Si hay
algo simple que encierre mejor la existencia del hombre es, sin duda, una
puerta. Puertas que se abren y cierran donde no volver nunca más a entrar.
La
evolución fue recorriendo los espacios de una casa y cuando una habitación se
abandonaba era para siempre, dejando en su interior aquella piel que cubrió
nuestro cuerpo durante un periodo determinado de tiempo.
Dejamos
abandonadas herramientas inútiles, aprendizajes superados, adquirimos
conocimientos encendiendo el interruptor y desaprendimos o nunca llegamos a
dominar cuando se desconectó la corriente que nos proyectaba con un impulso
hacia adelante.
Dejamos
casas ya inhabitables, de cerraduras oxidadas y abandonamos, cómo no, también a
nuestros muertos. El progreso natural es un ascensor cuya puerta sólo se abre
en los pisos superiores. Querer volver y establecernos de nuevo en el piso
dieciocho cuando habíamos alcanzado el piso cuarenta es una misión imposible,
así cubramos de brillo nuestros cabellos, estiremos la sonrisa poniendo nuestro
gesto más seductor, machaquemos nuestros pobres cuerpos en gimnasios y
alimentemos nuestro ego con nombres sofisticados. Elevando nuestras cejas o
nuestros senos no lograremos más que una expresión de asombro ante el espejo,
que pretende hacer grande ese espacio claustrofóbico. Irremediablemente hay que
aceptar la incertidumbre, en qué planta al fin se abrirán sus puertas
automáticas para dejarnos en un lugar desconocido.
Una vez
se abre la puerta de una puerta, ante nosotros aparece una habitación en la que
no vemos el fin sino un infinito de puertas interminables.
No hay
nada más angustioso que un sueño con puertas, un círculo de puertas cerradas
con amenazadoras perspectivas, a cual peor. Una puerta precintada donde se
dieron en su interior hechos espeluznantes, la sospecha confirmada del que fue
testigo a través de una puerta entreabierta, la vigilante mirilla y el morboso
agujero de una cerradura. La incertidumbre nunca satisfecha de la legendaria puerta verde.
Lograron
los monstruos de un equívoco Disney lanzar nuestros miedos al lago de la
inocencia, donde sólo es peligroso aquello que por el contrario era seguro,
convencional, institucionalizado. Y dándole la vuelta, entrabas por la puerta
trasera hallando más de lo mismo.
Porque
si hay algo más pedagógico, cargado de moralejas, para que los espíritus
ingenuos aprendan sin sucumbir a la experiencia, son esos cuentos llenos de
puertas como muros protectores, el airbag que te salva del enemigo. Pequeños
que desobedecieron las prudentes advertencias de los mayores y rebeldes que abrieron
al lobo disfrazado de cordero; la esposa de un temible Barbazul; la Caperucita
Roja víctima, no del astuto lobo embaucador, sino de la excesiva confianza de
una incauta abuela que en pleno bosque dejó la puerta abierta. Fábulas,
canciones y nanas, hasta letanías repetitivas como una salmodia de puertas infernales y divinas.
También
el miedo adulto necesita exorcizar sus demonios y un resplandor nos sobresalta,
una puerta al final de un pasillo. Hasta las estrellas tienen puertas en un
universo de ciencia ficción.
Equivocarse
es abrir la puerta indebida y acertar es dar con la llave. Sellar un secreto y
reafirmar mi silencio echando un candado a la puerta de mi boca, guardar el
tesoro de una virginidad con la represión de un deseo y cerrar tus ojos para
librar a tu corazón de lo doloroso.
Las
puertas de templos sagrados o profanos llenos de ecos y cánticos de vítores y
gritos de muchedumbre. Conventos de puertas estrechas y manga ancha. Tiendas
cerradas por defunción u oficinas con el cartel de vuelvo en un momento. Puertas magnánimas y diminutas, las puertas
de los sueños dormidos y despiertos. Sobre la puerta de cristal, un horario de
apertura y cierre y, en el edificio en construcción, con puertas sólo diseñadas
por vigas traveseras echan el cierre a la hora del bocadillo. Muchos esperan
impacientes en la puerta de vuelva usted
mañana.
Si hay
un lugar con muchas puertas, ese es la cárcel. Algunas son giratorias para los
corruptos, tal como entran, salen; puertas de rejas donde verse, oír y tocarse
no van más allá de sus límites; celdas de gruesos candados que guardan tras sus
puertas rostros sin nombre, con sólo número de identificación; puerta abierta para
el cumplidor de su pena y abierta de nuevo por ser reincidente; puertas
invisibles para las drogas, los abusos, las conspiraciones, la corrupción
institucionalizada, pero puertas evidentes para la incomprensión del inocente,
para el que nació carne de cañón. También están aquellas donde su calavera ya
te advierte del peligro, pues de allí sólo se sale con los pies por delante.
Siempre
alguien tomó la avanzadilla y fue abriendo puertas para los que vinieron
detrás. Abramos las puertas al desarrollo tecnológico llenando los tabiques de
ventanas virtuales.
Puertas
de profesionales honestos, serviciales y entregados. Puertas con rótulos
pomposos de los deleznables.
Hay
puertas que son insuficientes, por eso son necesarios los porteros, los hay que
te dan los buenos días y otros que te dicen que no pasas sin ticket. Estos han
adquirido con tal convicción el concepto que se han mimetizado con el objeto,
por eso decimos que son armarios de cuatro puertas.
Puertas
de trenes, gusanos mecánicos que recorren hermosos paisajes, atraviesan túneles
y cruzan puentes para llegar a estaciones de lugares perdidos. Ante sus puertas
oteas el horizonte, ligero de equipaje.
Países
con puertas abiertas a mafiosos y terratenientes que llaman turismo de calidad,
despreciando al pueblo llano, mal asunto que muerdan la mano que realmente les
da de comer. Qué serían de sus riquezas sin esclavos, seres encerrados por
puertas invisibles, o mejor dicho, por puertas inconscientes.
Hay
naciones que creen tener las llaves de todas las puertas y deciden como dioses
quién entra y quién sale. El único pasaporte necesario es el dinero y su
vestido de poder y apariencias en un mundo que tiene sus puertas cerradas para
los desfavorecidos. Un tráfico aéreo cerrado para los sueños, límites
fronterizos en los paisajes de la tierra, océanos de un cielo salado que para
algunos se convirtió en tumba de sus ansias de libertad. Y a aquellos que
tienen la suerte de llegar a la playa se les cierran puertas de arena que
parecen de acero. Lujo reservado para ligones de verano, cuerpos bronceados,
daiquiris con hielo y turistas pervertidos que, recibidos con genuflexiones, tienen
abiertas por completo las puertas de los prostíbulos de adolescentes.
Qué
dios creó puertas en la tierra del hombre, donde montañas, cielos y valles,
ríos y océanos se cerraron con compuertas sólo de libre paso para
trasatlánticos y yates de multimillonarios de excesos. Reyes del mambo que
dicen abrir sus puertas al pueblo pero guardan sus reservados privados e
íntimos en paraísos fiscales de puertas blindadas con número en clave. Islas
particulares, centros de operaciones corruptas, invisibles para un google que tiene prohibido el paso en
este territorio con puertas vigiladas por satélites.
Hay
ciudades utópicas con derecho de admisión donde, para entrar por sus puertas,
debes firmar antes sus condiciones. Y hay todo un universo imaginable en el
espacio cerrado de nuestras cabezas, que sólo las llaves de la bondad y la
inteligencia abren sus puertas, y la ignorancia y el egoísmo las cierran.
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