Metió la mano en el bolsillo
izquierdo buscando unas monedas para comprar un paquete de chicles. Hacía un
par de meses que se había separado, y aún las paredes de la casa le oprimían
con tanta soledad. Giró calle abajo, paseando tranquilamente, se acercaba el
invierno y la noche era fría y húmeda. El relente caído impregnaba en el
asfalto un brillo especial, creando con las luces de farolas y letreros
fluorescentes una combinación verdaderamente llena de gran belleza. Siguió
masticando los pensamientos al mismo ritmo que machacaba el chicle, cada vez
con menor sabor y mayor dureza, “igual que la vida”, pensó. Torció a la
derecha, y en la esquina de Menéndez Pelayo y la calle Júpiter se encontraba
una cafetería donde más de una vez tomó café. Miró hacia dentro y el ambiente
reflejaba calidez frente al frío externo. De pronto, en una mesa lateral, al
lado de los grandes ventanales, estaba ella con un grupo de amigos, se la veía
feliz, sonriendo con aquella bonita sonrisa que seguramente enamoraría a otro
del mismo modo que le enamoró a él. Esquivó rápidamente la vista, no fuera a
verle y pensara que andaba observándola, aunque la hora le protegía, era más
fácil ver de fuera a dentro que al revés, él estaba en penumbra y ella, a plena
luz. Cuando sus pasos le fueron retirando de aquella imagen nostálgica intentó
cambiar de pensamiento planeando algún proyecto para el fin de semana, pero
unas ganas enormes de llorar estrangulaban su garganta y decidió, antes que
llorar en público, volver a casa rápidamente. Subió la cuesta de Higuereta,
aunque, le alejaba más, la tranquilidad de la zona le protegía de las miradas
ajenas. Estos razonamientos fríos y calculadores fueron consiguiendo salvarle
del humillante desahogo, antes de llegar a la intimidad protectora del hogar.
El ascensor estaba otra vez estropeado, y aún le quedaban cuatro tramos de
escalera con sus siete escalones cada uno, en los que el peligro aún acechaba
si algún vecino se le ocurría, en ese momento, salir y verle lacrimoso
inspirando terriblemente su compasión. No era eso lo que quería precisamente,
pues hacía ostentación, por lo general, con el vecindario de haberse adaptado
perfectamente a la nueva situación, hasta un tanto liberadora que pretendía
representar. Para cuando llegó a la puerta, que aún tuvo que esperar a abrir,
pues no encontraba las llaves hasta que las localizó en el bolsillo trasero del
pantalón, cosa extraña, pues siempre las metía en el derecho de delante. El
silencio de la casa y su espacio vacío le abofeteó así que encendió inmediatamente
la tele, zapeó un rato hasta dejarlo en un programa de humor. Fueron todas
estas cosas las que al final le alejaron totalmente el sentimiento depresivo
que lo trajo urgentemente aquí. Decidió prepararse algo de cenar y sentarse a
ver el animado programa. Puso la bandeja en la mesa del salón, cogió la mantita
y se tendió cómodamente, con una agradable sensación de bienestar. Las lágrimas
asesinas se fueron diluyendo con los pasos cotidianos de la vida, hoy había
conseguido vencerlas, puede que otro día lo sorprendiera desprevenido. Hoy no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario