Un hombre es capaz de aguantar un puntapié, un empujón en el
metro, una mirada inquisitiva, un dolor de cabeza, un insulto injusto. Aguanta
la verdad que no tiene remedio, el defecto propio, a veces, hasta el ajeno, horas
interminables de trabajo, injusticias sociales, poco sueldo, jefes
autoritarios, vecinos incorrectos. Aguanta el frio y el calor del verano, las
situaciones incómodas, el desnudo ajeno, a veces, hasta el propio, la vejez y
su deterioro, la edad cronológica, el acné juvenil, los impuestos, la suegra, al
padre y a la madre. Aguanta un desamor, una enfermedad, la muerte, la guerra y
el hambre. Aguanta el maltrato, el acoso, la tortura física y psicológica, el
rechazo del otro, la vergüenza propia, a veces, la ajena, siempre la
inevitable.
El hombre aguanta lo inimaginable, la realidad que supera a
la ficción, la mentira, la palabra obscena, el sexo mediocre y el amor
hipócrita, la amistad infiel, las verdades a medias y las mentiras piadosas,
subir sin ascensor hasta el séptimo piso y ceder el asiento a una anciana a
pesar de estar agotado, cabreado, indignado porque nadie se lo merezca. El
hombre aguanta al perro que ladra, al niño que llora, al conductor que insiste
con el claxon. Aguanta el tráfico infernal, las noticias que engañan, la
realidad espantosa que muestran, aguanta tener cada vez menos derechos, caminar
más inseguro, tragar lo que le ponen por delante, aguanta la protesta que no
lleva a ninguna parte, el silencio indigno, la palabrería barata, el discurso
prefabricado, la apariencia forzada, los canallas, los que amenazan y
esclavizan, aguantan la escasa vivienda, las soledades, la tiranía y la
miseria.
El hombre aguanta a la mujer y la mujer aguanta al hombre,
al compañero, al anónimo, la tradición y las convenciones, los hábitos, la
rutina y el aburrimiento.
Aguanta todo lo que le echen, aguanta por costumbre, por
desidia y pereza, por eso y, tristemente, el hombre sigue aguantando la
indecencia. Tal vez el hombre prefiera tener que enfrentarse cada día sin descanso
a todo lo inaguantable y es por eso que el hombre piensa que es mejor lo malo
conocido que cualquier futura benevolencia. Pero puesto a pensar, creo que todo
esto responde a un defecto de fábrica, el hombre aguanta por constitución,
prefiere no resistir a la resistencia, antes que tomar la libertad de decidir
con firmeza lo que está dispuesto a permitirse aguantar, a lo sumo, un dolor de
muelas, un accidente imprevisible, un día de lluvia, un viento tosco, la incongruencia,
el paso del tiempo y la muerte, aunque no su insolencia.
La vida sostiene al hombre y el hombre da vida a la vida, el
hombre camina, se mueve, avanza, nunca morir antes de muerto. Lucha, levanta la
cabeza, sigue tu mirada puesta en el horizonte, allí, quizás a lo lejos, no tan
cerca, te espere otro camino, otra vereda, otro espacio donde encontrar lo que
buscas, las respuestas a tus ansias, donde hallar la razón de tu existencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario