El invierno ha dejado los altos abedules desnudos y la piel
aterida de frío. Se apiñan juntos para darse calor, dejando estrechos pasillos.
Entre sus ramas, de vez en cuando, unas hojas obstinadas se aferran, para no
descender a la muerte. Pero al detener tu mirada, maravillada de su belleza,
comprueba que algunas de éstas, como nubes oscuras se elevan, son aves que esfinges
parecen. Estáticas como piezas de ébano, vistiendo los brazos firmes del árbol,
cubriéndolo de calor con su vestido de plumas. El abedul, agradecido, le ofrece
el reposo en su regazo. Cuando alzan el vuelo diría que la tierra se haya
invertido y la fuerza de la gravedad lleve hacia el cielo sus hojas secas,
atrevimiento que sólo el aire, en sus juegos se permite.
En los fríos inviernos, la vida mantiene la esperanza con su
llama de amor encendida para dejar ver su grandeza, que siempre, va más allá de
su compañero dolor.
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