Físicamente las sillas tienen cualidades y aspectos
diferentes que denotan estatus y condición social. Surgen paralelas a la
evolución del hombre, cuando el simio bajó del árbol y buscó descanso para sus
estrenadas piernas. También ellas tienen sus eras históricas, que van desde la
piedra, pasando a la madera, hierro y otros metales, con fases de enea, mimbre,
cinchas y tapizado. Artesanales o industriales, individuales o colectivas,
ermitañas, familiares o multitudinarias.
Su forma se adapta a la postura del descanso, el
cuerpo busca en su anatomía el acomodo ajustado a la costumbre primitiva de
agacharse. En cuclillas, la tribu rodea el fuego, come, conversa, piensa y
crea. La silla iguala a los hombres en altura, obligándoles a mirarse a la
cara, aunque, a veces, no hay más remedio que dar la espalda para mirar al frente.
Para marcar diferencias, el poder le pone patas largas
y fuertes, adorna su estructura con plata, oro y piedras preciosas y construye
su trono. Igual en el cielo como en la tierra, para que el pueblo se pose a su
pies y pueda mirarlo por encima del hombro. Son muy deseadas si escasean, parecen
ejércitos en templos y teatros, amueblan los hogares y llegan a ser arte.
Saben guardar nuestros secretos, testigos de nuestros
temores y sufrimientos. Sillas de viejos para contar historias pasadas, para
tejer, para juegos y canciones de nana. Cátedras del saber, buscando la verdad
huidiza y sillón de la academia encontrando la definición correcta. Silla del
cuerpo judicial, del testigo y banquillo del convicto. Diván del psiquiatra, del
confesor, de rezo y silla de castigo.
Silla de cantaor flamenco, de estrellas del celuloide,
asiento del director y silla de atrezo. Silla alta para el señor y banquito de
limpiabotas. Silla del malabarista en equilibrio sobre su nariz, silla de
pacotilla de payasos y de magos. Silla invisible para el hombre invisible,
silla de la paciencia y para el culo de mal asiento. Silla donde fumando
espero, Penélope indomable. Silla cómplice del suicida, de tortura y silla
verdugo, la silla eléctrica.
Sillas donde se critica, se come, se hace el amor y se
pare. Silla de relax y masajes. Sillas eróticas por el cruce de unas piernas, desde
la que guiña la mujer fatal y silla desde la que saborean su recompensa chulo y
cliente.
Sillas de obsolescencia programada, sillas de ikea,
múltiples, variadas y de colores, desmembradas para su posterior montaje. Silla
del barbero, del escritor, del pensador y del estudiante; de bebé, de playa y
plegable. Silla de montar y sillín de bici. Sillas sometidas a cirugía
estética, travestida en convites y celebraciones. Hasta sillas roperos donde
dejar dormir las prendas durante la noche.
Sillas de espera, de hospital y de oficina de empleo,
de velatorio, de despacho y proletarias. Sillones del congreso, llamados
escaños, sillas giratorias y sillas televisivas soportando las tertulias y
debates. Sin silla va el peregrino y el manifestante, y sin silla, pero también
sin trabajo, sin casa, sin familia, en la puta calle, se queda el vagabundo.
Sillas que llegan a ser los pies humanos y sillas
voladoras. Sillas fuertes y tullidas, firmes y tensas como cuerdas de guitarra
y a las que le falta algún tornillo. Existen toda gama de sillas, de color,
material y tecnología. Sillas, sillas y más sillas, y cuando se hayan
extinguido, siempre habrá un pedestal donde subirse y un suelo donde sentarse.
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