viernes, 17 de julio de 2009

NOVELA


Aquella mañana tuvo un mal presentimiento, era ya jueves y al final de semana siempre iba ya sobrecargado, falto de energía. El cansancio acumulado, el sueño poco relajante le bajaba el ánimo y el mundo se convertía en un lugar más árido. Encima el día se presentaba con tareas adicionales, había que llevar a la niña a una fiesta de cumpleaños, después la recogería para ir al conservatorio. Con su mujer no podía contar, la enfermedad la limitaba bastante y él procura evitarle demasiado trabajo.

En el desayuno le salió una mala contestación a una pregunta de su hijo. ¡Ya estamos, por si fuera poco, además tienes que comprar una libreta! Te tengo dicho que te hagas responsable de tus cosas y no las pidas en el último momento.

Ella preparaba las mochilas con el agua y el bocadillo. En el umbral de la puerta, él le dijo, Bueno, nos vamos. Como siempre, ella salía a despedirlo, un beso para los niños y otro para él. Luego les decía adiós con la mano hasta que el coche se perdía de vista.

A continuación ella volvía a la casa y con suma lentitud iniciaba el día. La mesa repleta de las cosas del desayuno, los pijamas de los niños, las zapatillas, cuando por fin decidían ponérselas; era un reto imposible conseguir que no fueran descalzos.

Pensó qué haría hoy de comer. Sobre la marcha recogía el caos dejado. Cogió la escoba y comenzó a barrer, mientras su pensamiento divagaba entre los posibles almuerzos. Descartando carne que hizo ayer, pasta, la comieron el lunes; creo que hoy haré legumbres, mejor habichuelas blancas que les gustan más. Así, con estos planteamientos sonó el teléfono, y pensó, vaya, quizás sea mi madre para decirme que tiene comida. Miró la pantalla del teléfono pero no reconoció el número.

Llorando, angustiada, se dirigió a la calle, sin saber qué hacer para encontrar algún vecino que la acercara al hospital. Cuando llegó estaba allí su hermana, no sabía cómo se había ella enterado, pero al verla, la tensión acumulada la venció.

Esperaba en la sala de la UCI para entrar en la consulta del médico y conocer la situación en la que se encontraba su familia. Todo se vivía como en sueños y a la vez, intensamente, sin reconocer los detalles e intensificando el dolor. Los chicos están bien, nada que no se solucione en un par de semanas, algún rasguño de los cristales. La respuesta era temida, ¿y mi marido?

Cuando los niños le decían adiós a la madre, él cogió un cd de los que acumula en la guantera y puso más o menos al azar, porque la búsqueda de ese en particular fue infructuosa. Abrió las ventanillas a tope, el final de curso siempre traía esos días de enorme calor. Paró en la esquina para comprar la libreta de la discordia y, amenazando que la próxima vez iría sin ella y que recibiera el castigo de la profesora. Cayó en lo estúpido de su amenaza, para dos días y medio que quedaban de cole, ésta tenía poca eficacia. Cuando cogió la avenida, el tráfico volvió a ponerlo de mal humor. Mira ese tío, ¿o sabe para qué están los intermitentes? Pregunta retórica. El sol era jodido a esta hora de la mañana y bajó el tapasol. Los niños hablaban entre ellos y reían despreocupados. Ah, por cierto, Yolanda, ¿a qué hora era el cumple? ¿y dónde te tengo que llevar? Papá, ¿no recuerdas? Te lo dije ayer, en el mismo lugar que lo celebró Antonio. Todo sucedió rápido, como suceden los accidentes, aunque en realidad se observan como a cámara lenta, recorriendo los segundos en un flash y encontrándote con los resultados de ese cúmulo de efectos que percibes e intentas racionalizar. Poco tiempo para elegir y al final, sólo queda una entendida acción refleja que nunca sabes si será elegida bien o mal.

***

Ella había acostado a los niños, eran pequeños, no asimilaban la realidad, les costaba creer que papá no volvería, el tiempo, el espacio, la nada eran conceptos aún bastante complicados para su pequeño intelecto. Quedó sola en la cocina, recogiendo los restos de la cena, entró en el salón y, con una mueca de desaprobación, recogió juguetes tirados por el suelo y puso en orden los cojines del sofá. Se agachó y recogió ese estúpido juguete que él compró para el pequeño en un chino. Le venció el dolor, la soledad, la presión del desamparo y el mundo era un lugar terriblemente hostil. Lloró, tapando su boca con un cojín, ahogando la desesperación de su sufrimiento para no ser oída. Agotada apagó la luz y salió para su dormitorio. Allí, su cama, la de ella, la de él, le faltó el aire y abrió la ventana. Con la luz apagada observó el cielo, las luces del fondo, las casas de enfrente, la luna estaba menguando, y las farolas de color amarillo, daban un aspecto aún más solitario a la calle. El sueño ganó la batalla. Sintió su cuerpo abrazarla, como de costumbre, mientras la incomodidad no importunara. Cielo, ¿te pasa algo? He tenido un terrible sueño. ¿Quieres contármelo? Cuando nos levantemos. Ahora duerme. ¿Y si se te olvida? No te preocupes. Pero, ¿te encuentras bien? Sí, ahora sí.

Los chicos vinieron a la cama, cuando la luz del día molestaba sus ojos. Hola, buenos días. Abrió los ojos y se giró. Estaba feliz hasta ese momento. ¡No, dios mío! No pudo evitar el grito. ¿Qué pasa, mamá, qué te ocurre? Nada, hija, nada. Es que soñaba.

Qué sueño más cruel, soñar que el dolor es sueño, cuando la felicidad lo es. Y el otro, la dura realidad. Estaba confundida, aquella noche, él la abrazó. Fue un sueño tan real como la vida, ésta es así, juega contigo, con tus percepciones, con tus debilidades, negándote evidencias y engañando con falso realismo.

***

Cuando llegó al trabajo venía todavía con los recuerdos del desayuno. Del tierno abrazo a su mujer, del recorrido hasta el colegio, como de costumbre, de su conversación con alguna madre. La gente fluctuaba en los espacios apareciendo y desapareciendo, y él continuaba y retrocedía a esos espacios, en otros tiempos, creando a su vez otros espacios. Una extraña sensación que le acompañaba desde la noche le llevó a este laberíntico razonamiento. Su mujer le recordaría lo raro que es. Su cerebro que procesa tan distinto a la lógica general. En fin, él era así. Analizando cada aspecto de las cosas cotidianas.

Volvió a casa. Allí estaba ella en la cocina, con la mesa preparada y los niños ya sentados para comer. Y ella friendo unas patatas para los filetes que aguardaban en la sartén. Se besaron, ¿qué tal, cómo ha ido el día? Ya sabes cómo son las gentes. Les cuesta ser responsables, a veces es mejor ser un cabrón. ¿Qué te ha pasado? No, nada, sino que quedaron en traer unas piezas, y al final no saben si tendremos que esperar un mes más para tenerlas. Te dicen, sí, sí, ya están aquí. Les llegarán en un par de días, y tienen que inventar no sé qué historias para no demostrar que no las tenían ni pedidas. Bueno, y a ti, ¿cómo te ha ido? Bien, como siempre, ya sabes, los nervios a la salida del cole, que si los niños, la gente, los coches, el estrés me sienta fatal. Ya conoces cómo me afectan estas cosas, cada vez estoy peor, no sé qué voy a hacer. Cielo, no sé qué decirte, ¿qué podemos hacer? ¿quieres que vayamos a otro médico? Es que todos son unos imbéciles. Yo no voy a ningún médico más. Me tienes liado. Déjalo, venga, vamos a comer.

***

Estaba en la cama, el gorgeo del agua del tubo del aire y el pito monótono y constante de la máquina. Después de aquel tiempo reducido en la memoria, la vida continuó. Una leve cojera del pie derecho y algunas lagunas fueron los restos del naufragio. Él estaba de nuevo en casa, seguía con su vida y el mundo seguía ahí. Y así lo veía él. Todo permanecía y nada quedó afectado drásticamente.

Ella lo echaba tanto de menos… Pura necesidad. Su apoyo, su ayuda, su presencia. ¡Era todo tan duro! Se sentía tan incapaz.

Él estaba tan enamorado de ella, la necesitaba tanto para respirar, y por la noche, ese terrible sueño, verla sola en la cama, llorando, sin consuelo, su rostro desencajado, y aunque él la abrazaba, ella no decía nada.

Ella quería dormir, soñar, encontrarlo ahí en ese mundo onírico. Un espacio de encuentro de ella con él.

¿Por qué se repite ese sueño una y otra vez? La ve en la cama, llora, está en la oscuridad. La llama pero ella no le contesta. Se vuelve boca abajo, tapando su cara contra la almohada, ahogando el llanto. La abraza y parece que se tranquiliza. Luego sale de la cama, busca a los niños, están en sus camas, recorre la casa y vuelve a su dormitorio. Al despertar ella está allí, durmiendo tranquila, con esa profunda respiración de los sueños.

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