sábado, 26 de abril de 2014

Estoy enferma



Estoy enferma, mis oídos están infectados de palabras obscenas, prepotentes, dañinas. Mi estómago anda revuelto afectado de una indigestión o infección vírica por agentes patógenos que pululan por los medios. La cabeza me da vueltas con imágenes grotescas. Mi cuerpo no puede más, y lo peor es que no existe medicina que lo cure, al menos parece que no se investigará la solución por ahora. El sufrimiento continuo me ha provocado una intoxicación enfermando también mi alma.

Una creía vivir en un país libre y democrático. Una creía que la humanidad podría salir de su desesperación ante los tiranos, pero una va viendo que si alguna vez existió esta ilusa esperanza fue por las hormonas propias de la juventud y la traición de una percepción inmadura y errónea.

No me da tiempo a analizar cada insulto a la inteligencia, cada bofetón a la dignidad, cada ofensa que el ser humano sencillo, sin privilegios, simple animal racional, recibe día a día. Espectadora traumatizada miro impotente un mundo ruin, falso, manipulador, sumamente peligroso no sólo por individuos que de entrada ya son etiquetados así, sino lo que es muchísimo peor, desde una supuesta legalidad, desde puestos de responsabilidades políticas, desde un poder capitalista, que no anda contento con que EL HOMBRE tenga la dignidad que se merece, y que sólo desean su mundo particular de privilegios. 

Si una persona exige sus derechos más fundamentales, cuando se ultraja su dignidad como ser humano, ese poder que se supone que mira por los intereses de todos los ciudadanos, pone en marcha sus mecanismos de control. Primero con manipulaciones informativas, con expertos comprados y profesionales de la comunicación vendidos. Si el desprestigio no ha surtido efecto, pasan a otras armas más poderosas y represivas, y por último si aún esto no ha sido suficiente para aniquilar a cualquiera, cargan con su potencial jurídico, hecho a su medida.

Es bochornoso como mínimo el sistemático derrumbe de una sociedad a la que se le niega levantar cabeza. El que tiene poder, el que ha gozado de privilegios toda su vida, desprecia al que no los tienen simplemente por haber nacido pobres. 

No hablo de esos ricos que ofenden a la especie humana, estos ya se les ve venir, sino también de esa población, adinerada, que nació en cuna confortable, protegido de todo mundo feo, con todas sus necesidades cubiertas y todas sus aspiraciones cumplidas, que van alardeando de méritos propios, de esfuerzos continuos, de currículos frutos de sus abnegada entrega al duro trabajo, que sin embargo no es más que el resultado de haber nacido donde nacieron, con padrinos, amigos y apellidos que fueron abriéndoles puertas o al menos, ventanas.

Siempre me hicieron gracia aquellos riquitos de poca monta o de cierta posición, que creyéndose humanamente bondadosos, alardeaban de tratar al servicio como parte de su familia. Serán hipócritas, si son de su familia por que los tienen trabajando día y noche para servirles por una mierda de sueldo. Aún recuerdo aquellas pobres criadas que entregaban toda su vida a esas familias, sin que ellas pudieran formar una propia pues sólo tenían tiempo para limpiar sus mierdas, llenar sus barrigas y hasta acunar y educar a sus hijos, quedándose solteronas y entregada su virginidad, como mucho,  a su señorito. No se les permitían tener más vida que su entrega absoluta a la casa de sus amos, por eso apenas si tenían amigas, se les apartaban hasta de sus familias para que todo lo que ellas tuvieran en el mundo fueran, los señores. Sí se les dejaba tiempo para salir, a veces ni siquiera salían, con quién, a dónde ir: señora prefiero quedarme aquí y hacer remiendos. Pero sin embargo, estos señores y los hijos de estos señores, se les llenaban la boca diciendo de cuánto querían a la tata que los crio.

Estoy convencida de que la gente corriente es invisible para ellos. Incluso desprecian a quienes intentan emularnos con pretensiosas imitaciones. Puedo afirmar que les asqueamos aunque traguen sus escrúpulos ante la opinión pública o un dios. Pero a veces les puede la soberbia y quedan evidenciados sus más bajos instintos, un desprecio absoluto al hombre anónimo, al que trabaja por una mierda de sueldo, al que tiene que formase difícilmente cuando no hay dinero, cuando es más válida su mano de obra esclavizada que su mente productiva, cuando es más válida su entrega abnegada que la voz que exige una igualdad. Y se le intenta callar, se le pone zancadillas, burocráticas, legales, sociales, humanas… Y a veces se le pisotea impunemente. ¡SILENCIO, que aquí mando yo!

¿Quién os dijo que pudierais todos tener derechos si tus derechos me impiden los míos?, dicen sin pudor. Y sin embargo los suyos vulneran los derechos de los demás, permitiéndoles vivir a costa del sufrimiento ajeno, gozar de ventajas, prevalecer sus intereses sobre los intereses de una sociedad más justa e igualitaria, viviendo del trabajo de otros para engrandecerse, exigiendo continuamente más y más. Son insaciables.

Y esta desfachatez trae una larga cola, donde se apuntan todos aquellos que logran codearse con ese nivel privilegiado; un universo donde todos desean llegar algún día y donde el resto tienen prohibido ni siquiera soñar, poniéndoseles tantas trabas e impedimentos hasta minar su autoestima, hasta que ellos mismos crean no merecerlo.

He visto al pueblo engañado, atribuyéndose los errores de aquellos, culpabilizándose por desear la igualdad, vivir mejor. Responsabilizándonos de todo lo que ellos han provocado. Todo un engranaje construido y deconstruido como la tortilla moderna, para amenazar y amedrentar y obligarnos a continuar siendo sus esclavos, ¡y por tan poco!

Sólo la muerte nos igualará, pero ¿qué debemos hacer mientras haya vida?… Hoy una señora se atreve a decir públicamente que hay personas que no sirven para nada. Y lo máximo que una escucha de respuesta es que tiene razón en parte pero que no son formas. Formas, formas, formas… sí formas grotescas, monstruosas, inhumanas, las de este tipo de gente. Estoy enferma, enferma de ver toda esta podredumbre humana. Y dice la señora ésta, que probablemente tendrá criada para la casa y los hijos, que estarán formándose sin necesidad de becas, o tal vez con padrinos bancarios, que debemos trabajar más y por mucho menos y que mientras las empresas nos forman y no somos productivos no nos den sueldo. Nuestro tiempo es trabajo, nuestra dedicación para que tú te enriquezca es trabajo, señora mía, doña fulana de tal. Esta señora se dirigía a una periodista interrogándole qué pasará cuando sus hijos o los míos terminen sus masters en el extranjero… y ni tan siquiera son consciente de ese privilegio sólo permitido para ellos y gente como ellos, como si todo el mundo lo tuviera, Es inaudito. A mí esto me da vergüenza y asco, de que le sigamos permitiendo tantísima desfachatez.

Me gustaría perder yo también las formas con esta gentuza y llamarles con los nombres que se merecen, pero no me pondré a su nivel, sólo les diría que no les voy a permitir sus desprecios aunque se que es difícil luchar contra ellos, porque es confuso un mundo donde se manipula hasta el extremo más sórdido y profundo, donde sus guerras las hacen ellos y morimos nosotros, donde los terroristas son controlados por ellos porque de otra forma no tendría explicación que caigan siempre los más desgraciados mientras los líderes escapan a islas desiertas. Que control más absoluto y eficiente cuando el ladrón roba al pobre y no al rico. ¡Pero miedo nos tendrán cuando se toman tanto trabajo para controlarnos!

La vida avanza por delante mía y el recuerdo de una historia me deja apenas sin esperanzas, sin embargo, hay que seguir con la cabeza bien alta, hay que usarla, trabajarla, no aceptar sus injurias, no permitirles que nos traten como despojos, porque si fuera perro le mostraría mis dientes pero como soy persona le muestro mi inteligencia y ésta queridísimos señores y señoras adineradas, que os creéis de una especie diferente, os llevará y os mostrará el camino que todos debemos seguir. Podréis quitarnos el trabajo, la casa, las posibilidades óptimas de formación, el pan, la alegría y hasta la salud, pero no la inteligencia, la educación, la humanidad y dignidad humana.

¡Iros al puto infierno donde nos queréis llevar!

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