Fue mirar aquella fotografía y no pude evitar todo
un torrente de emociones donde se mezclaba entre un dolor indefinible lo más
bello y hermoso. Uno quiere retener aquel
momento, quedarse en aquella que entonces eras tú. Aquel sol de aquel
día y el saco de nuevas experiencias dispuesto a irse llenando. Y deseas tanto
volver a sentir todo ese mundo de sensaciones ya ancladas en el pasado, traídas
ahora a ti por ese papel encarcelado entre la espada y la pared de un marco. Y,
sin embargo, sabes cómo pararte allí sería haber perdido todo lo por venir. Una
recuerda aquellos instantes y muchos otros que las instantáneas de un objetivo
llenaron baúles y álbumes. Se desperdigaron imágenes entre mesas y estanterías,
se custodiaron entre pliegues de una cartera y algunas, pocas se fijaron al
negativo de tu cerebro. Pero me horroriza saber cuántas se perdieron por los
agujeros negros de la memoria.
Tristemente o felizmente -no sé qué adjetivo poner-,
pero la vida es así. Avanza y avanza hacia el torbellino del desagüe de este
mundo, una fuerza de Coriolis que nos empuja irrefrenablemente en una espiral
más o menos extensa de nuestra existencia.
Uno desea retener la belleza de esos momentos y la
sensatez se impone pues sabes que sólo dos modos conoces, uno natural y otro
artificial. El segundo, por medios tecnológicos, una foto o una grabación: el
primero, ya sabemos, es esa entelequia que se instala en nuestras conciencias
pocos años después de nacer, la muerte. Siempre adornada con la esperanza de
ser una ficción, un paripé dramaturgiano del teatro de la vida. Tal vez, como
digo, todos retengamos en el citoplasma de la célula madre algún orgánulo que
nos informa más tarde o más temprano la posibilidad de que la madrastra de la
vida sea al final el único personaje verdadero de esta función, el único quizá
que creímos malo cuándo era el realmente bueno.
Puede que la muerte guarde todas las secuencias de
nuestra vida y si fuimos buenos nos dará una recopilación bien encuadernada de
¡tus mejores momentos vividos…! O por lo contrario si fuiste malo te presenten
un bulto desordenado y arrugado de todas tus acciones malas, crueles, de
sufrimiento y dolor físico y psíquico. Vaya aquí me falla algo porque quién no
me dice a mí que los sentimientos, las emociones que nos acompañan en cada
acto, con cada pensamiento no sea más que productos químicos de un metabolismo
propio de un ecosistema, y al fin y al cabo no es más que esto nuestros
recuerdos un batiburrillo de hechos adornados, engalanados o arruinados y
amargados por sensaciones que transcienden nuestros pensamientos o más bien
llevadas por ellos pero que no tienen una existencia real. O, tal vez, tenga
todas las posibilidades reunidas y somos nosotros los únicos responsables del
lugar que le demos en el fichero de las emociones. Son difíciles de definir las
psicológicas y otorgamos mayor veracidad a las físicas pero vista la
experiencia y la información recogida en refutados libros de medicina hasta
éstas son subjetivas, mira tú.
Además acaso estos malvados empedernidos, llamados
psicópatas, ausentes sus corazones de sufrimiento ajeno, nos va a garantizar
que tras la muerte las adquieran o de que ni tan siquiera sientan por ellos
mismos, teniendo entre sus manos ese engrudo pestilente de sus malvados actos,
que sólo le producen risa o aún mejor un orgasmo infinito con el gozo eterno de
toda esa pornografía representativa que formaron sus andanzas terrenales.
No me queda más que pensar en lo inevitable, ese
vaivén del oleaje que se forma en la superficie del mar de las emociones, sobre
el que nos mantenemos flotando, a veces, haciendo el cristo, otras nadando y
generalmente manteniéndonos sin más sobre sus aguas saladas que curten o escuecen
siempre sobre las heridas. En ocasiones nos sumergimos o nos sumergen olas de
gran altura hasta que sin remedio por el zarpazo de una o por agotamiento
sucumbamos a sus profundidades. Esta vida nuestra, siempre en presente, no
tiene otra que martirizarnos o agradarnos entre los fotogramas del pasado
envuelto de recuerdos siempre creados e inventados, pero convertidos en hechos,
y los imaginarios fotogramas de un siempre futuro inalcanzable, como la orilla
de este océano que nos acoge, nos acuna y nos agita en su constante devenir
alternante por mareas que sólo manejan, una misteriosa aún desconocida, fuerza
de atracción. Una que siempre intuye la ciencia y hacia la que pretende llegar,
para poder encerrarla en una teoría a la que podamos dirigirnos para entender
nuestras contradicciones. Una certeza que nos diga hacia dónde nos dirigimos y
qué bagaje nos acompañará.
Yo mientras tanto acumulo esos momentos en papel u
objeto, incluso algo inmaterial como el olor, entre los fotones o las líneas
concéntricas de un disco, pues no me fio de mi memoria y cuando los observo y
los tengo entre mis manos, al menos en ese instante me vuelvo a trasladar hacia
aquel lugar. He sido buena y tengo entre mis manos la vivencia hermosa de un
sueño vivido. La ilusión de que aún retengo entre los dedos largos, retorcidos
y laberinticos de la memoria, esas sensaciones que recorren todavía los
espacios, los reductos escondidos de mí ser. Entonces y sólo entonces sé hacia
a dónde voy y para qué. Sin embargo, aun conociendo sus elementos, no puedo expresar
en una fórmula que pueda aplicar sin la regla intachable del paso del tiempo.
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