Hay
días que te despiertas del sueño con la enorme carga de la vida y por breves
momentos piensas, y qué si esto fuera la muerte, hallarse sumergida en ese
mundo donde todo pasa sin ocurrir realmente. Y si la vida no es más que eso también,
un poner la carne en el asador experimentando el dolor del fuego candente, el
placer de la comilona, las ansias y el hartazgo, el apetito de cumplir ese
deseo y la desilusión de ser insatisfactorio haberlo o no conseguido.
Cada
noche vivimos una muerte provisional y una vida alternativa, sin embargo
sumergidos en sus brumas, sus rostros conocidos y desconocidos que no sabemos
de dónde salen, sus argumentos temáticos, sus recorridos sujetos a otras
medidas de espacio y tiempo, son para nosotros reales en esas horas donde el
giro rápido e involuntario de nuestras pupilas los recorre y hasta cierto punto
los vivimos. Sólo las emociones se les parecen, aunque no sus actos. Pero, ¿se
ha comprobado si también habrá sufrimiento físico?, puede que un fuego no nos
queme, ni una bofetada nos ponga ardiente la mejilla, sin embargo sufra nuestro
corazón, la sensibilidad de nuestra dermis, en resumidas nuestro cerebro,
nuestro ser. Probablemente así sea al igual que el cuerpo llega a un orgasmo en
esos placeres oníricos.
Cuántas
vidas vivimos y cuántas reales, si bien caemos en un pozo profundo o en la
angustia de una huida, el sufrimiento de ser perseguido o tragado por la
tierra, la vivencia emocional y física (nos despertamos llorando) de una muerte
ajena nos es tan dolorosa como la real. Está claro que a la machacona melodía
de nuestro despertador todo se esfuma como la bruma al salir el sol, del mismo
modo vamos retomando la realidad de las cosas, descubriendo la integridad de
nuestro cuerpo, la compañía del ser amado, el terror convertido en una
inofensiva pesadilla.
Los
expertos hablan de los sueños lúcidos en los que la persona es consciente y
maneja esa irrealidad que acompaña nuestros paseos nocturnos por mundos
extraños y caóticos. Según nuestra mirada física y cognitiva de nuestra
existencia, en la que si bien sabemos la recorremos con unas características
humanas, con unos sentidos e interpretaciones particulares y hasta personales
la consideramos real frente aquellas otras donde el cuerpo parece ser no se
implica, marcando la clara línea de esto ocurre y esto es sólo mentira, al
igual que sentado en una butaca del cine, gritamos, lloramos, nos emocionamos
con una realidad que queda pegada a nuestra piel durante breves segundos
después de encenderse las luces de la sala. Incluso a algunos más susceptibles
les cueste desprenderse sin la ducha de los días y las cotidianidades y aún a
otros se les agarre en algún rincón de su frágil cuerpo enquistando un dolor o
hasta alguna pequeña felicidad de su recuerdo.
Pero a
pesar de nuestras certezas no podemos más que reconocer al momento último lo
que ya dijo aquel, cuánto más conozco más intuyo o llego a percibir cuán
inmenso océano es el de mi desconocimiento.
Si la
realidad esta que llamamos así con tal prepotencia no es más que otra cara de
un prisma existencial, si el hambre y la sed, la felicidad y el dolor, su
inutilidad es idéntica a los sueños, a la imaginación y la fantasía que no
llega a traspasar esos límites que hemos construido nosotros al fin y al cabo,
una barrera donde confirmo aquí sangro, sangre pura, real y cierta y aquí es
una mancha de pintura en la película de mis sueños a veces oscura sin textura ni olor, en esos fotogramas de blanco y negro, porque al abrir los ojos todo desaparece, palpo mi
costado y respiro tranquila, despejo la turbia lámina que tamiza la realidad al
descorrer las cortinas de mis párpados.
Lentamente
una retoma esta realidad fuera de peligro y con grata sorpresa no me queda otra
que sonreír con cierta ironía porque ahora es cuando comienza.
Qué
fácil sería creer que nada es real y construir esta vida poliédrica al antojo,
pero no somos dueños ni de una ni de otra, sucumbimos a su dictadura como
irremediablemente somos esclavos de los sueños, aunque extraigan miedos y
deseos internos, ansias y fobias personales, retomemos retazos de aspectos
vividos a este lado de la frontera para llevarlos de uno a otro, transformados,
deformes a veces, sorpresivos en ocasiones, dándonos respuestas. Prisioneros
somos de un vivir que no sabemos en qué consiste, pero si podemos ver el
peligroso juego de no ponerle nombre a una realidad, frente a la ausencia de
sus parámetros, sus límites estipulados, comprobamos cuánto sufrimiento pueden
ocasionar.
Hay
personas que desdibujan esas líneas diferenciadoras y se convierten en
monstruos, otros en juguetes rotos y otros en despóticos emocionales, por ello
se nos hace necesario marcar con tinta indeleble la frontera de esos espacios
distintos donde todos nos movemos acostumbrados, más o menos realmente y
establecidos sus códigos legales y de respeto.
Qué es
diferente en un hecho que me sucede el lunes por la mañana, exactamente a las once
menos veintitrés del mes de junio, con un sol que viene enérgico, en un
contexto físico y con un ánimo determinado, al sueño que difícilmente recuerdo,
retenido a trozos incoherentes y por consiguiente aún con mayor freno en
memorizar, poniendo pequeños elementos aquí y allá para que me cuadre, o esa historia
triste que me contaron unos actores, o el pensamiento de un proyecto, el sueño
por un sueño, el plan organizativo de un viaje o de la comida que se
materializará horas más tardes. Meses o años para concretar un hecho imaginado,
son circunstancias que consideramos fuera de la realidad pero sin embargo, reconocemos que son a veces muy hirientes a
pesar de retirarle la cáscara y advertir que no había nada dentro más que humo
que se esfuma difuminándose en el aire sin tocarnos si así lo consideramos y creemos.
Tal
vez, sea una buena filosofía de vida, entender ésta como una parte más de este
conjunto y relativizarlo todo, hasta la muerte, el dolor y el sufrimiento, pero
cuesta no atender a esas punzadas que tus nervios trasladan hasta tu cerebro y
de él al órgano que sufre, negarle a la evidencia de tus ojos la ausencia de
alguien, el martirio ajeno, no oír esas voces que insultan la inteligencia, ser
inmune al desprecio. Que nada nos importe, sólo se experimentan en ciertas
religiones y costumbres, tratando de protegernos o anestesiarnos. Únicamente la
inyección química nos deja frio ante el inmenso dolor. Pero nos cuestionamos,
es eso vida, un camino sin deseo, ni amor, sin ilusiones, ni alegrías
evidentemente hermanadas en su pérdida con la apatía y el odio, la frustración
o el sufrimiento.
Vivir
donde una patada en las espinillas sea ignorada, aceptando que otra realidad se
puede imponer o surgir cuando ésta se anula, no está al alcance de la mano, ni
para todos. Creo que aún nos falta mucho si es que lo logramos, el aceptar la
existencia como una situación anómala, confusa, engañosa, poliédrica, ignota e
inalcanzable de encapsular en un tubo de laboratorio, en un álbum de
fotografías, en un búnker protector, en la ignorancia más profunda o la sapiencia
más prepotente.
Aunque
disfruto cada noche de una realidad que creo controlada, o liberada del peligro
amenazante, entro entre las sábanas para sumergirme en la otra realidad de los
sueños, dejo las preocupaciones del día, la incertidumbre siempre reinante y
entro sin miedo, aun sabiendo que me pueden esperar los terrores más
inimaginables durante la noche. Recorro sus espacios a veces benévolos, otras edificantes,
agradables, que me aportarán en el despertar sensaciones placenteras, alegres y
soñadoras. Pero, quién está libre de los sueños angustiosos, terroríficos,
extremadamente dolorosos de los que una despierta creyéndolos, durante breves
segundos, realmente sucedidos y descubres con alivio al despertar que son
productos de tu mente. Cierta ingenuidad conlleva estos pensamientos cuando
aparte de algunas circunstancias, por lo general, casi todo es producto de
ella, incluso hasta esas que nos da miedo pronunciar por su nombre.
Puestos
a elegir admito que alguna de esas mañanas una prefería seguir soñando aunque
por breves momentos, cuando comprueba que, a pesar de esta dura carga que es el
vivir, es mejor compartirla con los seres que te rodean y que otorgan a tu
existencia una realidad si no total, sí la fuerza para movernos por las
distintas coordenadas, aristas, puntos o nada con lo que se pueda nombrar este
absurdo, ese o aquel, singular o plural universo.
La tan
popular y últimamente recurrente palabra resiliencia no es más que construir
una nueva realidad a partir de unas circunstancias negativas acaecidas,
aceptándolas de la manera más positiva y edificativa posible. Es por ello que
los expertos dan tanta importancia para lograr ser felices, el modo en el que
interpretemos nuestras experiencias.
Sueño
con una fuente que sacia y refresca mi boca seca aliviando su sed, mi falta de
glucosa se equilibra o mi deseo reprimido disfruta en un sueño de una suculenta
tarta de chocolate, la opresión de mi vejiga se libera en el mar de los sueños
o atiendes en esa imaginaria onírica el ring del teléfono insistente para
obviar la inoportuna y perturbadora alarma del despertador.
No sé
si existen estudios al respecto, donde estos estímulos y respuestas generen las
necesarias sustancias químicas estabilizadoras o reactivas, aun preservándonos
de las respuestas psicomotóricas. Por suerte en ciertos casos como el esfínter,
interrupciones transitorias no son menos diferentes que las conseguidas a veces
por medios voluntarios. La acción química o meditativa que engañen o compensen
a las papilas de nuestro gusto, a la satisfacción lograda, al descanso y el
placer de hacer lo que se quiere en el momento inmediato, logrando poner la
balanza nivelada para no terminar cuando andemos despiertos totalmente
desquiciados, en nuestra impuesta identidad de postergadores sin elección ni remedio,
abanderando la insignia de la paciencia, procurando encontrar el dial que
sintonice la melodía perfecta.
Pero
todo ocurre en este cerebro nuestro, aunque se frene en un punto determinado del
recorrido de su circuito. Quizás esto puede hacernos pensar que tal vez sean
posibles conjuntamente todas estas realidades, que simplemente estemos
desconectados para poder recibirlas en este contexto limitado y concreto, que
nos rodea.
De
todas las posibilidades me quedo, en esta mañana fría apenas desperezada y
temiendo ser arrancada de una realidad sin esfuerzo, con la idea que merece la
pena continuar aunque sólo sea por la esperanza de las cosas hermosas venideras
y a pesar de las dificilmente aceptables.
Compartir
una misma realidad con los otros, la certeza de recibir un beso o un abrazo,
una voz que me llama, el calor de un cuerpo, todo esto sentido de mil maneras las
que llamamos imaginadas, soñadas, pensadas y ésta que tiene fecha en un
calendario.
Cuando
el día comienza y entiendo que sigo viva en este sueño que es la vida, cargada
del mismo modo que aquellos otros con terrores, frustraciones y angustias, no
hay peligro mientras la sangre no llegue al río, el dolor no sea tan intenso y
el daño ocasionado no abra heridas que no se puedan curar con los pétalos de
unos labios o cubrir con una tirita. Mientras tanto prefiero esta realidad
hasta que otra me inunde con sucedáneos y prestados sentidos, otros
conocimientos e ignorancias, tinieblas que tal vez, no se ahuyenten con aquella
mano prometida.
Sobre
la pantalla de mi cerebro, sólo encuentro realidades infinitas y certezas
inciertas. Una mezcolanza de sentidos y sinsentidos.
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