El tiempo tiene su forma particular de andar, unas veces corre, otras pasea, y otras, simplemente, se detiene; pero no para, no abandona, reanuda de nuevo sus paso.
Dicen las malas lenguas que el tiempo no existe, y otros confirman que es oro, pero ni unos ni otros tienen razón.
Lo desperdiciamos o lo sublimamos, a veces, te persigue como cuando te levantas tarde y vas todo el día pillado de tiempo, y otras vas tras él, y nunca lo alcanzas, no tienes tiempo para nada. Pongámoslo en su sitio.
A mí, en estos momentos, me pisa los talones, la obligación se impone y debo atenderlo, si no se escapa, y la realidad con él; otras me abandona y me recoge a las ocho de la mañana.
Hay gente que pasa por el tiempo, como si de pasos de cebra inmunizados se tratara, con la desagradable sorpresa de encontrarse por la izquierda un todo-terreno del tiempo.
Cómo nos gusta objetivar lo aparentemente subjetivo del tiempo. Este queda marcado y delimitado por líneas herméticas y mecanismos de precisión, que nos alertan o nos tranquilizan, mostrándonos continuamente su rostro.
Yo lo veo avanzar con las piernas enquencles que los humanos confundimos con manecillas, pero el tiempo no tiene manos, sino piernas, delgadas pero fortalecidas por el paso de él mismo; pies incansables que paradójicamente se permiten, de vez en cuando, algún descanso.
El otro día lo vi, y, escondida lo observé. Creía que andaba en línea recta, sin embargo, sus pasos iban marcando una espiral basada en un punto en el que sus pies se concentraban. Menudo engaño, no avanzó ni un milímetro del sistema métrico decimal. Y luego alardea de hacer kilómetros, de hacer presentes, pasados y futuros. Ahora sí que no me engaña. Lo malo es que nadie me creerá y dirán, “eso no es cierto, si yo lo vi por allí o por allá, me vas a contar esos cuentos”. Así que yo, que conocí su secreto no me molesto en hacerle caso, ni me dejo llevar ni arrastrar por él. Hago lo que me da la gana porque yo lo he descubierto, no hay nada más estático que el propio tiempo. Así que lo mejor es utilizarlo, manejarlo, llevarlo a nuestro terreno; hacerle perder el paso, romper su espiral.
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