Llegó hasta aquí desde las frías tierras de Eslovaquia. Vino
con su pareja hace ahora dos años. Él encontró trabajo en una empresa de
mantenimiento, ella, limpiando en una casa. Entre los dos reunían el sueldo
suficiente para vivir colmando las expectativas con las que emprendieron aquel
arriesgado viaje. De este nuevo lugar desconocía todo, sus costumbres, su
clima, su gente, y sobre todo, su idioma. A medida que fue aprendiéndolo,
también iba comprendiendo todo mejor, porque una lengua siempre es mucho más
que reconocer palabras.
Las cosas fueron empeorando, el trabajo se volvió más
precario y el jefe de su marido amenazaba con el despido si las cosas no
mejoraban. Aquellas amenazas se cumplieron y de nuevo cada mañana éste buscaba
chapuzas pateándose la ciudad. La situación se había complicado precisamente
ahora que Másha había quedado embarazada. Al menos los señores de la casa no le
habían puesto pegas para seguir trabajando. Por seiscientos euros llegaba a
siete y media de la mañana daba el desayuno a los hijos del matrimonio y los
acercaba al colegio. De vuelta seguía con su tarea hasta después de bien
entrada la tarde, cuando los bañaba y les preparaba la cena. Para entonces sus
padres ya habían llegado y jugaban un rato con ellos antes de acostarlos. Así
todos los días. De lunes a viernes, excepto los sábados que los tenía libres y
el domingo que sólo iba por la tarde para prepararles la cena a todos. Acostaba
a los niños y mientras sus padres les contaban un cuento, ella aprovechaba para
recoger la cocina, quitarse la bata, meterla en una bolsa y, al fin, la jornada
había terminado. Siempre rechazaba la amable invitación a cenar con ellos.
Prefería llevarse la comida preparada para hacerlo en casa con su marido.
Bajó cansada y distraída los tres pisos del edificio. Le
dolían las piernas y la espalda pero, al salir del portal prefirió hacer el
camino andando en lugar de tomar el autobús que, seguramente, iba abarrotado a
estas horas. Además la noche lucía hermosa y había una brisa fresca cargada de
aromas primaverales. Al pasar por un kiosco de prensa quedó mirando las
portadas de las revistas, los coleccionables… Llamó su atención el titular de
un periódico que se repetía en casi todos los demás. Una ministra atendía sus
funciones sin descanso tras su reciente maternidad. Recordó también aquella
otra política francesa que volvió al trabajo a los pocos días, totalmente
recuperada de una cesárea. ¿Cómo lo hacían estas mujeres? ¿Qué mensaje sutil
transmitía aquella noticia? La opinión pública en general valoraba a aquellas
mujeres liberadas de viejas servidumbres maternales y era esto lo que se
esperaba de todas las demás.
- Si ellas pueden, ¿por qué no tú?
Es fácil dejarse engañar, pero no todas cuentan con las
mismas facilidades.
Continuó caminando despacio, casi paseando, con más peso
sobre sus piernas como si sus pensamientos se hubieran echado sobre su espalda
como un saco de piedras. Miraba los escaparates y las gentes con las que se
cruzaba y, sin saber bien por qué, sintió ganas de llorar aunque a pesar de
todo era feliz. El ambiente y la noche animaban a un estado placentero pero le
dolía todo el cuerpo y le quemaba en lo más profundo de su ser ese futuro
incierto. Habían llegado hasta aquí para mejorar sus vidas y ahora no sabían
cómo iba a poder afrontar esta bella aventura. ¿Cómo lo cuidaría? ¿Cómo
disfrutaría de verlo crecer? No deseaba para su hijo lo que veía en la casa
donde trabajaba, unos padres siempre ocupados.
Sus piernas protestaron y el cansancio la obligó a continuar
el camino en autobús. En la marquesina la foto de un bello cuadro anunciaba una
exposición. Desconocía su autor, y la escena, de otros tiempos, representaba a
unas mujeres trabajando en una fábrica de tabacos. Sorprendía ver, mezcladas en
esa actividad, a dos trabajadoras con sus bebés en los brazos. Reflejaba una
situación cotidiana. Quedó largo tiempo admirándolo. Fue consciente de su
abstracción cuando vio que se marchaba su autobús. Ahora quedó sola en la
parada y ahora ya no pudo evitar romper a llorar. Veía los coches correr por la
avenida a intervalos frenados por los semáforos. La gente en las terrazas
charlaban en voz alta, comían y bebían. El mundo le parecía, sin embargo, más
hostil. Cuánto había mejorado éste desde aquellos tiempos, aunque quizás… no para
todos
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