Recorrí
las habitaciones de la casa según lo que tuviera que hacer. Entraba y salía de
ellas, a veces miraba por la ventana y me entretenía observando a los demás
como vivían. No siempre hubo buen tiempo, es más, las estaciones por aquí se
reducen a un otoño constante donde un día luce el sol y otros hace frio, viento
o lluvia. Pero su climatología natural es la melancolía aunque una melancolía
de futuro. A pesar de saber que en sí mismo esto es una contradicción, habría
que utilizarla para esa sensación del deseo de vivir lo que aún no has vivido,
pero sabe que existe.
Los
días fueron transcurriendo como todos los días que conocemos, con sus mañanas y
sus noches. La vida transcurre delante de tus ojos y de vez en cuando te atrapa
como el juego de la comba, una, dos y tres y entras otra vez. Das una vuelta y
a esperar de nuevo tu turno.
Así ha
ido pasando, apenas sin darte cuenta, y sin darme cuenta, entré en la
habitación de la desesperanza, la falta de fe y confianza en el mundo. La
aberración de nuestras existencias. Esta habitación sin ventanas, parece
haberse cerrado tras de mí, y no tengo la llave.
Me
resulta un esfuerzo tan grande y que no deseo hacer, tratar de escapar de aquí,
pelear con las uñas contra las paredes, golpear la puerta y romper la
cerradura. Estoy cansada para eso. Me rio, lloro, qué más da, todo forma parte
de este juego.
Me siento
en un rincón, el suelo está frio, no hace falta cerrar los ojos, porque la habitación
no tiene ventanas, no hay luz, pero poco a poco mis ojos van dando claridad a
las cosas. Consigo ver las cosas que me rodean y sé dónde me encuentro. Estoy
dentro de mí sumida en mis pensamientos y nada importa ese cuadro que veo, ni
ese mueble cargado de objetos. Más allá
hay una silla y una mesa, sobre ella hay una máquina de escribir. Me acerco con
paso seguro, me siento, toco las teclas, sitúo los dedos y empiezo a poner
palabras que surgen de aquellos pensamientos, tengo la certeza de pulsar las
que debo, pero de todas formas de equivocarme daría igual. No hay papel, pero
no importa, las teclas marcan el cilindro y avanzo el rodillo tras el click. Le
pongo palabras a sensaciones que recorren mi cerebro, son palabras que
reconozco y que cojo de no sé qué lugar y otras que han llegado a mí tampoco sé
de dónde. Es más, y a veces pienso cosas que no me he propuesto y mis dedos
discurren machaconamente hablando por mí.
Me da
igual su infértil resultado, en ese caos marcado todo aparece indescriptible,
pero yo sé que está ahí, que barrí mi cerebro y escurrió sus fluidos,
recorriendo los surcos que la vida me creó.
Y así,
de este modo, poco a poco, salgo de esta habitación, hay sol en la calle y está
entrando por el pasillo. Recuerdo que tengo que hacer la comida, y el tiempo de
la desesperanza se ha ido. Viene que se las pisa el tiempo de la rutina y de lo
que uno ha de hacer.
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