Sacudió la manta que cubrió al muerto y debajo se hallaba el arma homicida, una revista pornográfica. La chica de la portada, una rubia que lucía unos pechos exuberantes en una pose que aún los resaltaban más. Como tiene que ser, claro, no podríamos decir aquí, con términos inapropiados, por ejemplo, pechos graciosos o simpáticos, tal vez, senos firmes y generosos, mamas traviesas y juguetonas, aunque, posible combinación, impropia entre cualidad y objeto.
En fin, teníamos un muerto y una prueba del delito. No era la edad la causa de la muerte, aunque también se ha dicho que ésta es una causa de poca probabilidad, pues no se mata, o al menos no se ha visto, con los años. A nadie le caen encima setenta años de golpe, dejándole en el sitio, aunque sí, setenta kilos que caigan desde lo alto de un balcón o cornisa mal pegada.
Todo apuntaba a un corazón frágil para ciertos excesos. La verdad es que tienen alguna gracia estos asuntos, aunque poca tuvieron para el pobre viejo. Al final sí que tendríamos que concluir en la columna de noticias necrológicas los atributos, entre ellos los graciosos causantes del delito, que éstos, sí que tienen peso y qué pesshoss.
De qué diferencia hablaríamos, con qué jocosidad, ofensa, escándalo, o incredulidad comentaríamos, si en lugar de viejo fuera vieja, si de pechos hubiera sido verga, aunque viéndolo bien, causa y efecto más o menos tendrían idénticos adjetivos, que bien es cierto, que para besar al santo, hubo multitud de caminos. Y este santo es el mismo.
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