viernes, 7 de marzo de 2014

Pan, para pan



Como nuestros cerebros no descansan nunca y los pensamientos se enlazan como los eslabones de una cadena, de aquellos panes vienen estas migas.
Probablemente todos tengamos recuerdos unidos al pan. El bocadillo de nuestras meriendas, ¿habrá algo más suculento, y tan económico? Ni siquiera el más extravagante plato del mejor y más reconocido chef es comparable. Ese pan con chocolate de nuestra infancia, ese pan con aceite y azúcar o sin ella para los menos golosos. En el desayuno, para la merienda, en los viajes, como cena, incluso almuerzo, sin olvidar ese tentempié tal vez acompañado de una cervecita. Esa miga blandita como algodón o nube blanca que, ¿recuerdas?,  aplastabas de niña con la cuchara para hacer una tortita, o jugabas con ella haciendo bolas…
¡Cuántos platos tradicionales llevan de base el pan! Nuestro gazpacho, el salmorejo y su variante, el arranque; las migas, el pan amb tomaquet… y cuántos necesitan el pan para mojar, el cocido, la pringá, los pucheros y las sopas.
Desde que el hombre elaboró su alimento, como los panes no crecían en los árboles, tuvo que inventarlo y desde entonces esa masa blanca o negra fermentada y cocida llenó nuestros estómagos desde tiempos inmemoriales.
Cuando no había nada que comer, él era el último que quedaba. Siempre omnipresente porque sin él llega la muerte, se acabó el pan que se daba.
El refranero popular está lleno de referencias a este alimento paradigmático. A falta de pan, buenas son tortas; pan para hoy y hambre para mañana; los más culinarios. Los hay contestatarios, dame pan y llámame tonto, pan y circo. Reivindicativo hasta la desesperación, no me quitéis el pan de mis hijos, el pan no cae del cielo, para los no bíblicos o el pan cae del cielo como el maná profético. Tener suerte en la vida, este niño viene con un pan bajo el brazo. Como pronóstico se equivocó dios, pues si en lugar de carpintero san José hubiese sido panadero, probablemente su hijo no habría acabado tan mal, o tal vez, con su peculiar sentido del humor fue eso lo que pretendió. Para los espirituales, no sólo de pan vive el hombre. También promueve la solidaridad, compartir el pan y la sal; o el egoísmo, pan pa’mí y hasta para describir el carácter de alguien, no tiene migas, que cabría decir más malo que el pan duro; pero también si es bueno dicen, es más bueno que el pan, porque el pan es el manjar de los dioses y su ausencia lo peor. También nos vale para describir el físico, tiene cara de pan y sin anda un tanto confundido, estás empanado. Para aquellos que les gusta piropear tendríamos para ambos sexos, está más bueno que el pan o estás para mojar pan.
Como abarca desde los planos divino hasta los más elementales, no estuvo dios acertado al pensar en la manzana y aquí sí que hubo error, porque si Eva le hubiera ofrecido a Adán su bollito caliente aún estaríamos en el paraíso, compartiéndolos ellas con los panes de los hombres.
El pan es por antonomasia el dios de los alimentos elaborados, es la creación del hombre, como dios creo el mundo. El pan es el súmmum Dios, hecho hijo, porque tiene algo supremo y algo mortal. Por silogismo el hombre es como dios, éste creo el universo y aquél todo un universo del pan. Siguiendo con lo divino, el pan se santifica, se convierte en cuerpo de Cristo y por él rezamos cada día. El pan es religión y nuestra bandera, es uno y múltiple. Como el dios supremo, también se le llama con muchos nombres según con qué forma se presente.
El pan puede tener distinta calidad, textura, composición y tipos de cocción, así que, aunque con esencia única, podemos encontrar vienas, bobas, molletes, barras y baguettes, de molde o en picos y muchos otros que por no haber oído hablar de ellos no los puedo enumerar pero si buscara en Wikipedia su lista seguramente sería infinita.
Se le canta en su simpleza, pan tostaíto migaíto con café.  Y de su versión húmeda. Otros le hacen honores en su versión seca, llevándolo con orgullo en su nombre algún cantaor, Pansequito.
Como el jamón, tiene su pata negra, es el “pan de pueblo”. Tú lo nombras y ya se te hace la boca agua imaginándotelo con manteca colorá, aceite o pringá, sobrasada o tocino y toda gama de embutidos. Diréis que no será para tanto cuando no se basta solo, pero aunque eso no sea verdad, ¿quién, si puede, no añade más placer al sexo? Mira si es cierto lo que digo que si te ponen a adelgazar, el primer placer que te quitan es el pan. Que si no fuera por las malas lenguas, este sería el mejor sustituto para los que dejaran de fumar.
Se nos llena la boca con este monosílabo rimbombante, pues no en vano son de los primeros sonidos. Hasta hacemos melodía con este monosílabo contundente sobre la fibra de un tambor o labio con labio, su gloria es ensalzada hasta en unas fiestas donde al unísono miles de tambores redoblan hasta romper los tímpanos en la noche, pan, pan, pan, para-pan. Los ingleses con su bread y los franceses con su croissants que se busquen otras rimas.
Y es que es tan paradigmática su presencia, que si vemos el negocio difícil decimos es un pan duro de roer, y si alabamos su bondad, es más bueno que el pan. Lo primero que se le da a un niño después de dejar la teta no es la papilla, sino un trozo de pan. Por lo tanto el pan es también didáctico, les enseña “aprender a aprender” como morder y masticar. Para dejar las cosas claras, al pan pan, y al vino vino, que éste es un añadido para mojarlo. Hasta pasado de fecha no caduca sirve para preparar otro alimento, y ya lo más de lo más, hasta para borrar alguna vez de estudiante lo hemos usado, claro los más viejos. Y hasta para pegar algo o como material de arreglo tapando algún agujero en la pared.
Cuando te han engañado, te dicen te la han dado con queso y ahí está el fraude pues debieron darte pan y te dieron queso. Con la crisis vino la modalidad pan con pan. O te tienen a pan y agua. Contigo pan y cebolla dicen en el amor. Y si algo es interminable y agotador dices, es más largo que un día sin pan. 
Las parábolas con pan, los rezos rogando pan, los milagros con pan. Se ha sofisticado en los últimos tiempos hasta la locura y lo ridículo, que si con pasas, que con semillas, con frutos secos, con tomate y especias, que si integral o refinado, cocido o a la brasa, crudo para hornear. Con el ecologismo y sus prácticas nos han llevado a fabricarlos nosotros mismos en casa eso sí con el robot de la thermomix. Y claro se llegó a su profanación absoluta con inventos amigos de las grasas saturadas, el aberrante invento del bollycao y sus colegas los bollos y sus variantes, que comes uno y engordan por tres.
Más listos que el hambre los hombres del negocio de la restauración, crearon la alimentación moderna con el pan como base, laminado y redondo la gran maestra la Pizza, su prima hermana, la hamburguesa, los perritos calientes, los sanwiches y ¿qué decir de los apuntados al carro, los pans and company y los bocatas? Sus últimos incorporados, los cien montaditos.
Desde las tribus a los más modernos el pan es base nutricia.
¿Cómo se traga una espina atragantada? Con pan. Qué está bueno el jamón de acuerdo, pero lo comemos con pan.
El pan antiguamente duraba días, hasta semanas y ahora tienes el pan caliente y antes de que acabe el día, ha perdido su esponjosidad y calidad, pero a pesar de esto, está riquísimo tostado y sin tostar.
Como alimentarnos es tan necesario, lo hemos llevado hasta el esnobismo, desde el plato más simple hasta la cocina más selecta encontramos el pan. El pan ha recorrido todas las épocas desde la prehistoria hasta nuestros días. En la mesa del rico y en la del pobre. En época de carestía, las familias sabían crear platos con base de pan, llenaban y admitían todo lo que se pudiera pillar. Y aunque han existido alimentos fundamentales para la alimentación como fue la importación de la patata, aunque los tomates y pimientos hayan sido necesarios para dar color a su masa blanca, el pan se adapta a cualquier circunstancia o climatología. Desde los clásicos hasta los más innovadores, desde la tortilla de patatas a la tortilla deconstruida, ¿quién no se rinde ante un buen pan recién hecho, humeante y crujiente por fuera y blandito por dentro? Su olor, su sabor, su sensualidad que se adapta a cualquier paladar, pata negra de la nutrición.
Hasta para hacer chiste nos sirve, ¿cómo dicen los franceses al pan duro? pan de antié. ¿Y en dialecto swahili? bimbo, quedando clara su naturaleza políglota. Y de tener un santo, amigos, no podría ser otro que san Pancracio.
Entre tanto traje nuevo del emperador, en este caso platos de porcelana aparentemente cara que acoge algo indefinible con un chorrito de salsa trazando una artística línea de  color, por cierto que también te la cobran como un Miró, no nos engañemos, todos acabamos cogiendo en el restaurante el pico del pan.   
Inspira al literato y al pintor, y tuvo su aventura particular en una redacción escolar, donde un pequeño trozo de pan vivía un apasionante viaje a través del aparato digestivo, con caídas por precipicios, torbellino y arenas movedizas, un laberíntico descenso en continua transformación y una deshonrosa salida pero también una sublimación de su espíritu convertido en otro ser, en otra materia. En fin, como la vida misma.
Y hasta de aire están buenos, aunque se llamen buñuelos, o sin su típica forma de pan, empanadillas, pan de gambas, fajitas, tortitas americanas, cereales, desde Paris a Moscú, desde el África Septentrional hasta las islas Malvinas. Norte, Sur, Este u Oeste seguirá luciendo un hermoso pan en el corazón de la rosa de los vientos.
Ya el futuro nos trajo los transgénicos pero aún y no lo conoceremos, mi imaginación no se aventura ni a soñar, qué variedades vendrán, ojalá no vengan en forma de pastillas, porque eso sí perdería todo su encanto.
Si la mujer dio la teta, primitivamente, el hombre trajo el pan. Ya lo pidió el hijo al padre, dame el pan cada día.
Mucho pan tiene esto y más que se habrá quedado en el horno. Llevada por el verso le dediqué una oda y una estrofa de cuatro versos que eran una metáfora del pan y de la vida, jugando con su forma y sus fases, me valí de la luna.  El amanecer y la noche más oscura, pero perdí los apuntes y aquel hado me abandonó. Así que sin nada más que añadir, aquí estampo su punto y final, con la palabra más adecuada,


                                                                            PAN

En homenaje a mi padre, del que siempre guardará mi recuerdo su imagen sobre una bolsa de pan picado que desmenuzaba pacientemente para dar de comer a sus pájaros.                                                       

martes, 4 de marzo de 2014

No sé cómo comenzar esta historia



No sé cómo comenzar esta historia aunque como se dice siempre lo mejor sería empezar por su principio, sin embargo, soy incapaz de poder determinarlo. Cuando miramos la vida pretendemos ponerle límites y creemos establecer el inicio de algo, un recorrido y un final, sus causas y sus consecuencias. Pero uno no sabe nunca cuál será el final de algo, aunque crea que ese algo ya concluyó, quién nos asegura que no tenga un continuará. Y sobre su comienzo podríamos discutir aunque nunca estaríamos de acuerdo. Los contornos nunca están bien definidos más bien todo forma parte de un continuo que tratamos de trocear, inventándonos distintos sistemas de medida. Y todo esto lo digo porque la vida, al final, parece moverse en una constante y múltiple simultaneidad que, sin embargo, nos obstinamos en delimitar. Necesitaríamos una magnitud amorfa y multidimensional para poderla controlar y aun así sería imposible pues tendría que ser infinita, y qué es el infinito aparte del eufemismo de nuestro desconocimiento, el bucle donde no se ve nunca el principio.
Para contar esta historia podría describir lo inmediato anterior y posterior, antecedentes y consecuentes, causas y efectos, pros y contras pero esto tampoco lo haré, y no lo haré porque son de esas pequeñas historias que se bastan solas para existir y a mi parecer dignas de ser contadas.
Aun siendo una bella imagen no voy a intentar influir con palabras poéticas ni recursos literarios, únicamente voy a contar como fue. Perdonen mi torpeza si no lo consigo.
Andaba por otro extremo de la casa, las ventanas estaban abiertas tratando de regenerar el aire un poco viciado de toda la noche. Después de días lloviendo, un claro dejaba disfrutar del paisaje de fondo, avivado por unos rayos de sol, pero esto todavía yo no lo veía. Como digo estaba en otra habitación.
Suelen verse aves por el contorno, gorriones, gaviotas, patos y otras especies que desconozco. El ambiente de la calle se había vaciado de motores circulando, porque ya era la hora donde cada uno probablemente se encontrara en sus puestos de trabajo y los niños estaban ya en el cole. De aquel silencio sólo turbado por algún que otro motor esporádico y algunas voces de gente ociosa caminando, surgió un gran estruendo de graznidos, un griterío como de una multitud chismorreando, donde todo es ruido y nada se entiende. Aunque ciertamente de esta multitud no lograrías entender nada a no ser que fueras experto, sin embargo, aquellos pájaros decían más que cualquier multitud humana.
Estas voces de aves me estaban contando una bonita historia de amor o de dependencia que a veces viene a significar lo mismo. Sí, de amor condicionado pero amor al fin y al cabo, ¿no es verdad quizá que nuestros apegos resultan románticamente novelados pero andamos buscando  ese amor pues no en vano es el alimento para poder estar vivos?
Aquel escándalo podría parecer una orgía en su punto máximo de paroxismo sexual. Pero no nos asustemos que en todo aquello no había perversión alguna, ni siquiera nada transgresor. Simplemente se mostraba ante mi mirada clandestina toda una hermosa escena llena de ternura. Puede que sea un acto sin sentimiento pura rutina. Sé que vendrán a decirme que es mi interpretación subjetiva, de un simple y conocido comportamiento animal estudiado desde el condicionamiento clásico, puro y duro, y la voluntad y el entretenimiento de un anciano sin otra cosa mejor que hacer que el de sacar provecho al pan duro acumulado en casa.  
Fui a toda prisa hacia el lado de la casa desde donde venía aquel bullicio de aves. Me asomé a la ventana para  ver qué pasaba. Era ese hombre mayor, de nuevo, que daba de comer a los patos y acababa de llegar. Aunque no era la primera vez que ocurría y también en aquellas ocasiones me había emocionado, sin embargo, hoy la magia de la escena me cautivó. Quería ser espectadora de su encanto y atrapar esa imagen en mi retina y en mi memoria para que no quedara diluida en el tiempo. Por ello aquí lo guardo para que tampoco quede perdida entre las telarañas de mi memoria.
No había gente por la calle, solo un chico pasó con su bici, tampoco sé si alguien más lo observaba, o eran los míos los únicos ojos que gozaba de aquel bello espectáculo. Todos los patos se acercaron nerviosos pero expectantes y obedientes a los movimientos del hombre. Me asombró como había logrado condicionarlos primero a un silbido y últimamente bastaba el rugido del motor de su moto enfilando la calle, para que ya desde lejos lo reconocieran, recibiéndolo con esa algarabía, toda una fiesta para ellos, celebrando el festín que les esperaba. Pero más sorprendente era para mí, ver como el grupo se detenía en el camino a la espera de que aquel hombre con movimientos pausados y tranquilo como el dueño del tiempo del mundo, se bajara de la moto, cogiera una bolsa de plástico del hueco del sillín y dirigiéndose hacía los patos, posara la bolsa sobre una de las papeleras, sacara otra de su interior que tiró a la papelera, quedándose al fin con la bolsa del deseo, y mientras los patos esperaban pacientes, quietos, alertas a la maniobra en la que el hombre al fin, comenzara a arrojarles los pequeños trozos de pan. Algunos pedazos los lanzaba lejos para que se dispersaran y pudieran comer todos sin arremolinarse e impedirse unos a otros el suculento manjar.
Recordé un párrafo de aquel relato leído algunos días antes (un hombre hambriento observaba sentado en el parque a otro echando migas de pan a las palomas) pero esta escena no estaba cargada de aquel dramatismo, sino que gozaba de la mirada dulce de las cosas sencillas sin mancha y pecado por la crueldad del mundo.  Por otro lado me conmovía  esa intimidad compartida entre el hombre y aquellas aves que acudían nada más oír el inconfundible para ellas, rugido de aquel motor particular, como una melodía celestial. Intento imaginar cuando  empezó a crearse ese vínculo especial, cuando aún desconocían las intenciones de ese hombre, un hombre que no les haría daño sino que de vez en cuando traía para ellas este maravilloso regalo. Pienso que al principio le temerían, existiría entre ellos la desconfianza ancestral que poco a poco, eso sí, se había desdibujado tras muchos siglos de domesticación. Ahora  el hombre no necesitaba ni siquiera llamarlas, bastaba venir con su moto y aquellos animales sin inteligencia, ni emociones, sin sentimientos, ni siquiera conciencia, apenas unas conexiones instintivas guardadas en sus primitivos cerebros, la memoria natural para la supervivencia, eran capaces de reflejar la intimidad perfecta   entre seres de distinta naturaleza pero que comparten un mismo lenguaje, el del amor.
No es mi interés hacer ningún estudio sobre este caso particular, sacar conclusiones y después generalizarlo. Enumerar cada cuánto tiempo viene el hombre a traerles comida, ni si la respuesta de los patos sería diferente de tratarse de otra persona quien les trajera el alimento ansiado. Cómo cambiaría el experimento, si en lugar de este motor se tratara de otro o el simple gemido de los pedales de una rudimentaria bicicleta. O que en lugar de pan, fueran granos de maíz o esas golosinas que los hijos piden a los padres cuando van al parque para echárselas a los patos o a las palomas. ¿Y si los sujetos de estudio fueran estas últimas, responderían igual? Probablemente la respuesta básica sería la misma, incluso con humanos, es esto lo que confirma la ciencia, que para mí en este caso me importa un pepino.
Simplemente es el mundo mostrándose en los momentos sencillos, sin profundidad ni trascendencia. Instantes pequeños casi invisibles, ocultos entre otros elementos quizá más grandes, llamativos e intensos. Pero, ¿no es tan maravilloso el esfuerzo que hace la frágil hierba por sostener esa gota de rocío como lo es la omnipotencia de este aire que nos rodea, soportando el infinito peso del universo?, ¿no somos, pobres hombres, grandes héroes que como esa insignificante hierba aguantamos la pesada carga de nuestras vidas y aún más, el inmenso peso de una desconocida casi enemiga eternidad?
Tal vez estos patos también recen, padre nuestro darnos el pan de cada día.
Marchó el hombre cogió su moto ligero de peso, quedaron los patos comiendo, otro día vendrá y se volverá a repetir la magia.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

De aquellos polvos estos lodos.



Sí, tuvo que ser abril. Ayer comenzó el mes y entre pensamientos cotidianos, llevado quizá por la coincidencia, me sumergí en un viaje a través del tiempo que me trasladó a otro abril ya tan lejano, cuando enfermé.
Seguramente abril o  fue tal vez mayo cuando se celebran las fiestas de la primavera. Recordé la foto, que aún guardaba en una caja, de una noche de feria montado a caballo. Un caballo de cartón piedra que el fotógrafo ambulante llevaba de feria en feria por pueblos y ciudades.
No sonreía y tenía las mejillas de un rojo encendido, como dos tomates brillantes y relucientes, recién cogidos de la huerta. Consecuencia indudable de la revolución que mi cuerpo estaba experimentando, librando una dura batalla con un peligroso enemigo. La fiebre probablemente muy alta hirviendo  la sangre, mostrándose sin embargo, con esa benigna y lozana apariencia.
No recuerdo nada de aquel día, tan sólo doy fe de que existió, aunque hubiese existido aún sin la prueba palpable y patente de aquella vieja fotografía, que a pesar de la ausencia de colores no lograba disimular el fuego en mi rostro provocado por las bombas internas lanzadas por el invasor y la defensiva de mis aliados. Dañando lenta y progresivamente mi cuerpo en silencio y a traición.
No podría decir que sentía entonces, que incomodidades propias de la lucha, que desagradable sensación febril, que dolores torturaban y machacaban aquel cuerpo. La foto sólo muestra una imagen fija que calla el sufrimiento de un desconocido que se supone eres tú. Un rostro ardiente y serio que aún atendía, a la llamada del fotógrafo, de mirar a la cámara.
Se perdieron por las distintas capas de la atmósfera los efluvios pringosos de las patatas fritas o el olor dulzón de las nubes de algodón de azúcar. Y escaparon al espacio las ondas de los ensordecedores ruidos propios de cacharritos y feriantes que voz en micro llamaban la atención del público. Ni el más mínimo eco de las rancias canciones sonando por todas partes, en las atracciones, aullando desde las casetas. Las voces aunadas elevadas a la categoría de grito, en un pesado y grotesco murmullo de una multitud afanándose por ser oída dentro de aquella burbuja de decibelios, una locura dentro de otra locura dentro de otra locura y así indefinidamente hasta la locura que en mi organismo se imponía.
No, ni indicios del polvo del albero o de la noche estrellada, tal vez sin luna, anulada por miles de bombillas multicolores. Estrellitas verdes, rojas, azules y amarillas describiendo también figuras en un cielo de cables cruzados.
De todo aquello no quedó nada, ni sensaciones conscientes, ni percepciones recordadas, ni flases de detalles que se atrapan en los rincones de nuestro cerebro. Ni incomodidades, ni molestias, ni dolores ni sentimientos desagradables. Ni siquiera el instante mismo de la fotografía, no hay memoria, tan sólo la presencia fría y distante en el tiempo, quizá también una reminiscencia enquistada en alguna célula de mi cuerpo. Y sin embargo, montado en aquel caballo asistía al momento transcendental de fijar un cambio inevitable en mi vida.
Nada del calor interno que se fue diluyendo en el tiempo, el mismo que sin mes ni año marca un espacio diferente entre los márgenes de un rio que nos transporta de una realidad a otra. Desperté, no se cuándo ni cómo del sueño inconsciente y me hallé ante un cuerpo roto y estropeado, de por vida.  













  






  

Palabra y voz




No podemos entender una sin la otra y sin embargo quitamos la palabra a quien habla o dejamos sin voz a una multitud cuando desoímos sus palabras. Alguien se quedó sin palabras ante un argumento incuestionable o callamos cuando cedimos la palabra.
Pero palabra y voz aunque hermanas siamesas son muy distintas. La palabra es libre, la voz es esclava de la palabra.
La palabra es odio o amor, siempre verdad incuestionable; la voz transforma la palabra en valor o cobardía, en verdad o mentira. La palabra que no entiende de hipocresía; bailan con la voz las falsedades humanas, las apariencias no fiables. La voz obstinada niega a la palabra su autenticidad, la adorna o la camufla, la viste y la desnuda según interese.
Pero a veces, la esclava se impone y domina con su grito de rabia, o tal vez, con silencio pasivo agresivo. Otras, modulando su timbre consigue doblegar a la palabra, arrodillándola en un juego alternativo sadomasoquista. También a veces la voz le pide turno a la palabra y acaba imponiéndose dándole la vuelta en ciento ochenta grados, o estableciendo un sesenta y nueve democrático. En otras ocasiones por cobardía o miedo la voz se muestra pasiva y sumisa, callada, casi muda.
La palabra es apolítica pero la voz debe ser reivindicativa. Está obligada a encontrar la sintonía con la palabra, llegar a un acuerdo, dejarla oír cuando aquella es justa, cuando es la VOZ con mayúsculas la del pueblo que sufre de la enorme injusticia de los que tienen la palabra, tajante y autoritaria. La palabra que hace uso de la voz con prepotencia para ocultar lo vergonzoso, lo corrupto, cuando no respeta la palabra y voz del otro, silenciándolas, no sólo con violencia sino con engaños, con artimañas encubiertas con un manto legal creado para su control. ¡Ni las lágrimas deben ahogar las voces cuando las palabras se utilizan para hacer injusticias!
Cojamos todas las palabras del diccionario, aunémosla en un sólo grito. Que la bruja devuelva la voz a la sirena para que diga lo que tiene que decir la palabra, en toda su expresión, manifestándose con autenticidad. Que la palabra libertad vaya unida siempre a la palabra respeto y a partir de ahí jueguen, disfruten, aprendan la una de la otra y se escuchen. Que el silencio se imponga desde uno mismo para acallar la propia voz que ofende o daña con la palabra, que sólo calle cuando quiera ser íntima. No valerse del que grita más o más se hace oír para tener el derecho a la palabra.
Nuestra voz es única, no debe estar adoctrinada ni atender a palabras que provoquen sufrimientos propios y ajenos, palabras infladas por un egocentrismo aniquilador. Tienen que existir palabras de todo tipo, para lo deseado y lo despreciable, que nos dan la opción de elegir, con la mirada siempre hacia un horizonte del bien común.
Hay, sin embargo, palabras que ofenden la vista y el alma y voces chillonas que no dicen nada, o peligrosas como cuchillos. Palabras sísmicas que provocan auténticas catástrofes que derrumban y entierran las voces de los que sufren.
No, yo me niego a ser un mero eco repetitivo, un discurso formado por palabras impuestas, dejadme escoger mis palabras, aprenderlas, saborearlas, comprenderlas y una vez elegidas opte por ellas, defenderme con ellas, atacar con ellas, mostrarme con ellas y puestas en orden y justicia rebelarme con y contra ellas en una sola voz humana que defienda la IGUALDAD y la JUSTICIA SOCIAL.
Fue la voz antes que la palabra en ese llanto sin lágrima, casi un grito en nuestro alumbramiento, apenas recién estrenado el mundo alzamos nuestra voz. Por todas las palabras escritas o hechas voz sólo volverán a ser una como cuándo el má má y el pá pá se unieron en una sola voz, recreándonos en la palabra que con la voz halló su verdadero sentido.
Para aprender y crear palabras la voz también debe ser libre aunque sólo sea un grito desesperado ante tanta injusticia, ante tantos derechos arrasados, ante las hipocresías y engaños, las manipulaciones y discursos vacíos aunque llenos de miles de palabras huecas profanadas por voces que se creen más fuertes que el resto de una humanidad que tiene indiscutiblemente los mismos derechos, simplemente por haber nacido. Inocentes de una aleatoriedad casi siempre creada por una sociedad que coloca sus palabras en el árbol del poder del que sólo permiten tomar sus frutos a unos elegidos.
Todos tenemos derecho a comer la manzana, indudablemente. Fue sembrada, regada y cosechada para ello, máxime cuando la maquinaría se alimenta a la postre del trabajo de sus cultivadores, de los que no se sabe bien porqué deben ser los obedientes perdedores de un grito en el desierto en la trágica historia de la humanidad. ¡Qué tenebrosa voz habló entre las tinieblas de un cielo inventado! Fue el poder quién imaginó y creó una religión para inculcar en nuestras conciencias la negación a comer su fruto prohibido y reservarlo sólo para los dioses. Un paraíso resort, para algunos que se creen serlo, que controlan y se adueñan de los beneficios que aportamos el resto de la jungla humana. A todos ellos yo les diría, ¿no son estos campos de todos los hombres?, ¿no deben darnos sombra y cobijo los árboles y las grutas de las montañas? ¿No alumbra este inmenso sol a cada uno de nosotros, ni las lluvias moja la tierra para todos? ¿Por qué debemos nosotros sudar bajo el sol implacable y soportar las lluvias y truenos, mientras otros reposan en el valle de la abundancia? ¿Por qué debemos sufrir el derrumbe de nuestras casas si con nuestras propias manos construimos vuestras mansiones? ¿Por qué debemos de trabajar de sol a sol y contra viento y marea para que solo después vosotros recojáis las ganancias? ¡Qué absurdo mundo habéis creado, dioses humanos!  Está claro que uno a vuestra medida. Con palabras adaptadas a vuestro lenguaje, pero mi voz es libre como el aire que respiro y se expande por cada poro de la tierra y recorre como un vendaval los inmensos paisajes. Avanza cual onda en el profundo y extenso lago de la verdad que sacia la sed de justicia. Porque las voces de todos los desgraciados del mundo son el grito de guerra que atemoriza al enemigo, es nuestra única arma, y es nuestra defensa, la palabra.