La farola de la puerta de mi casa
parece que se desplaza; aparco el coche, realizo la misma maniobra siempre
repetida, acercándome a la acera y calculando por el cristal de la ventana la
medida exacta, la imagen paralizada de mi fotografía mental, ventana y farola
perfectamente encuadradas. Con la referencia del espejo retrovisor el vehículo
queda bien aparcado.
Cuando abro, la puerta del copiloto
choca levemente con ella y creo que esta cuestión le incomoda tanto que cada
día se desplaza unos centrimetros para evitar el encontronazo.
Cuando retiro mi coche vuelve a su
posición inicial, ahí, inmóvil, a cincuenta centrímetros de la línea amarilla
que procuro siempre no pisar.
Aunque si digo la verdad no sé si
la que ahora observo es mi farola, la de todos los días, o por el contrario, es
la que está en la esquina, que ha llegado hasta allí desplazando a las otras en
un giro, volviendo por la calle paralela, empujando a la siguiente.
Un día abandonará probablemente
este circuito, cuando se halle con fuerzas y tirará hacia delante dejándome,
sin embargo, engañada al amparo de otra farola extraña.
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