Rostros
que vienen a mí, cruzando a mi lado. Cientos de rostros que se alejan tras mi
espalda. Rostros desconocidos, reconocidos, miles de rostros anónimos,
distintos, extraños y diferentes entre sí. Rostros con sus ojos y sus labios,
sus narices y sus contornos. Volcado sobre ese terreno fresco o ajado, de
surcos formados por el recorrido del paso del tiempo. Tierra virgen, tierra
infértil, es la expresión de la vida.
Pasan
callados, trato de oír sus silencios, a veces, perturbados por ecos de palabras
vacías, como cuerpos sin alma, son sonidos gastados. Me gusta este silencio que
flota entre todo este ruido.
Aspiro
a un imposible, un espacio invisible por el que moverme, observando, mirando
entre la gente, tocar sus almas, escudriñar sus miradas, escuchar lo que
callan. Encontrarme entre la verdad de los hombres.
La
mirada incomoda, las palabras ocultan, los gestos disimulan pero los rostros no
engañan. Sólo porque estás más preocupado en no mirar, no decir, no demostrar,
te pierdes el verdadero placer de ver, escuchar y descubrir a los otros.
Un
rostro es una historia que se cuenta, por eso lo maquillamos, lo cubrimos
tratando de ocultar su indiscreta verdad pero el rostro no lo cuenta todo, sólo
cuando podemos mirarlo con claridad. La genética sigue sus reglas
independientemente, sin enterarse de lo que le contaron las células, se obstina
en continuar su cadena y a veces se alía al ambiente hace mañas con él,
llegando a un acuerdo no siempre perfecto más bien convienen en una amistad
peligrosa. El dolor y el placer, las alegrías o las tristezas quedan agazapadas
por otros rincones del cuerpo pero a pesar del disimulo, del ocultamiento, de
la sonrisa o la mueca que engaña, sólo hay que observarlo en reposo,
clandestinamente. Cogidos a traición, vulnerables sin prepararse para el
juicio, caen rendidos y su verdad surge, emerge sincera la mirada, las líneas
de los labios marcan su dirección trazada, la ceja cae, se relaja, los
contornos ceden a la tensión, el brillo de los ojos son transparente como un
arroyo cristalino que deja ver el fondo. Y es entonces como Alicia, traspasando
el espejo, llegamos a su interior. Allí descubrimos un mundo reconocible, un
mundo absurdo sujeto sin embargo a una lógica universal, que el caos constituye
un orden y que el orden no es más que la representación del caos dentro de parámetros
reconocibles. Caos y orden son parte de un continuo, que marcan una gráfica
entre las coordenadas de cognoscible e incognoscible.
Tú
eres, te reconozco. Yo soy, me reconozco, nosotros somos, nos reconocemos pero
andamos al lado unos de otros ignorándonos, detestándonos y de vez en cuando
amándonos.
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