El sábado quedaron, o fue él, el que quedó con ella o tal vez fuera ella la que en realidad quedó con él, si a la oferta no hubiera contestado de acuerdo y acaso hubiera decidido dar cualquier excusa. Así que puede que él descolgara el teléfono, marcara el número, y con ciertas dudas, dejara sonar el tono, hasta que del otro lado una mano, la de ella, lo cogió y decidió. Hola, vaya hace días que no hablábamos. Si, he estado muy ocupado, y tu qué tal. Pués, la verdad que también. No podía tomar la actitud ofendida porque si bien ella no le llamó aquel día cuando a pocos metros de su casa andaba divirtiéndose con aquellos, supuestos por él, compañeros de trabajo, él tampoco tuvo el detalle y el deseo de hacer lo mismo la otra noche, cuando prefirió su (de él) soledad a su (de ella) compañía. Por qué actuaban así, por qué ahora quedaban para tener una romántica velada, por qué le pedía que se quedara a dormir en casa esta noche, por qué fingian este mal logrado juego de enamorados y por qué no tuvo el valor suficiente para decirle que la vio y preguntarle quienes eran aquellas personas. No sería ninguna intromisión, ni tampoco una exigencia de pareja, sólo simple curiosidad. Pero cómo explicaría entonces, por qué no entró en el local, hubiese sido tan fácil, lo más natural, lo más esperado, incluso algún reproche posterior, con enfado y reconciliación incluida, cuando comprendiéndolo todo, acabarían apasionados en la cama. Tal vez hubiera requerido demasiado esfuerzo fingir tanto interés.
Quién diría lo contrario, observando con cuánta dedicación preparaba la mesa, con detallitos de vela, música, bonito mantel, inventando una cena original y postre exquisito. Son rituales aprendidos de películas románticas, de expectativas previsibles, simples apariencias, que cubren con todo ese velo de atractivos pormenores y preliminares, la razón última, la única, la que su sexo impone con urgencia impresa, desde los recónditos viajes de idas y venidas, de sus despiertas hormonas, que iban tormando espacios aguardando el espectáculo final, el fin de fiesta, la exhibición de fuegos artificiales y la calma inttranquila que proviene de la espera, aquella y ésta, de la explosión, al menos aquella seca y sorda del último cohete, preámbulo entonces del descanso nocturno. Aún con el olor a pólvora metida en los sentidos, el silencio y la perturbación auditiva y la laxitud muscular mezclados en un todo confundiendo procedencias, con todas las sensaciones que también nos trae el humo expandido de las velas después de ser apagadas. La saciedad calmada y colmada de ambos alimentos y el caos estático de la vuelta a la normalidad. Mesa y cama revuelta y el equilibrio químico restaurado.
Durante la cena estuvieron hablando animadamente de como habían transcurridos estos días de desencuentros, ninguno de los dos dijo nada, ni la más mínima alusión a sus íntimos deseos de no estar con el otro. Pero sin embargo le habló del proyecto que andaba pensando sobre pequeñas historietas basada en una pequeña niña a la que había considerado llamar Matilde. Por qué Matilde, sería tal vez reminiscencia inconsciente de aquella otra llamada Mafalda. Le realizó un tosco y mal definido dibujo de la niña, en un pequeño papel que cogió de la mesa del escritorio. Mira, será así, morena, pequeñita y de trazos redondeados.
No sabía si fue el desastre de dibujo o tal vez la ingenuidad extrema de pensar que ese personajillo podría tener algún interés para alquien, que riéndose, le preguntó, qué pretendes con ella. Será una niña repelente que sabe expresar con un lenguaje infantil pero irónico la realidad actual. Y un poco intimidado y avergonzado por la reacción de ella, continuó. En el fondo no tengo claro, pero qué quieres chica, otros hacen lo mismo y les funciona.
Pensándolo mejor creo que sustituiré a la niña por un pequeño diablillo, como solía llamar de niño a ese tipo volátil de semilla, de desconocida procedencia, que se mueven por el ambiente en primavera. Sería un dibujo muy simple que no necesitaría de grandes cualidaes ni destrezas y tendría la representación exacta en figura y fondo de la realidad. Ya sabes un diablillo y lo dijo con esa cara ingenuamente maliciosa, que tan seductoramente sabía expresar. Contestó ella, ya claro, jugar con la doble apariencia, tierna y pervesa. Exactamente, no crees que sería divertido y tal vez haría pensar. Ésto que tan poco se hace ahora, tan arrastrado que vamos por la marea del progreso y afán de consumo rápido de todo, uso y desperdicio inmediato, sin cuestionar nada, sin crítica, sumisa aceptación.
Bien, y cómo sería ese diablillo. Dio la vuelta entonces al papel y allí con movimientos rápidos y precisos, cómo si ya lo hubiera realizado miles de veces, plasmó cuatro rayitas arriba y cuatro abajo, dejando un pequeño espacio entre ellas para estampar dos puntitos por ojillos y una mínima curva convexa para la boquita. De los laterales, con un giro casi cómico, rápido e incluso grácil, salieron dos líneas en forma de ese, para unos largos y finos brazos. Vaya, éste si que me gusta, parece mejor idea. Es cómo si lo tuvieras pensado de mucho antes. Además es simpático, puede caer bien. La verdad es que llevo tiempo dibujándolo. Lo hago en cualquier papel que tengo a mano. A veces hasta lo pongo en los libros que leo, o en las servilletas de los bares. Voy expandiéndolo por ahí, tal vez alguien se lo halla encontrado alguna vez, es una rídicula fantasía que tengo. Ella sonrió y soltó aquella frase , y hasta puede que domine el mundo. Fue confianza en su proyecto, o quizá sólo sorna y burla, que no hacía más que demostrar, el poco aprecio que sentía hacía él. Parecía no tener una buena opinión sobre sus capacidades y de su competencia. Probablemente, y su mirada lo decía todo, no era más que un chico que había salido a su encuentro, un caso más de casualidades. Estaba claro que no lo veía como proyecto de futuro, el hombre de su vida , de sus sueños, que con cierta certeza intuía no se hallaba precisamente en el hombre que tenía enfrente. Ese que se recreaba en ambiciones tan inmaduras, tuvo recelo en oirse pensando, tan tontas, que seguramente era eso lo que a ella les parecerían, puras chorradas sin esencia, ni interés.
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