Acababa de sonar el despertador, por eso aún se removía
entre las sábanas cuando escuchó un fuerte golpe en el cristal de la ventana.
Se levantó sobresaltada. A tientas buscó con los pies desnudos las zapatillas,
y el frío suelo la sacó definitivamente de la somnolencia entrando directamente
y sin preámbulos en el mundo real.
Lo que fuera que había chocado en su ventana había dibujado
en finas líneas un sol quebrando la lámina transparente. Aquella noche había
dormido sola, él estaba de viaje, de vez en cuando hacía esas escapadas como
maliciosamente ella llamaba a sus viajes de trabajo. La habitación estaba fría
esa mañana, o tal vez era su mal despertar, o quizás su mal dormir. Cada vez le
resultaba más difícil aquella situación de soledad, aquella distancia continua
que poco a poco iba instaurándose en su relación.
Abrió la ventana, el sol de la mañana le dio directamente a
la cara, como una bofetada sintiendo el ardiente picor en sus mejillas. Se
inclinó mirando hacia abajo, buscando en la acera el arma homicida. Y allí
yacía gris y blanco sucio aquel pequeño bulto de plumas. Una paloma, pensó, le
pareció que aún estaba viva, pero fue una fugaz ilusión, provocada por el aire,
que, además de los papeles del suelo, removía aquel sucio plumaje. Por si no estuviera
su ánimo lo bastante decaído, la visión de aquella paloma muerta la sumió
irremediablemente en un estado de pesadumbre y tristeza. Como punto a punto
iban tejiéndose en su mente uno a uno los pensamientos negativos.
Él, tan lejos, la casa tan fría, su corazón tan solitario,
la muerte del pobre pájaro, la vida tan vacía, las noticias de la crisis. ¿Qué
llevó a la paloma hacia ese horizonte plano? ¿Qué reflejo le atrajo, estampando
sus deseos por alcanzarlo? ¿Fue un suicidio tal vez, o acaso todo lo contrario?
¿Un intento de conseguir la liberación, la culminación de un deseo, la más
auténtica manifestación de vida? Pensaba estas idioteces asomada a la ventana,
sin mirar a nada en concreto, por eso, cuando fue al baño, y vio su reflejo en
el espejo, sus mejillas estaban sonrojadas, pensó, por qué ella había ofrecido
la otra mejilla. Se sintió derrumbada. Volvió al dormitorio, cerró la ventana.
La imagen radiada del cristal roto parecía el dibujo de la viñeta de un cómic
con la voz de crack. Así se sentía, su mundo roto. Enfrentarse al día con la
que se venía encima. Desayunar con las mismas noticias del desastre económico,
engullir apenas sin saborear la dulce mermelada de la tostada que se amargaba
en su garganta, porque todo se rompía bajo sus pies, porque todo lo aprendido,
lo acostumbrado, lo habituado, aquellos proyectos que un día planeó, que
incluso llegó a alcanzar, aquellas ventajas hacia la felicidad, se iban cayendo
como los trozos cortados de un folio, como aquel que soporta la desesperada
manifestación de nuestros sentimientos y ahora sucumbía frágil a la fuerza de
nuestros dedos descuartizándolos.
Crack, esa caída de ave sin vida, de los planes de nuestra
edificación emocional, de los principios y derechos, de los progresos
arrancados a la decadencia humana. Pero la utilización de estos elementos
maliciosamente manejados nos destruye y sin embargo, si ves claro, si la
transparencia es nítida, si deja pasar los colores, sin dibujar una imagen
falsa, imaginaria, creada por nuestra mente o por otras mentes, la realidad se
presenta clara y distinta, y un verdadero impulso surge para crecer y mejorar.
Las crisis son innatas en el ser humano, innatas y
necesarias, innatas, necesarias e inevitables. El único modo de progresar.
Observó el espacio que la rodeaba con la conciencia plena
distanciada de su ser. Vio los objetos, el espacio entre ellos, los vacíos
falsamente interpretados, vacíos pues llenos de aire, de otras vidas, unidos
unos a otros, dejando otros pequeños espacios habitables, los elementos que
configuraban su mundo. Y sintió su cuerpo, escuchando su corazón, sentía la
sangre correr por sus venas, saboreó el aire entrando por su boca, mezclado aún
con los restos del amargo café aún agarrados a sus papilas gustativas. Se
descalzó para sentir el frío suelo. En un impulso del aire saliendo de sus
pulmones brotó de su garganta un rotundo y enérgico “sí”. Era dueña de su
crisis, era la protagonista de su existencia. Tras la muerte hay una nueva
forma de vida. No iba a permitir vivirla sin dignidad, se sentía con fuerzas
para seguir luchando, poseía la verdad y no seguiría mintiéndose, ni dejarse
engañar.
Descolgó el teléfono, tras seis largos tonos, escuchó su
voz:
- Alfonso, debemos hablar.
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