Se comentaba en la calle, en la panadería, en las oficinas de correos o en el banco, mientras se esperaba en la cola del autobús, en el trabajo. Se hablaba como en secreto, bajito, a hurtadillas. Se diluía como un gas tóxico en el ambiente. La voz de alarma partió de los hospitales, la prensa se hizo eco una semana después. Al principio se percibía con cierta extrañeza, las matronas y enfermeras, mientras desayunaban en la cafetería del hospital se sorprendían por la ausencia de partos en su turno. Cosa nada normal teniendo en cuenta que allí se atendía a la mayoría de las parturientas de los municipios de la provincia.
- Nadie pare, decían desconcertadas en su rutina
- Esto es rarísimo, en mis veinte años de experiencia nunca vi nada igual.
Seis días después, la incredulidad dio paso a la certeza, las mujeres se negaban a parir. Las portadas de los periódicos traían titulares sensacionalistas, dejando entrever sus ideologías: economistas, “La base de la humanidad, en quiebra”; globalizadores, “El planeta en peligro”; nacionalistas, “El país, sin futuro”; históricos y tradicionales, “Culturas milenarias abocadas a la aniquilación”; algunos con prejuicios evidentes “Histeria femenina”, con argumentos retrógrados y fundamentados en ancladas corrientes filosóficas y psicológicas que legitimaran sus opiniones. De momento, decían los más pesimistas, es un germen localizado, pero amenaza con extenderse como un virus descontrolado y desconocido. Las cadenas de televisión entraron también en el juego de acoso y derribo de las insurrectas, debates con supuestos expertos y personajes famosos que desembocaban en un burdo simulacro con pretensiones, pero que sólo ofrecía un espectáculo de gritos y ofensas sin más intención que entretener al personal. Puntos de vista divergentes pero enconados en una animadversión hacia las mujeres. Tan solo algunos pequeños grupos independientes alzaron su voz para apoyar y animar tal iniciativa, y acto seguido, eran duramente criticados y hasta tachados de apologistas de lo que llamaron “terrorismo feminista” por sus propios colegas.
La alarma social era tal que el gobierno estableció un protocolo de urgencia, con reuniones de ministros y sesiones parlamentarias. Algunos decían socarronamente, “ya reventarán, no van a retener al crío para siempre”. Otros, desde un punto de vista más moral y humanitario opinaban que probablemente no dejarían que se les murieran dentro, sería un asesinato. Desde la perspectiva médica esto era, además, inaudito, imposible de mantener, pues el cuerpo tiene sus principios naturales que escapan a nuestra voluntad y determinación.
Pero la evidencia contradecía cualquier lógica y no sólo las madres conseguían retener a sus hijos, sino que éstos, además mantenían una salud estable, como si el reloj evolutivo se mantuviera en esa visión inquietante de la aguja segundera en un avanzar y frenarse continuo, situación que increíblemente mantenían a madre y bebé en óptimas condiciones.
Se concretó un estado de excepción. Todas aquellas mujeres que se negaran a parir serían obligadas a ser intervenidas médicamente. Con o sin su consentimiento, se extraería a la criatura, sobre todo por el bien del menor. Acaso la sociedad tenía otros escrúpulos y saltaron las voces que alegaban que eso supondría un atentado a la libertad individual y derechos de la mujer a decidir en su cuerpo y dejar a la naturaleza que interviniera sin más. Pero la naturaleza es mujer.
También, ¿cómo no? se apuntaron al carro las religiones, que mucho habían tardado en manifestarse con sus ecos culpabilizantes, sus abnegaciones y sus derechos ofendidos ante la crueldad excesiva de madres desnaturalizadas. Que los infiernos creados caigan sobre ellas y sus conciencias, gritaban desde sus púlpitos.
Pero contrariamente, los argumentos médicos, morales y éticos no tenían ninguna base porque las embarazadas habían quedado en stand by, sin riesgo para el infante ni para ellas mismas.
La situación se iba complicando, arraigando, enrareciendo las relaciones personales. La agresividad camuflada en hipócritas comportamientos sociales se expresaba ahora con total legitimidad y cierta impunidad. Las mujeres decidían no traer hijos al mundo, entraban en una infertilidad elegida, en una huelga de úteros no reproductivos. Los réditos de las clínicas de infertilidad cayeron en picado. El futuro económico, social y la propia existencia del mundo se dirigían al caos. Aquí había surgido el foco de infección, pero el contagio general al resto del planeta se intuía, la epidemia parecía inevitable. Si la metáfora médica no es suficiente, utilicemos mejor la bélica, así diríamos que, la llama había sido encendida y trazado su reguero de pólvora.
La vida humana tenía los días contados. Al fin podríamos determinar su fecha de caducidad con escaso margen de error, años arriba, años abajo, motivado por variables independientes de muertes que, por retraso o adelanto, modificaran las estadísticas, como accidentes, enfermedades, suicidios, genética, estilo de vida, pros y contras que escapan a las predicciones. Pero poco a poco, sin reservas ni renovaciones se acabaría con la existencia humana.
El miedo, muchas veces provocado e incitado por los medios de comunicación, fomentó los actos violentos contra las mujeres, que eran insultadas y en ocasiones se llegó a límites extremos, violadas y forzadas a intervenciones médicas para quedar embarazadas, pero no quedaban. Llegaron a realizar algunas cesáreas obligatorias, pero esto, simplemente, sería un añadir, una pequeña ventaja, un sumar a la cifra total de la población en sólo pocos niños nacidos que ampliarían escasamente, si acaso, una generación más.
La situación se había escapado de las manos, sólo quedaba una última opción, tal vez la más simple, pero la más olvidada, reconocer la importancia de la mujer en la sociedad, escuchar a estas mujeres e intentar transformar la mirada social, restableciendo el orden natural que nunca debió perder en la historia. Se acordó un encuentro con todas aquellas embarazadas salidas de cuenta, 553 mujeres que estuvieron de acuerdo siempre y cuando se les tratara adecuadamente y con respeto. El gobierno se comprometió y puso a su servicio todos los medios para que viajaran cómodas y acompañadas de algún familiar, esposo, madre, hermana o amiga.
Se acordó distribuirlas en pequeños grupos dirigidos por el presidente del gobierno y designando a comisarios por sus cualidades mediadoras a cada grupo. Toda la comisión estaba asesorada por expertos multidisciplinares, agentes sociales, psicólogos, sociólogos, médicos, religiosos, interventores internacionales para salvaguardar los derechos de las participantes y la legalidad del evento. Fueron necesarios varios días de discusiones, debates, propuestas, acuerdos y desacuerdos hasta el día M, en honor a la revolución que las mujeres habían protagonizado. Ese día se dio a conocer la nueva ley IRE, Igualdad, Respeto y Equidad, que instauraba los principios básicos para una sociedad donde todos sus ciudadanos, hombres y mujeres, tendrían garantizados sus derechos y deberes en la construcción del progreso, presente y futuro de la humanidad. El presidente habló ante la Asamblea Constitucional dando lectura de los resultados de la Comisión y creación de la nueva Ley.
Comenzó su discurso:
“Señoras y señores diputados y diputadas, señoras y señores,
“La Historia ha sido injusta con las mujeres. La Historia ha estado escrita por los hombres, pero nuestras memorias no engañan. La mujer ha sido, es y será protagonista de la Humanidad en igualdad con los hombres. Todo lo construido en este avanzar del mundo se debe también, y no podía ser de otra manera, a las manos, cuerpos y mentes de millones y millones de mujeres. Mujeres que construyen día a día un mundo mejor. Mujeres que nunca figuraron, sin protagonismo, anónimas presencias ocultadas por aquellos que, por vanidad, orgullo, poder, miedo o ignorancia se creyeron superiores”.
Fue exponiendo uno a uno los reglados y cansinos artículos, y concluyó:
“La Historia tal vez se re-escriba de nuevo con esta otra visión, con voces antes calladas. Hoy descubrimos una nueva vida que comienza. Acaso sólo así seamos capaces, hombres y mujeres, de configurar una realidad más feliz y humana para todos. Muchas gracias”•
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