No sé
si por deformación profesional o porque tal vez últimamente, de entrada, no me
creo nada, que observo una estrategia política, de la que al parecer, ningún
medio de comunicación llega a percatarse. En las tertulias de opinión y
debates, las interpretaciones de los comentaristas nunca exponen una teoría clara y contundente, que yo como aficionada y por
simple reflexión veo tan simple e evidente.
Tal vez
vaya de listilla pero me gusta mirar hacia donde me dé la gana, no a donde
otros me dirigen, dejando siempre que parezca que eliges tú. Por ello siempre
intento buscar otras razones, diferentes
a las que estos expertos o guiones periodísticos me dan ya masticados. Lo
siento, me repugnan los purés encima
elaborados por bocas de cuestionada higiene. Tengo mis propios dientes y
disfruto utilizándolos, extrayendo el jugo de esas palabras y mensajes, que
lanzadas a modo de ondas concéntricas sólo ofrecen un paralelismo informativo.
No sé
si por ignorancia, si por intereses para quienes trabajan, si porque ya todos
vamos como burros con orejeras, que nos
obligan a mirar hacía una única dirección; que todos discuten sobre el punto
negro, el objetivo central del debate, olvidando los dardos lanzados alrededor
del centro.
La
política se ha convertido en un juego de bromas pesadas. Se lanza la bomba
fétida, y todos escandalizados, a manotazos, tratando de dispersar el mal olor.
Hablando improperios contra el gracioso,
que una vez hecha la gracia, hecho el tanteo. Sopesa la aceptación de sus receptores
para permitir su atrevida ocurrencia. Valorado el ánimo de los perjudicados,
calcula su margen de acción. Ya cuenta
con datos suficientes y la prueba de hasta dónde están dispuestos a aguantar su
carácter burlón. Por sorpresa y tan fácilmente ha realizado un estudio de
opinión, un simulacro experimental, preparándolos para la broma fuerte. Observa
que algunos se ríen otros, sin embargo se enfadan mucho, pero les pide perdón y
todos tan amigos. Aunque queda a la espera hasta tener la ocasión oportuna para
su golpe de gracia final. La mentirijilla que oculta el verdadero engaño, el trampantojo
argumental.
Porque tras
el primer intento, la reacción no va más allá del ruido de fondo. Ha calculado el
nivel de respuesta y su tibieza poco preocupante, de enfados e indignación. Vulnerables, ya están preparados para la
broma siguiente, la sorpresa, el cohete final que suele ser sordo y sin brillo,
tajante y decepcionante, después de la distracción o juegos de despiste, con el
colorido de los fuegos artificiales.
Como
seres humanos y sociales venimos preparados evolutiva y culturalmente para la
adaptación. Siempre buscamos adecuarnos desde la opción menos grave, menos peligrosa o
dolorosa. Lo perverso de la situación, es que esto se realiza de modo gradual
con la inevitable habituación y esperada desensibilización. A veces ajenos a
esta realidad aunque tengamos la sensación de un apretar de tuercas sólo somos conscientes
del daño percibido cuando la macabra lista ha subido ya a límites superiores de
aceptación del dolor. Nuestra capacidad de sufrimiento se refleja en nuestro
saber popular: “Que dios no nos mande todo lo que podemos soportar” se dice y
asimila por consiguiente se acepta de modo significativo. Si a todo esto le
añadimos una estrategia bien pensada y estudiada, estructurada por saberes
multidisciplinares y conducida por reconocidos expertos (posibilidades que
ofrece el Poder), la red está echada y los incautos peces caen en la trampa.
Cualquier
elemento aversivo, cualquier noticia por negativa que sea, funciona de medida
para saber hasta dónde podemos situar el umbral de aceptación. El siguiente
paso y aplicado el juego de control ofrecemos el terrón de azúcar para
prepararnos para la siguiente prueba que se nos exigirá. Comparada con la
anterior su percepción será menos dura siempre
y por lo tanto más aceptable.
Pero
esta estrategia aunque evidente resulta en apariencia engañosa confundiendo con
un estudiado juego de artificio y un
perfecto engranaje, que oculta el verdadero motivo y decisión política.
Y ahora
qué mejor que un ejemplo claro: toda esta movida de la beca Erasmus no tiene otra intención que prepararnos
para el hecho verdaderamente importante.
Con ello nos están diciendo, estamos dispuestos a eliminar estas ayudas en años
posteriores. Pero el ruido y la canalización premeditada nos convierten en
sordos funcionales.
Quién
tenga dinero que se la costee quién no, se siente, que se esfuerce al máximo
por si acaso y si no, siempre tiene que haber perdedores (no hay ganador sin
perdedor, ni señor sin vasallo, ni poder sin súbditos obedientes y sumisos).
Una vez
más un ultraje para la dignidad de las personas, pisoteándoles poco a poco y
despacito con cierto sadismo sus derechos incuestionables, por la igualdad de
oportunidades.
No
necesitan ciudadanos sino herramientas para su maquinaría. Y desgraciadamente,
todo se dirige maquiavélicamente hacia ese fin, con artimañas más difíciles de
detectar hoy en día, paradójicamente en los tiempos con mayores medios de información.
Tal vez sea por ello, que estamos más indefensos y vulnerables, al contar el
poder con todos los medios de control a su alcance.
Sueltan
la bomba y comienza los hilos a moverse, la representación va saliendo a la
perfección según el guion establecido. Si algo falla, si surge un imprevisto,
se dispara el botón de emergencia y saltan los dispositivos que restablecen el
orden establecido.
Sale el
político en cuestión y acaba tranquilizándonos
con una rectificación que ingenuamente celebramos, cuando lo que realmente nos
está diciendo, que su intención es eliminarla para los años siguientes.
No
importa la inmolación, va incluido en el sueldo, pequeño sacrificio implícito en
este juego. Carga él solito con su imprudencia, quedando limpia la imagen del
partido y su presidente.
Para el
año que viene la gente habrá asumido la indefensión ante lo inevitable y
estaremos una vez más dispuestos a tragarnos el sapo. En fin, ¿no es eso lo que
se espera de nosotros? Temerosos vamos cediendo hasta vernos con las manos vacías.
Pero son demasiado inteligentes siempre nos dejaran con algo que temamos
perder, pues no hay nada más peligroso que la desesperación de no tener nada,
ni más arriesgado que dejarnos sin ningún tronco al que aferrarnos.
Por
ahora creemos haberlo conseguido, ganar a la injusta decisión política, y así
andamos equivocados pues no es fruto de nuestro esfuerzo (de poco le vale al
que está en desventaja), ni mérito de nuestra pataleta sino de gracia que se nos
conceden antes de sacrificarnos.
Hemos
sido expuestos a un temido peligro y después protegidos, nuestras células ya
están vacunadas, listas y preparadas para recibir al virus que se nos viene
encima. Tal parece, que nuestra capacidad de sufrimiento es ilimitada y
mientras así pensemos así lo creeremos y en consecuencia actuaremos. No
perdamos amplitud de miras, aunque nos advirtieron siempre que todo
es susceptible de empeorar, maldita frase que continuamente nos recuerda: no te
quejes, otros peores. Aunque cierta no es buen lema para que nos detenga, ni
nos convenzan para no seguir luchando.
Quiero
creer que no hay estrategia perfecta, ni Napoleón que gane siempre, lástima que
siempre vendrán a amargar nuestras existencias otros peligrosos y paranoicos
salvadores.
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