la que escribe como su madre, la que triunfa en el mundillo artístico,
que salió de la nada, pero mamó desde la cuna el ritmo y el arte. Y etcétera,
etcétera...
Pero, bueno, también diréis que muchos –que no tantos–, y ahora hablo
en general, surgen de ambientes deficitarios. Sin embargo, muy talentosos
tienen que llegar a ser para promocionar y ganar con tan voraz competencia ¿No
aprende el de arriba a mejorarse en los cualificados colegios? No se le pide de
entrada que sea genial, ¿verdad? ¿Quién es capaz, entonces, sin esas
oportunidades, de alcanzar cotas de igualdad?
Los valores de la sociedad andan extraviados. Si mientras los
presupuestos se escapan por los escondrijos y los conflictos complicados, de
múltiples aristas, se desatienden continuamente con la excusa económica, difícilmente,
de este modo, eliminaremos la desigualdad. Interesa el espectáculo, presentar
el producto vendible y hacer propaganda del morbo, mientras tanto, esto parece
que no hay quién lo cambie.
No celebro nada y, mucho menos, lo que se propone: una serie de actos
simbólicos carentes de verdadera utilidad. Deseo un mundo más igualitario, más
justo. Todo debe empezar desde la marcada diferencia que hay entre ricos y
pobres. La riqueza tiene siempre sus reductos de escape hacia los derechos
fundamentales de libertad, en cualquier elemento donde se mueva. No molesta el
extranjero, sino el que es pobre; se desprecia el color del que vive en suburbios,
pero no el que copa las listas de ventas de discos y vive en grandes mansiones;
supone un problema la condición sexual si no tienen posibilidades para comprar
el respeto con la pertenencia a un determinado lobby. La élite nunca ha tenido problemas para fumar, beber,
drogarse o saltarse los principios éticos o morales y, como seguimos
comprobando, hasta legales. Ellos pueden superar censuras personales, morales,
contextuales y pueden saltarse todos los prejuicios a golpe de carta de
presentación y la clandestinidad protegida. Ellos pueden superar las
discriminaciones porque, de entrada, tienen las herramientas para poder
hacerlo. Pero el poder siempre ha estado más interesado en demostrar su
superioridad con falsos discursos, con argumentos en los que, a poco levantemos
el velo del adoctrinamiento, descubrimos sus trampas.
A un mundo que sólo quiere ganar le importa sólo los ganadores. Y los
súbditos, que sirvan de reclamo para sus intereses. Un mundo así no quiere
igualdad para todos, no le interesa que las mujeres sean iguales a los hombres,
aunque se cuelgan medallas y se hacen protagonistas de tomar la avanzadilla
política, cuando no crea ni fomenta los espacios posibles para conseguirlo, cuestión
de derecho primordial en el siglo XXI. A cambio, seguimos escuchando esta
música de fondo monótona e insustancial. Y mientras, hacen gestos vacíos,
buscan la caricatura, el show, la
celebración variopinta y festiva de cualquier tipo de discriminación, por otro lado,
permiten la convivencia incongruente con estados aún más primitivos.
Así ocurre con todo tipo de exclusión. Fue y sigue siendo con los
negros, los homosexuales, las mujeres, los niños, los inmigrantes, los pobres.
El problema lo solucionan del mismo modo que presentan una pasarela de moda, un
móvil fantástico o un robot futurista: haciéndonos creer que es un mundo para
todos, un mundo asequible, cuando sobradamente sabemos que son adelantos y
triunfos para un alto nivel de vida. Aunque necesiten de todos los desheredados
del mundo para poder ser lo que son. La historia lo confirma: sólo los
privilegiados gozarán de la utópica libertad, igualdad y fraternidad, el
chocolate puro y el café de perfecto tostado,
Mientras tanto, para los días señalados en el calendario, celebramos
nuestras conformistas conciencias, llevemos a profesionales a las escuelas para
hablar de igualdad, y tomemos en la mesa el almuerzo con un número que crece de
mujeres asesinadas por sus parejas. Mostremos la basura ajena para disimular y ocultemos
la nuestra. Diseñemos juegos virtuales llenos de prejuicios, violentos y
estereotipados. Pasemos las noches de sofá con programas que creen que la
igualdad de género consiste en ser semejantes en los defectos e imperfecciones.
Les decimos a las chicas que su sexualidad sólo a ellas les pertenece, que
nadie tiene que controlar sus vidas, que no están obligadas a hacer lo que no
quieran por temor a perder a alguien. Y a la vez lanzamos mensajes
contradictorios a través de anuncios, que se cuelan en horario infantil, con
escandalosos modelos machistas; de series de alto contenido en mensajes
dirigidos al modelo romántico de amor o la grotesca parodia de igualdad entre
hombres y mujeres; de programas que tratan de modificar simplemente los papeles
clásicos y, en lugar de ser la mujer-objeto, se trata con el mismo patrón al
chico. Criticamos el burka y creamos, sin embargo, una belleza superficial y
nos vestimos como reclamo al macho, ese ser dominante que nos cuida y protege y
por eso se premian sus celos.
Miremos por donde miremos, la mujer frente al hombre siempre pierde. Claro
que hay sociedades matriarcales, excepciones puntuales, pero la historia tomó
una dirección machista en un momento determinado. Salir de ahí costará bastante
si no aunamos fuerzas todos, desde los cambios políticos, sociales, económicos
hasta los más privados y personales. Sin olvidar la ideología fomentada por los
medios audiovisuales y la publicidad, que nos dice qué pensar, qué sentir, qué
desear, cuál debe ser el ideal de belleza, nuestro comportamiento sexual o
nuestras actitudes vitales. No en vano los medios de comunicación son
considerados el cuarto poder, aunque, cada vez más, domina y controla como si
estuvieran en la cima.
Comprender cuáles son los enemigos de la igualdad hará que la cultura
cambie y, con ella, nuestras costumbres, hábitos, tradiciones llenas de
prejuicios y aborrecibles comportamientos. Es necesario obtener el respeto del
otro cuando actuamos correctamente y la desaprobación total desde todos los
ámbitos y en cada detalle donde la flagrante injusticia se manifieste. Ante el
culpable, en todos los sentidos, caiga el peso justo de la ley.
Pero, hasta ahora damos puntadas en falso y el tejido social se rasga
por todas partes. Pedimos a la víctima que sea fuerte, que haga el cambio, que
se esconda o que escape ¿Pedimos acaso al enfermo que huya del cáncer que le
corroe, del virus que le ataca y lo deja sin defensas, que lo destruye lenta o
rápidamente?
Yo defiendo mi derecho como persona, como mujer, como ciudadana, como
ser que vive y quiere que la dejen vivir: mujeres con todos los derechos, sin
la vergüenza ajena de estos paripés y parafernalias panfletarias. ¿Personas
iguales hoy? Permítanme que me ría.