Esta mañana Javier y yo
hablábamos sobre la discriminación de la mujer, especialmente visible cuando
hoy se celebra el día de la mujer trabajadora, en trabajos remunerados o no, no
lo olvidemos. Comprobamos que sobre todo el tema da para mucho y no muy bueno
valorando el panorama actual. Porque, a pesar de grandes avances y de derechos
conseguidos, éstos son todavía escasos y frágiles e indudablemente mal
repartidos (como podemos comprobar con sólo un vistazo por niveles y estratos
económicos, sociales y culturales).
Y aunque alardeamos los
países desarrollados de grandes progresos, hay una cuestión de gran importancia
cuando precisamente de estos países parten comportamientos abusivos. El capital
se traslada a zonas en vías de desarrollo o subdesarrolladas, hipócritamente
amparándose en aquellos sistemas se siguen repitiendo comportamientos y
actitudes desiguales y aún más abusivas. Insistimos erróneamente en decir que estas
desigualdades están superadas en nuestro entorno aunque parece ser no lo están
tan universalmente cuando estamos en casas ajenas; como antiguamente considerábamos, con
cierta excusa inmoral, cuestiones privadas los asuntos que
sucedían en la esfera íntima. Es como si un delito fuese una cuestión diferente
según la perspectiva de nuestros argumentos basados en el principio fundamental
de ojos que no ven…
En los últimos tiempos,
estos que se imponen a una velocidad de vértigo, donde los lustros son semanas
y las décadas días, los derechos que se creían ya asentados con leyes, incluso
de modo tácito, y reprobados socialmente en nuestras interrelaciones
personales, laborales y sobre todo íntimas, se están contaminando de ideología
machista en toda la estructura social como un gas inodoro, insípido y
transparente. Invisible para la gente que parecen haber perdido los sentidos,
sin olvidar el tan preciado sentido común que resulta ser el menos común de
todos. Parece mentira que siendo tan evidentes y desagradables su sabor y olor,
su aspecto tangible y perceptivo repulsivo a poco que recorras con la mirada en
bruto, pasen desapercibidos estos machismos. No hace falta ser muy quisquilloso
o pejiguera, basta con los ojos de nuestra inteligencia crítica situada en un
coeficiente en la media, para ver el mundo que nos
rodea.
Las voces, casi gritos
contradictorios, las acciones paradójicas, los programas y mensajes de los
medios van instalando modelos de comportamiento que creíamos ya superados y que
a modo de divertimento están colaborando en un claro retroceso.
A las innovaciones de
sistemas tecnológicos centrados en su afán por los grandes ingresos que priman
estos a su compromiso social, no se les cuestionan su falta de colaboración en
hacer una sociedad más igualitaria.
Yo viví una época donde
ciertos comentarios sexistas, si bien legalmente aún no estaban sancionados,
recibían el total rechazo de nuestras miradas. Con el auge de ciertas libertades
rompíamos las cadenas de un pasado retrógrado y oscuro, defendimos muchas de
nosotras y algunos de nosotros la reprobación inmediata surgida como un resorte
visceral ante el grotesco gesto, voz o comentario soez, de ciertas actitudes
machistas de hombres y MUJERES. En el interior de muchas aquellas conductas cuestionables
germinaba la discriminación, por eso significaba tanto la respuesta como un
revulsivo, rechazándolas de pleno para ir consiguiendo una sociedad mejor y más
igualitaria que debía partir de lo más básico a lo general y viceversa.
Debíamos enfrentarnos a
madres y padres, a jefes y hermanos, con amigos y enemigos de la igualdad y el
respeto, cuando demostraban con sus “pensamientos, obras y omisiones”, su
ignorancia y a veces alevosía ante la flagrante desigualdad, cargada de razones
por una cultura impuesta, incluso avalada por la legalidad.
Como el tema, cuestión
vital, da para tanto, es tan largo, tortuoso y lleno de imprevistos, en este camino
de injusticia hacia las mujeres, es una necesidad el grito en el bosque que debe
hacerse oír.
Es bochornoso mirar a
nuestro alrededor y comprobar, por lo menos con asombro y yo diría hasta
repugnancia, cómo se están imitando comportamientos que creíamos superados y
que vemos que vuelven a surgir como residuos nucleares a la superficie. En ello
tiene una responsabilidad enorme, sin olvidar la personal y de los organismos
oficiales, la incomprensión y actitud de los medios de comunicación y
publicitarios, que siguen fallando en estas cuestiones tan imprescindibles,
primando las ganancias económicas al derecho y respeto, que parece inadmisible
con qué facilidad se pasan el código legal, que a su vez hace la vista gorda,
por el forro o sus partes impúdicas. Un desprecio absoluto en estos asuntos por
el objetivo único y fundamental de aquello que dijo Góngora, “poderoso
caballero es don dinero…”, que ni siquiera respetan a aquellos que son tan frágiles, como son los niños y niñas, las mujeres y hombres del
futuro, que están formándose en el fango de sus intereses, en lugar de poner su
maravillosa y potente fuerza en dirección hacia la meta de hacer ciudadanos
mejores. Sólo creer ya que es una razón ingenua pedírselo está presente nuestro
convencimiento de debilidad, transmitido en una estudiada y progresiva
manipulación que ha generado una marcada sensación de indefensión aprendida.
Hoy, la verdad, que no tengo
el sentir de celebrar tanto como, más bien, de seguir reivindicando, cuando veo
cómo se tambalea la base social en desigualdades tan patentes, los ecos de
gritos desgañitándose y detenidos en simples anécdotas. Mientras, seguimos
barriendo bajo la alfombra o sacudimos su polvo por la ventana, trasladando
nuestras inmundicias a otros lugares, en una retórica discursiva para casa y
otra para la calle, lo mío y lo tuyo, lo propio y lo ajeno.
Después de escupir esta
sustancia agria de mi boca para eliminar el asco que me genera, sentimiento por
otro lado innato del ser, pongo a modo de propuesta inicial y no por ello menos
importante, un cambio sistemático en nuestra lengua, más allá de sus elementos
evidentemente contrastados y am-PAR-ados en la igualdad en los conceptos de
género, porque bien es sabido la importancia de su uso en la influencia de
nuestros pensamientos y, por consiguiente, sentimientos percibidos. Palabras
nombradas como exabruptos, metáforas y silencios que dentro de un discurso
continúan transmitiendo todo un cuerpo social argumentado, repetitivo,
consensuado que abonado en los distintos ámbitos de una sociedad siguen retroalimentando
comportamientos que de principio debían ser inmediatamente rechazables. Pero el
cerebro es cómodo y su permeabilidad asume sin grandes conflictos, como agua
que va por un surco, antes que crear la voluntad de un recorrido distinto.
Sabemos la importancia que
el lenguaje tiene en la percepción de nuestro mundo y en los sentimientos
generados, puesto que ya conocemos y reconocemos su influencia, deberíamos
tomar más interés poniendo todo nuestro empeño en mejorarlo e inventar nuevas
metáforas, en cuidar nuestros silencios en el pentagrama de la conversación,
incluso el lenguaje no verbal de una importancia sutil pero manifiesta, que insisto
debemos modificar. Escogiendo las palabras para ver de otro modo las cosas e
interpretar en una dirección ética e igualitaria la vida, personal e individual,
grupal o gremial, propia y ajena, como una globalidad universal, abandonando el
genérico oficial y creando un ser, por imperativo legal y ético, único. Un
camino arduo que espero no sea tan lento que los ojos presentes no los llegue a
ver.
Cambiar los esquemas de
valores de bolsa por el interés de llenar nuestra bolsa con verdaderos,
consensuados valores éticos.
Y aquí lanzo, ingenua y
frágil como un “brote verde”, como una pequeña flor que surge en el muro de
piedra, mi sugerencia por comenzar buscando una palabra unisex, que se
identifique con una definición sin género ni sexo y que no constituya una
alternativa colectiva o aunque individual (como persona o ser humano)
abarque una representación simbólica del ser completo. Palabra-concepto que
ayude a expresarnos no de modo cansino cuando hablamos o escribimos con sus
consabidos paralelismos y deseando eliminar diferencias que presuponen
privilegio o nivel de prioridad, que anteponen la una a la otra. Incluso cuando
intentamos remarcar esta desigualdad nombrando primero el concepto en desventaja, es
decir mujer antes que hombre, como solución de discriminación positiva. Optar
por una que nos iguale, nos haga un todo en derecho y equidad y como me gusta
inventar palabras, como jugando con sus letras e imitando el azar del universo,
mezclo sus sílabas iniciales y de modo aleatorio ha surgido este palabra:
HOMU
Dícese de la persona, en su más
extenso significado bio-psico-social, eliminando las connotaciones de las
palabra inicial, como de la piedra aquellas aristas que indefinían las formas y
encorsetaban su belleza. Y que con este concepto nuevo sin reminiscencias,
modulado por el cincel, surja la escultura perfecta.
El homu capta la esencia de aquella frase: los ángeles no tienen sexo,
y yo añado, sólo para el deseo.
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