El asunto del robo de niños es de una claridad meridiana,
pero de profundidad inabarcable. Indagando sobre el tema descubrimos que,
además de ser una problemática todavía actual, tiene multitud de causas, cuenta
con la complicidad de instituciones y la despreocupación social. Semejante a un
prisma de infinitas caras y aristas. Centrarse en un solo aspecto descuidaba
otros muchos que tienen similares consecuencias dramáticas.
Aunque supuestamente se realicen desde distintas
preconcepciones éticas o morales, nunca tienen una justificación.
Las razones acaban corrompiéndose siempre que no se den
alternativas de justicia e igualdad. Y siempre es mejor una sociedad solidaria
que sea capaz de dar alternativas a los padres biológicos o, en su defecto, a
la madre que se encuentra desprotegida y sin el apoyo con que una sociedad
democrática debe ofrecer, protegiendo la libertad de elección, de cuidar y amar
a un hijo; descontando, por supuesto, los casos de maltrato, donde las
necesidades del menor, siempre prevalecen sobre las de los adultos.
Teorizando sobre el tema en cuestión, nos llevó hacia una
reflexión filogenética (la especie), más que ontogenética (el individuo). ¿Por
qué en el inconsciente colectivo aparecía constantemente ese temor por el hijo
robado o el hijo perdido?
Si nos remontamos a los primeros homínidos, donde la
descendencia era vital para la supervivencia del grupo, las crías eran parte de
la comunidad, prácticamente eran cuidadas por el grupo, incluso la sensación de
pertenencia o protección era cubierta por todos los miembros. El instinto
parental se creaba de una manera puramente biológica para proteger la
descendencia de los peligros. La comunidad también tiene esa responsabilidad.
Si la madre moría por una enfermedad o cualquier otra circunstancia, otras
hembras se encargaban del cuidado del bebé, incluso amamantándolo.
La unidad familiar tal como hoy en día la entendemos, no se
parece en nada a cuando los grupos humanos eran pequeños y se encontraban
distantes unos de otros.
El niño pertenece a la comunidad, no a los padres, y los
padres tienen poder sobre el hijo. Se establece una jerarquía de poder. Su
formación es responsabilidad de la comunidad, y sólo su función biológica (dar
de comer, vestirlo) es la función de los padres. Más adelante se empiezan a
incluir las emociones y la educación moral.
Las sociedades fueron evolucionando, y los grupos se fueron
haciendo mayores, a veces tan grandes que la comunidad tenía diferentes
dinámicas, pero el interés común seguía siendo el bien de todos. Los padres
tenían la obligación de aportar los cuidados básicos porque el Estado no podía
abarcar esta responsabilidad de modo global. Su responsabilidad consistía en
formar esos niños para provecho de la sociedad, la patria, el Imperio.
Poco a poco los padres fueron adquiriendo más capacidad de
decisión sobre el hijo, pero la sociedad necesitaba que esa parte que cedía a
los padres, pudiera dirigirse para el bien de la comunidad. Se creó la
educación formal. Se les permite a los padres esa afiliación física y emocional
del hijo, pero la parte política e ideológica aún pertenece al Estado común.
En esta evolución llegamos hasta los países desarrollados de
hoy en día, civilizaciones donde se comienzan a crear los derechos de los
hombres. Los padres son los responsables de los hijos, deben cuidarlos,
protegerlos y permitirles un desarrollo bio-psico-social saludable, dentro de
un marco de amor y respeto. No obstante, aún la sociedad, “comunidad”, tiene su
poder sobre el niño. Al principio la comunidad prevé y vigila su protección.
Después ese niño, convertido ya en hombre gracias al cuidado de sus padres y
familia, así como a la formación de la sociedad, se supone que será sujeto
independiente legalmente, pero responsable para con la sociedad.
Antes el niño era una necesidad de los padres. Se tenían
niños para que ayudaran a las familias y se hicieran cargo de la vejez de sus
progenitores. En la actualidad son los padres los que se ponen al servicio de
su prole, que son criados como objetos de lujo. El Estado se supone que se hará
cargo de las enfermedades y el deterioro de la vejez.
Reflexión, si el niño es algo que pertenece a la sociedad,
ésta es su única dueña. ¿Qué conlleva este pensamiento? Que si un niño no está
recibiendo aquello que se establece en un momento dado de la historia como lo
que es idóneo, la comunidad tiene el deber y la obligación de tomar a ese niño
(tutorizándolo o dejándolo en manos de otra familia). El caso extremo sería la
antigua Esparta, que se ocupaba de la crianza y educación de los niños para que
fueran soldados del Estado.
¿Qué ocurre cuando las sociedades cada vez se vuelven más
mercantilistas y conflictivas? Que el niño se vuelve un elemento más del
mercado, objeto suculento para sociedades corrompidas. Es un producto económico
que se gana con él, se utiliza, se vende… para fines, a veces sin escrúpulos
como la venta de órganos, o esclavos laborales o sexuales.
La eterna pugna entre individuo y sociedad es una batalla de
difícil solución, pues la sociedad tiene sus métodos de exclusión imponiendo
sus normas.
La solución quedaría en una escrupulosa actuación donde
siempre se respete al individuo (madre e hijo) por encima de otros intereses.
Como ejemplo propongo un dilema moral. ¿Sacrificarías a una persona sana para
obtener cinco órganos que salvaran a cinco enfermos necesitados de trasplante?
Conclusión. Cada vida es única y no somos dueños salvo de la nuestra.
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