Sobre
la mesa de la cocina, entre pieles de cebolla y ajo, mezclados con los restos
del desayuno, sus folios, en los que caóticamente iba escribiendo ideas de
historias, relatos que le iban viniendo a la cabeza.
Fregaba
los vasos, platos y demás utensilios. Era un día con fuerte viento de levante,
normal por aquella zona.
De
pronto, la puerta de la cocina se cerró bruscamente y, como un virus, el miedo
entró en su cuerpo, acelerando su pulso. El viento la agitaba con insistencia,
pareciendo querer advertirle de un peligro.
Pensó
que, como había abierto las ventanas para ventilar las habitaciones, la fuerte
corriente habría provocado el cierre violento de la puerta. Su imaginación
comenzó a trabajar y recordó mil historias horrendas que, a diario, se
escuchaban por los medios de comunicación: asesinos, violadores, psicópatas,
ladrones… Quería continuar con sus tareas y restar importancia al asunto.
Recordó que, al lado de casa, trabajaban unos albañiles que tenían una grúa.
Sin racionalizar pensó que fácilmente alguien podría haber entrado por la
ventana de su dormitorio.
Quiso
salir de la cocina, subir y cerciorarse de que todo era producto de su
fantasía, recreándose en aquellos episodios que inoculaban miedo en nuestras
vidas; pero no se atrevió; incluso a través del cristal tupido y acuoso de la
puerta le pareció ver algún reflejo, se sintió paralizada, y del miedo pasó al
pánico, controlando sus pensamientos, inmovilizándola, aterrorizándola, vio
moverse el picaporte de la puerta, le faltaba el aire, sudaba frío y sintió un
fuerte dolor en el pecho…
No
fue a recoger a los pequeños a la salida del cole. La llamada que recibió su
marido del colegio avisándole, le alertó de que algo pasaba.
Cuando
entraron a la vivienda, en la cocina, junto al fregadero, yacía el cuerpo sin
vida de su esposa y en su rostro se dibujaba una expresión de horror. No tenía
señales de violencia y el forense dictaminó que el motivo de la muerte había
sido un infarto.
Terminó
su relato, se sintió satisfecha y continuó con las tareas domésticas; agachada,
barriendo debajo de la mesa, alguien la agarró por detrás cortándole el aire,
apretando fuertemente su cuello, forcejeó, y en su lucha, lo reconoció, era
aquel hombre, el trabajador de la casa de al lado.
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