lunes, 28 de septiembre de 2009


Recibió como herencia casi tres mil libros. Vivía en un pequeño piso del extrarradio con su hijo un fin de semana sí y otro no.

Tenía apilados los libros en torres y remetidos por los huecos, aguantando entre una pieza de decoración, haciendo presión contra la estantería. Construyó con ellos una casa y un camión para su hijo. Eran como piezas de Lego, ahora una mesa improvisada, un pequeño asiento, hasta una cama para una noche loca. Los libros le acompañaban, y en las largas horas de insomnio, sus sombras parecían monstruos que, a veces, se derrumbaban, y otras se desvanecían por la mañana.

Un día, cansado de hacer escaleras, decidió leer, al menos las portadas. Al terminar dijo satisfecho, ¡cómo disfruto con los libros!

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