Hay muchos niños obesos en España, algo debemos estar
haciendo mal, dijo el doctor.
Este mundo ha sido sometido a una o varias operaciones de
estética, pero ni el colágeno, ni los estiramientos han conseguido hacerlo
pasar por más joven. Este mundo está envejeciendo. Su aire, su tierra, su agua,
ya no tienen la plenitud de la adolescencia. Su espíritu e ingenuidad, están
degenerándose. Las mentes están chocheando, como se diría ahora enferma de
demencia senil.
La línea levemente curva, más bien recta, excepto allí donde
entró el bisturí, que hoy en día se le exige a la mujer, también, con sus
diferencias cualitativas y cuantitativas se les pide al hombre, y hasta al
niño.
Quedaron lejos la voluptuosidad de las carnes femeninas,
quedaron lejos niños rollizos tan admirados con sus gorditos y colorados
mofletes, síntomas de buena salud. Se perdieron en este camino la sensualidad
del vello en el hombre, característica masculina desde nuestros amigos y
parientes los primates.
Que los niños coman sano…, creo que nunca comieron mejor
sólo que en las etiquetas se esconde la
trampa entre tanta letra pequeña.
En los tiempos donde encontrar un yogur en el frigorífico
podía ser un objeto de disputa, al parecer nos criábamos más sanos. Con
nuestros bocadillos de chorizo, el pan con chocolate o pan con aceitunas, hasta
las chucherías eran más sanas.
Querido doctor, queridísimos expertos, por qué antes de
acusar a la población , a esas madres desaprensivas que sólo saben dar bollería
industrial a sus hijos, no buscáis el mal en las fábricas, en esos productos
saturado de estabilizantes, conservantes, grasas insaturadas y saturadas
desconocidas, potenciadores del sabor y aroma, etc. etc.
Observemos nuestros sanos productos del campo, llenos de
nitratos, fertilizantes de origen innombrable, y pesticidas. Cultivos regados
por aguas contaminadas con materiales orgánicos e inorgánicos, extremadamente
peligrosos.
Ese ganado tan proteico cargado de hormonas, alimentados con
productos transgénicos o con pastos fumigados.
Estos señores que envenenan el aire con sus contaminantes
chimeneas, fábricas que producen alimentos muy saludables.
Querido doctor de la tele, tan afamado va usted repartiendo
pedagogía barata, tan cómodo en su sillón del despacho desde donde riñe a sus
enfermos y concede amablemente de vez en cuando una entrevista. Siempre por
amor a la información, la divulgación en
pro de la salud y la educación de la población. Va siendo hora que por respeto
a su juramento hipocrático, diga la verdad al fin. Y si es necesario póngase en
contra de los verdaderos culpables, al menos irresponsables productores,
deseosos de hacer negocio. Son los que están jugando con la salud de todos. Los
peces, carnes, frutas y verduras y todo lo que sale de sus mercados, alimentos
que ponen a la mesa esas cualificadas madres, anda engordando a sus hijos como
pollos en granjas o peces en piscifactorías o cerdos y vacas hormonados o que
comen pastos o piensos contaminados. Sus retoños señoras y señores tienen más
estrógenos en sangre que la analítica de una mujer antes de llegar a la
menopausia y en su momento álgido del ciclo menstrual.
Somos lo que comemos, quizá por esto, estemos podridos.
Un mercado más interesado en promocionar sus productos para
incrementar sus ingresos, asunto del todo loable, que preocupado por que éstos
se generen con la suficiente calidad nutritiva y sin contaminación. Atosigan
publicitariamente a la población, fomentando un consumo excesivo, que si hay que comer al día proteínas de carne y
pescado, varias piezas de frutas, no sé cuántos gramos de verduras, legumbres
suficiente para abastecer de fibra a una empresa textil y si es poca añadir más
de cereales. Leche en todas sus variantes y huevos. Tal vez, olvide algo pero
de seguir estas recomendaciones de la incuestionable OMS, creo que de la mesa
no me levanto; tan sólo para beber al menos dos litros de agua y como es
consecuente un número indeterminado de visitas al servicio, entre tanta agua,
tanta fibra y tanto yogur.
Que si los niños no se mueven, que si mucha bollería. Pobres
míos, entre taller y clase de inglés, natación y bádminton, tal vez, sólo les
quede tiempo para un bollito de cacao, tan bien presentado y con tanta
publicidad alucinógena y vitalista.
No convirtamos la alimentación en una religión. No
estigmaticemos, mejor sería que produzcan alimentos más saludables.
Los productos llamados ecológicos son más caros, por lo
tanto más elitistas. Como siempre serán los mismos quiénes se beneficien. Los
hijos de éstos por supuesto serán muy guapos y delgados como sus papás.
Algo debemos estar haciendo mal, electivamente, permitir
toda esta basura.
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