viernes, 26 de junio de 2015

Pseudoteoría poética de la puerta

Una puerta nos separa de dos espacios no siempre definibles o claramente delimitados, pero sí que advierte a la persona que cruza su umbral de encontrarse en otro contexto distinto.
A veces nos sentimos inmunes, defendidos, libres por una puerta cerrada a cal y canto porque el mundo exterior puede ser nuestro martirio, nuestra cárcel y desamparo. Sabemos que abriendo y cerrando una puerta traspasamos la línea que separa lo protegido de lo peligroso, pero también el lugar del que huimos de la libertad.
Una puerta existe incluso sin ese recuadro hecho de madera, acero o cortina; trazar una simple línea en el suelo confirma su validez. No es sólo su figura geométrica, sus materiales o los elementos que la adornan, ni su variopinto sistema de cierres y alarmas, ni siquiera su variedad de llamada, desde el clásico puño cerrado que golpea su dura y opaca fibra, hasta los elementos más sofisticados de sinfonías musicales.
La única condición para ser puerta es que abra o cierre, deje entrar o salir, separe o conecte los espacios, de lo contrario no sería puerta sino muro.
Cruzamos las puertas del cielo en el tránsito de la vida a la muerte o cuando recorrimos el camino inverso desde la nada a la vida terrena, abriendo la puerta del útero materno.
Decisiones a veces insignificantes, a veces trascendentales, las marca una puerta: entrar o salir de una calle, de una casa, de una amistad. Abrir la cerradura de nuestro armario para dejar salir el aire viciado, dar el paso hacia una nueva relación o clausurarla para siempre y arrojar las llaves al fondo del océano.
La puerta representa un elemento enigmático, con magia y misterio, de refugio o riesgo, de paz o angustia. Puede llegar a ser el abismo donde se encuentren los monstruos de nuestro inconsciente, o, tras decir “ábrete sésamo” descubrirnos un tesoro.
Es también una metáfora para definir nuestra personalidad, si permitimos entrar en nuestra intimidad o nos replegamos sobre nosotros mismos.
Es espejo social y su estructura funcional así lo refleja: Aldaba en puerta de castillo. Amplias vidrieras en puerta de palacio, bien guardado con puertas de hierro electrificadas y perros rabiosos. Puerta militar abierta de par en par, bastan los ojos de sus metralletas para custodiarla. Ventana pequeña en portón de casa vieja. Ascensor en la modernizada. Puerta del pobre que para qué cerrar si ya nada le queda. Puertas de contrachapado pintado sobre pintado y chabola con puerta de tela.
Y aunque el refrán diga que no se pueden poner puertas al campo, “vallas” sí las tiene.
Quién sujeta su desvanecimiento sino esas cuatro bisagras, quién te descubre al amigo y te aleja poniéndote a salvo del peligroso desconocido. Un simple ojo prismático te deja ver y a la vez te oculta descubriendo al otro lado la caricatura de un rostro.
A la distancia de un pie separa lo propio de lo ajeno, lo seguro de lo incierto. La puerta sella lo privado e íntimo, resguardándote de lo extraño y público, echando cerrojos y dando tres vueltas a la cerradura, tranquilizando tus más recónditos temores, tu desconfianza en el otro.
Tres vueltas de llaves para protegerte y también proteger tus bienes, lo verdaderamente hermoso de ser salvado, tu mundo y tu burbuja de oxígeno al que sólo permites acceder tras mostrar la patita por debajo de la puerta.
Puedes colgarle el cartel de bienvenido, rezar que dios bendiga cada rincón de esta casa o instalar la foto de un perro furioso con boca llena de babas; colocar una pequeña plaquita que demuestre que es tu propiedad y justificar al mundo que es tu nido; y colocar por ello con florecillas o campanitas, corazones o guirnaldas el cursi y siempre tierno, hogar dulce hogar.
Confín de mi territorio, mi patria y mi única bandera. Puerta de mi refugio, línea que marca el dentro y el afuera. Puertas del paraíso, soy dios de ese universo maltrecho donde es mi única defensa.
El miedo, no siempre real, trajo la desconfianza. Tengamos, pues, jornadas de puertas abiertas, porque lo desconocido no siempre es enemigo y al final la sinrazón no tiene puertas sino fronteras.
Y cuidando no darles en las narices cierro muy despacio esta puerta.

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