Recibió como herencia casi tres mil libros. Vivía en un
pequeño piso del extrarradio con su hijo un fin de semana sí y otro no.
Tenía apilados los libros en torres y remetidos por los
huecos, aguantando entre una pieza de decoración, haciendo presión contra la
estantería. Construyó con ellos una casa y un camión para su hijo. Eran como
piezas de Lego, ahora una mesa improvisada, un pequeño asiento, hasta una cama
para una noche loca. Los libros le acompañaban, y en las largas horas de
insomnio, sus sombras parecían monstruos que, a veces, se derrumbaban, y otras
se desvanecían por la mañana.
Un día, cansado de hacer escaleras, decidió leer, al menos
las portadas. Al terminar dijo satisfecho, ¡cómo disfruto con los libros!
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