No
podemos entender una sin la otra y sin embargo quitamos la palabra a quien
habla o dejamos sin voz a una multitud cuando desoímos sus palabras. Alguien se quedó sin palabras ante un
argumento incuestionable o callamos cuando cedimos la palabra.
Pero
palabra y voz aunque hermanas siamesas son muy distintas. La palabra es libre, la
voz es esclava de la palabra.
La
palabra es odio o amor, siempre verdad incuestionable; la voz transforma la
palabra en valor o cobardía, en verdad o mentira. La palabra que no entiende de
hipocresía; bailan con la voz las falsedades humanas, las apariencias no fiables.
La voz obstinada niega a la palabra su autenticidad, la adorna o la camufla, la
viste y la desnuda según interese.
Pero a
veces, la esclava se impone y domina con su grito de rabia, o tal vez, con
silencio pasivo agresivo. Otras, modulando su timbre consigue doblegar a la
palabra, arrodillándola en un juego alternativo sadomasoquista. También a veces
la voz le pide turno a la palabra y acaba imponiéndose dándole la vuelta en
ciento ochenta grados, o estableciendo un sesenta y nueve democrático. En otras
ocasiones por cobardía o miedo la voz se muestra pasiva y sumisa, callada, casi
muda.
La
palabra es apolítica pero la voz debe ser reivindicativa. Está obligada a
encontrar la sintonía con la palabra, llegar a un acuerdo, dejarla oír cuando
aquella es justa, cuando es la VOZ con mayúsculas la del pueblo que sufre de la
enorme injusticia de los que tienen la palabra, tajante y autoritaria. La
palabra que hace uso de la voz con prepotencia para ocultar lo vergonzoso, lo
corrupto, cuando no respeta la palabra y voz del otro, silenciándolas, no sólo
con violencia sino con engaños, con artimañas encubiertas con un manto legal
creado para su control. ¡Ni las lágrimas deben ahogar las voces cuando las
palabras se utilizan para hacer injusticias!
Cojamos
todas las palabras del diccionario, aunémosla en un sólo grito. Que la bruja
devuelva la voz a la sirena para que diga lo que tiene que decir la palabra, en
toda su expresión, manifestándose con autenticidad. Que la palabra libertad
vaya unida siempre a la palabra respeto y a partir de ahí jueguen, disfruten,
aprendan la una de la otra y se escuchen. Que el silencio se imponga desde uno
mismo para acallar la propia voz que ofende o daña con la palabra, que sólo
calle cuando quiera ser íntima. No valerse del que grita más o más se hace oír
para tener el derecho a la palabra.
Nuestra
voz es única, no debe estar adoctrinada ni atender a palabras que provoquen
sufrimientos propios y ajenos, palabras infladas por un egocentrismo
aniquilador. Tienen que existir palabras de todo tipo, para lo deseado y lo
despreciable, que nos dan la opción de elegir, con la mirada siempre hacia un
horizonte del bien común.
Hay,
sin embargo, palabras que ofenden la vista y el alma y voces chillonas que no
dicen nada, o peligrosas como cuchillos. Palabras sísmicas que provocan
auténticas catástrofes que derrumban y entierran las voces de los que sufren.
No, yo
me niego a ser un mero eco repetitivo, un discurso formado por palabras
impuestas, dejadme escoger mis palabras, aprenderlas, saborearlas,
comprenderlas y una vez elegidas opte por ellas, defenderme con ellas, atacar
con ellas, mostrarme con ellas y puestas en orden y justicia rebelarme con y
contra ellas en una sola voz humana que defienda la IGUALDAD y la JUSTICIA
SOCIAL.
Fue la
voz antes que la palabra en ese llanto sin lágrima, casi un grito en nuestro
alumbramiento, apenas recién estrenado el mundo alzamos nuestra voz. Por todas
las palabras escritas o hechas voz sólo volverán a ser una como cuándo el má má
y el pá pá se unieron en una sola voz, recreándonos en la palabra que con la
voz halló su verdadero sentido.
Para
aprender y crear palabras la voz también debe ser libre aunque sólo sea un
grito desesperado ante tanta injusticia, ante tantos derechos arrasados, ante
las hipocresías y engaños, las manipulaciones y discursos vacíos aunque llenos
de miles de palabras huecas profanadas por voces que se creen más fuertes que
el resto de una humanidad que tiene indiscutiblemente los mismos derechos,
simplemente por haber nacido. Inocentes de una aleatoriedad casi siempre creada
por una sociedad que coloca sus palabras en el árbol del poder del que sólo
permiten tomar sus frutos a unos elegidos.
Todos
tenemos derecho a comer la manzana, indudablemente. Fue sembrada, regada y
cosechada para ello, máxime cuando la maquinaría se alimenta a la postre del
trabajo de sus cultivadores, de los que no se sabe bien porqué deben ser los
obedientes perdedores de un grito en el desierto en la trágica historia de la
humanidad. ¡Qué tenebrosa voz habló entre las tinieblas de un cielo inventado!
Fue el poder quién imaginó y creó una religión para inculcar en nuestras
conciencias la negación a comer su fruto prohibido y reservarlo sólo para los
dioses. Un paraíso resort, para
algunos que se creen serlo, que controlan y se adueñan de los beneficios que
aportamos el resto de la jungla humana. A todos ellos yo les diría, ¿no son
estos campos de todos los hombres?, ¿no deben darnos sombra y cobijo los árboles
y las grutas de las montañas? ¿No alumbra este inmenso sol a cada uno de
nosotros, ni las lluvias moja la tierra para todos? ¿Por qué debemos nosotros
sudar bajo el sol implacable y soportar las lluvias y truenos, mientras otros
reposan en el valle de la abundancia? ¿Por qué debemos sufrir el derrumbe de nuestras
casas si con nuestras propias manos construimos vuestras mansiones? ¿Por qué debemos
de trabajar de sol a sol y contra viento y marea para que solo después vosotros
recojáis las ganancias? ¡Qué absurdo mundo habéis creado, dioses humanos! Está claro que uno a vuestra medida. Con
palabras adaptadas a vuestro lenguaje, pero mi voz es libre como el aire que
respiro y se expande por cada poro de la tierra y recorre como un vendaval los
inmensos paisajes. Avanza cual onda en el profundo y extenso lago de la verdad
que sacia la sed de justicia. Porque las voces de todos los desgraciados del
mundo son el grito de guerra que atemoriza al enemigo, es nuestra única arma, y
es nuestra defensa, la palabra.
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