Los humanos, tan hechos a las celebraciones, que hasta las
ausencias vamos contándolas como un logro, aunque en este caso sea de muerte. ¿Celebrar
la no existencia? Puede que consista simplemente en seguir teniendo en cuenta
un recuerdo, una vida pasada hecha a retazos, que así es como nos queda en la
memoria lo vivido.
Dicen que las fotografías no engañan, que muestran todo aquello
que está y luego olvidamos, a sabiendas o no y hasta camuflamos. No es cierto
que la fotografía enseñe toda la verdad a pesar de justificar que esos
elementos estuvieron ahí; ni hablan realmente de la realidad, cuando lo único
que es real y verdadero queda oculto, aquello que va más allá de lo que
demuestra la evidencia, que nunca es tal. Esa apariencia palpable, aunque sea
por el sentido más sentido, al menos el más promocionado e importante para el
hombre, que es el ver, hace innegable lo que aparece en ese recuadro que
encuadró un pasado. Sin embargo, no es más que un recuento de los componentes, un
cuerpo sin alma ni vida.
Pero te veo ahí sentado en la silla de plástico del patio,
esa de las que a fuerza de sol e intemperie un día nos deja tirados en el
suelo. Tienes sobre tu regazo la bolsa del pan duro, atareadas las manos en
desmenuzar las migas de pan. Es el alimento para tus pájaros. A tus pies, Chiqui
y Chomsky te acompañan, como siempre, están a tu alrededor, buscando tu cariño
y aunque sumido en tu tarea, sois todo un mundo silencioso de amor, de amistad.
Ellas te adelantaron en este corto trayecto de la vida, quién sabe por dónde
andarán sus moléculas, igual que me pregunto qué habrán sido de las tuyas. Poco
quedará de ese menudo cuerpo que te sujetó en vida, aunque me niego a sentirte
en aquel lugar oscuro, lleno de vidas que te devoran, frente a un sol que no te
dará nunca más calor ni luz y que tanto añorabas.
Aparecen por el encuadre la mesa y las sillas del patio,
estas de hierro y de piedra la tapa de aquella. Cubierta la mesa de macetas y algún
jarrón y cenicero de barro que quedó como objeto de decoración desde que
abandonaste, más tarde que pronto, el vicio del tabaco.
Un fondo verde delimita la casa de la parcela de al lado,
donde cultivabas tus tomates, pimientos, berenjenas, florecía en primavera
algún naranjo y una higuera se dejaba coger alguna breva después convertida en
higo, breves y continuos como los placeres de la vida, aunque nunca fueron tantos
como los de la higuera que lindaba con la parcela vecina, ¡qué placer efímero
deleitando nuestras papilas gustativas pero qué por poco duraba lo bueno! Allí,
en tu mundo campestre, donde hubo cabra y chivo, gallinas, gallos y pollitos,
palomas, canarios, jilgueros y mixtos. Y gatos foráneos que te amargaban la
existencia. Desgraciadamente quererlos quitar del medio para salvar a tus
pajaritos, parecer ser que se llevó por delante a la ingenua y buena Chomsky.
En el bajo muro que separa la parte humana de la agrícola,
el pretil está cubierto de pequeñas macetas, puestas en fila como los vagones
de un tren y dos limones cogidos del árbol reposan antes de ser exprimidos o
consumidos por la podredumbre. Todo aquello como parte de vida, algunas cosas
prevalecen aún insolentes superando tu presencia. Cerca de la puerta de la casa
que queda oculta en la imagen más efervescencia verde, plantas de enredaderas y
una mecedora vieja pero aún servible, que abandonó el hogar al exilio del exterior,
como viejo que sale de la casa para ingresar en una residencia; una tumbona de
playa, donde te dejabas relajar en la siesta, a cuerpo, sin cubrirte con nada,
dejándote llevar por el mundo de los sueños, vagabundeando por los pensamientos
y disfrutando de las ensoñaciones con la esperanza todavía intacta por tus
proyectos, siempre relacionado con el campo y los animales.
Verte ahí con tu trabajo de jubilado entregado a sus
quehaceres preferidos, dándole vueltas siempre a la cabeza, echando cuentas en
sumas fáciles con tus rudimentarias matemáticas.
Pero, ¿ves?, ya estoy viendo mucho más que lo que tengo ahí
enfrente, en ese papel de celulosa o el material que sea del que está hecho,
esa mala impresión de fotografía, sin embargo, tan necesaria para revelar cosas
que estuvieron, hechos que pasaron, personas que existieron. Otras, por el
contrario se guardan en los archivos de nuestro cerebro que ayudarán a otras
semblanzas.
Sí que están un suelo de losas de granito, unos perros,
muchas plantas y objetos y un hombre, concentrado en su tarea. Está casi parado
pero no inactivo y, conociéndolo como le conocí, estaría entretenido en sabrá
dios qué pensamientos preocupantes, tal vez de salud, pues poco quedaba para el
calvario que se te avecinaba.
Tu rostro está relajado, metido en lo suyo, tanto que me has
hecho olvidar al que te observa, no recuerdo siquiera si era yo o Javier quien
te echó esta foto, o fue otro cualquiera y yo me la apropié un día que la vi
por casa, porque así es como yo te veía. Esta imagen te representa más que
ninguna, muchísimo más que otras donde miras serio a la cámara o aquella otra
que enmarcada prioriza mi pequeño altar. Esa que nos diste, barruntando tu
final, a cada uno de tus hijos porque en ella te veías joven y guapo, con tu
pelo negro aún, el tupé bien marcado, la mirada acuosa no de llanto sino
gastada ya por los años de lucha que para ti comenzaron pronto, como los niños
de entonces. En aquella estás posando, aquí te dejaste ver, sin demostrar nada,
siguiendo tu protocolo cotidiano.
A veces pienso quién eres, tal vez el padre que conocí que
dejó en mí ciertos recuerdos, unos mejores y otros peores, pero todo con el
sabor de la ternura por lo que fuiste, un hombre, con todos sus defectos
incluidos e incorporados, queriendo y sin querer. Sin embargo, cuando pienso en
ti ya no te veo sólo como al padre que tuve, que me ha dado parte de lo que soy
y mucho más de lo que hubiera querido quizás, porque uno es víctima y verdugo
de su propia vida. Ahora te veo como un hombre que ha vivido para que yo
también viva, no puedo renegar de nada o no debería, puedo protestar o
agradecer mil cosas y todas tengan parte de razón, pero sé que abandonando tu
cáscara humana, quedó en ti lo único y verdaderamente bueno, lo auténtico, lo
sustancial, lo que estaba dentro de ti y, muchas veces, por las circunstancias,
no se dejó mostrar. Como hoy esta foto no muestra todo lo que fuiste, porque
oculta más que habla, porque el observador objetivo no alcanzaría nunca ver más
allá de lo que eras, porque los hechos engañan, como nos engaña la vida para
acabar (casi siempre) maltratándola.
Estás estático a pesar de intuirse la actividad, ¿por qué no
puede ser la muerte también eso?, una simple ilusión de falta de movimiento, un
fotograma inmovilizado por nuestra incapacidad de ver sólo con estos ojos que
la vida nos puso en el rostro, sobre la nariz, uno a cada lado, sanos pero
imperfectos siempre, que se abren y cierran, que guiñan y se espantan, que
enferman y mueren, que envejecen y se deterioran antes que el ocaso se llene de
oscuridad. Pero, si hay estrellas que están y no las veo, ¿cómo puedo estar tan
segura que más allá donde no alcanza mi vista la luz más cegadora está
brillando eternamente?