Cada mañana parecía la misma rutina, pero es error de la percepción humana. No hay dos días iguales, como no hay iguales dos personas, dos animales, dos plantas, pero sí dos mesas, dos muñecas o un par de frigoríficos, pero hasta éstos no salvarían la igualdad si con lupa y ojo clínicos observáramos sus líneas y poros. Ya llevó los niños al cole y se sentó frente al calentador a tomar su desayuno, tres cafés aguados y una tostada con mantequilla. En uno de los extremos ponía a partes iguales mermelada de fresa y melocotón, alternada en otras ocasiones con la de ciruela y sobre la mayoría de la extensión de ese crujiente pan una dorada miel. La televisión hablaba, como de costumbre, de política, con argumentos y mensajes vacíos, ellos tienen el poder, pensó, qué puede hacer un individuo frente a este entramado de intereses particulares. Ahora toca una vez más someterse a las resoluciones que grupos expertos estudian para sacar al país de una cruenta crisis. Ella oía como ruido de fondo desengañada de esta vida, donde hay que luchar cada día por no se sabe bien qué. Y todo esto, para acabar vieja, enferma, sola. Si la genética o la suerte te mantuvo más tiempo. Es duro el pronóstico y es absurda la ilusión mantenida de voluntades que esperan la probabilidad ínfima de la felicidad. No todo es negativo, y son esas pequeñas diferencias del panorama cotidiano, de elementos alegres y esperanzadores, las que administran pequeñas dosis de felicidad. Se hace necesaria la capacidad de observar con cierta crítica, sin análisis exahustivos, impregnando con detalles insignificantes, pero decisivos de pequeñas libertades personales. Ausentarse por momentos de la fuerza centrífuga que te arrastra de manera inconsciente en esta vida robótica, instaurada en programas impuestos o aceptados sin más. Alto, te gritas, y rompes con ese absurdo, pero ella juega con ciertas ventajas y no muchos inconvenientes, y a aquella se agarra su individualidad salvada, del desmesurado apetito social siempre exigiendo entrar en la órbita, obediente, impotente. Alto, te he visto las orejas bajo ese atuendo de bondadosa ancianita.
Inmersión, comunica el capitán del submarino. Las burbujas del aire compensando la salida del agua que absorbe a la gran mole, sumergiéndose en esa aparente ingenuidad, en ese mundo onírico, a veces, la maraña de anuncios, siempre maravillosa de la felicidad, fingida, adornada, inventada, soñada, a la que a la carrera todos nos lanzamos pero pocos llegan. Salió a la calle, la mañana era fría en el exterior, el viento de poniente se agarra al rostro y revolotean los mechones de pelo que quedan libres de la goma que los sujeta. Apenas acierta a meter la llave en la cerradura del coche sale el vecino de enfrente cargado también con el maletín de su cotidianeidad, responde con un felices fiestas a su saludo y lo adorna con una alegre y sincera sonrisa. Los gestos se imitan, los anhelos se imitan, la vida se imita, hasta la imaginación es imitada. Pobres imitadores de destinos creados. Cómo te sientas cada día depende de muchas cosas, si preguntáramos en un estudio sociológico que si somos felices o qué es la felicidad, la variabilidad de las respuestas sería tan inmensamente diferente no sólo por las particularidades individuales, sino que cada respuesta personal dependería del momento del día, de las expectativas de ese día, de lo vivido el día anterior, del programa que ve en la tele, de las personas con las que ha tropezado, con la variabilidad climática y no precisamente por la climatología, pues a mal tiempo buena cara, de las perturbaciones de un buen dormir, y hasta de un buen rato en el baño, que pequeñas trivialidades en este devenir sensible suponen estar satisfecho como sinónimo de felicidad. Curioso adjetivo, que identifica entrada, inmersión, deglución, pero también deshacerse, desprenderse, liberarse, equilibrio no siempre hallado.
Y qué oculta una detrás de los demás. Todos imitándose unos a otros, con lo aprendido lo personalizado apenas auténtico. De dónde vienen estos pensamientos, esta conducta que creo que domino, torpe animal que se cree diferente porque habla. Si comenzara a hablar incongruente, con palabras extrañas, sonidos inconexos, borbotones fonéticos, me mirarían pensando que había perdido la cabeza, y sin embargo, no es más que eso el producto de nuestras estúpidas e incomprensibles existencias.
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