miércoles, 30 de mayo de 2012

Másha


Llegó hasta aquí desde las frías tierras de Eslovaquia. Vino con su pareja hace ahora dos años. Él encontró trabajo en una empresa de mantenimiento, ella, limpiando en una casa. Entre los dos reunían el sueldo suficiente para vivir colmando las expectativas con las que emprendieron aquel arriesgado viaje. De este nuevo lugar desconocía todo, sus costumbres, su clima, su gente, y sobre todo, su idioma. A medida que fue aprendiéndolo, también iba comprendiendo todo mejor, porque una lengua siempre es mucho más que reconocer palabras.

Las cosas fueron empeorando, el trabajo se volvió más precario y el jefe de su marido amenazaba con el despido si las cosas no mejoraban. Aquellas amenazas se cumplieron y de nuevo cada mañana éste buscaba chapuzas pateándose la ciudad. La situación se había complicado precisamente ahora que Másha había quedado embarazada. Al menos los señores de la casa no le habían puesto pegas para seguir trabajando. Por seiscientos euros llegaba a siete y media de la mañana daba el desayuno a los hijos del matrimonio y los acercaba al colegio. De vuelta seguía con su tarea hasta después de bien entrada la tarde, cuando los bañaba y les preparaba la cena. Para entonces sus padres ya habían llegado y jugaban un rato con ellos antes de acostarlos. Así todos los días. De lunes a viernes, excepto los sábados que los tenía libres y el domingo que sólo iba por la tarde para prepararles la cena a todos. Acostaba a los niños y mientras sus padres les contaban un cuento, ella aprovechaba para recoger la cocina, quitarse la bata, meterla en una bolsa y, al fin, la jornada había terminado. Siempre rechazaba la amable invitación a cenar con ellos. Prefería llevarse la comida preparada para hacerlo en casa con su marido.

Bajó cansada y distraída los tres pisos del edificio. Le dolían las piernas y la espalda pero, al salir del portal prefirió hacer el camino andando en lugar de tomar el autobús que, seguramente, iba abarrotado a estas horas. Además la noche lucía hermosa y había una brisa fresca cargada de aromas primaverales. Al pasar por un kiosco de prensa quedó mirando las portadas de las revistas, los coleccionables… Llamó su atención el titular de un periódico que se repetía en casi todos los demás. Una ministra atendía sus funciones sin descanso tras su reciente maternidad. Recordó también aquella otra política francesa que volvió al trabajo a los pocos días, totalmente recuperada de una cesárea. ¿Cómo lo hacían estas mujeres? ¿Qué mensaje sutil transmitía aquella noticia? La opinión pública en general valoraba a aquellas mujeres liberadas de viejas servidumbres maternales y era esto lo que se esperaba de todas las demás.

- Si ellas pueden, ¿por qué no tú?

Es fácil dejarse engañar, pero no todas cuentan con las mismas facilidades.

Continuó caminando despacio, casi paseando, con más peso sobre sus piernas como si sus pensamientos se hubieran echado sobre su espalda como un saco de piedras. Miraba los escaparates y las gentes con las que se cruzaba y, sin saber bien por qué, sintió ganas de llorar aunque a pesar de todo era feliz. El ambiente y la noche animaban a un estado placentero pero le dolía todo el cuerpo y le quemaba en lo más profundo de su ser ese futuro incierto. Habían llegado hasta aquí para mejorar sus vidas y ahora no sabían cómo iba a poder afrontar esta bella aventura. ¿Cómo lo cuidaría? ¿Cómo disfrutaría de verlo crecer? No deseaba para su hijo lo que veía en la casa donde trabajaba, unos padres siempre ocupados.

Sus piernas protestaron y el cansancio la obligó a continuar el camino en autobús. En la marquesina la foto de un bello cuadro anunciaba una exposición. Desconocía su autor, y la escena, de otros tiempos, representaba a unas mujeres trabajando en una fábrica de tabacos. Sorprendía ver, mezcladas en esa actividad, a dos trabajadoras con sus bebés en los brazos. Reflejaba una situación cotidiana. Quedó largo tiempo admirándolo. Fue consciente de su abstracción cuando vio que se marchaba su autobús. Ahora quedó sola en la parada y ahora ya no pudo evitar romper a llorar. Veía los coches correr por la avenida a intervalos frenados por los semáforos. La gente en las terrazas charlaban en voz alta, comían y bebían. El mundo le parecía, sin embargo, más hostil. Cuánto había mejorado éste desde aquellos tiempos, aunque quizás… no para todos

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